11. La capilla

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Se hallaban en una plaza inmensa. El sol brillaba, y a su alrededor, decenas de personas se amontonaban y charlaban, cargados con cámaras, folletos y palos de selfis. Hablaban en toda clase de idiomas y sonreían estúpidamente o se quejaban por tener que hacer cola.

Alejandra se sintió aturdida y desorientada al principio. Solo con el sonido de las voces, y la cantidad de gente a su al rededor, ya fu suficiente para descolocarla y sintió como su cabeza daba vueltas y el suelo se movía. Una mano le sujetó el hombro, estabilizándola. Y alzó la vista para ver a Gabriel sonriendo cariñosamente.

—Es normal que te marees al principio —le aseguró tranquilizador—. En mi primer saltó espacial recuerdo que vomité. Pero si centras la mirada en un punto concreto por un rato, se te pasará.

Ella asintió, demasiado mareada como para responder con algún comentario agudo. Fijó la vista en la fuente que gobernaba su lado de la plaza y observó como el agua salía de la caracola marrón en forma de seta y caía hasta el recipiente inferior. Era curioso, porque estaba bastante segura de que había visto aquella fuente, el obelisco detrás de ella y las columnas del edificio que rodeaba la plaza, con anterioridad. Sin embargo, también sabía con certeza que nunca antes había estado allí. Si tan solo la cabeza dejase de darle vueltas, quizá entendería lo que pasaba. Por desgracia, en aquel preciso momento su mundo giraba sin fin, acompañado por los gritos y las voces de las personas que la rodeaban, y ni siquiera centrarse en la fuente parecía ayudar. Su corazón latía con fuerza y se hacía eco en todo su cuerpo, que vibraba en consecuencia. O tal vez solo estuviese temblando.

Unas manos grandes y cálidas le rozaron los hombros y acercaron al cuerpo de Gabriel. Éste le tapó una oreja y la obligó a apoyarse en él, mientras le susurraba en el oído:

—Estás híper-ventilando. Tienes que olvidarte de lo que te rodea. Intenta imitar mi respiración.

Alex obedeció como pudo, centrándose en el pecho del ángel, que se movía contra su espalda, para tranquilizarse. Cerró los ojos, pero eso solo empeoró todo. De modo que volvió a mirar su punto fijo y comenzó a tranquilizarse. Una respiración larga y lenta, luego la siguiente, y pronto, había vuelto a la normalidad.

— ¿Todo bien? —Le preguntó su acompañante. Y fue entonces cuando se percató de que seguía reclinada sobre él, y se apartó abruptamente.

—Todo perfecto — aseguró. Entonces miró a su alrededor, y se quedó petrificada—. ¡Estamos en el Vaticano! —exclamó, reconociendo de pronto la plaza de San Pedro. No podía entender por qué había tardado tanto en percatarse. Allí estaba todo lo que había visto cientos de veces en fotografías y películas. El obelisco de piedra gris, flanqueado por dos fuentes en la plaza oblicua y rodeado por 284 columnas dóricas de Bernini, la plaza Retta con sus dos colosales estatuas a San Pedro y su escalera monumental de tres niveles, que llevaba a la basílica renacentista, con fachada de Carlo Maderno. Sí, ella se conocía todos los nombres de todas las cosas de la Ciudad del Vaticano. Había estudiado la historia y el arte de la ciudad hasta la extenuación. Sin embargo, jamás la había visto en persona.

Gabriel sonrió y la trajo de vuelta a la realidad con un chasquido de dedos.

—Sí —afirmó—. Leí tu tesina de final de grado y pensé que te gustaría ver la capilla Sixtina de verdad.

—¿La capilla Sixtina? —Repitió.

—Y después, si nos sobra tiempo podemos ir al museo, dar una vuelta por los jardines...

A partir de allí, Alexa permaneció callada, contemplando todo con asombro y maravilla, mientras hacían cola y Gabriel pagaba por sus entradas y pasaban por el control de seguridad. Nunca había estado allí. A pesar de que se había prometido que lo haría cuando tuviese suficiente dinero, y llevaba años teniéndolo, nunca había ido. Sin embargo, había soñado con visitar la ciudad y contemplar la inmensa obra de Miguel Ángel al menos un centenar de veces. Y por fin, allí estaba.

Comenzaron el camino con un grupo de turistas asiáticos y alemanes, que eran guiados por un hombre y una mujer. Aunque ambos hablaban en inglés la mayor parte del tiempo, cada uno se especializaba en un idioma, y así podían atender las preguntas no inglesas de los turistas. La verdad, Alex tuvo que reconocer que hacían muy bien su trabajo. No habría sido la primera vez que visitaba un museo y sabía más sobre las obras de este, que el supuesto especialista. Pero en este caso no tuvo quejas. Aun así, se separaron del grupo en cuanto llegaron a la capilla, porque el arcángel pareció entender sin problemas que ella necesitaba tiempo para disfrutar de aquello.

En su imaginación siempre había tenido la capilla vacía y silenciosa cuando la visitaba, y podía caminar por ella y estudiarla sin problemas. En cambio, ahora, veía que tenía que compartirla con cientos de personas, que en muchos casos se limitaban a señalar hacia los desnudos e intentar hacerse una foto a escondidas, antes de marcharse hacia el próximo monumento. No puedo evitar sentir un tanto de lástima al ver aquello. ¿Cómo eran tan pocos los que se detenían a admirar una de las obras maestras más grandes del mundo?

— ¿Sabías que Miguel Ángel perdió gran parte de su vista al trabajar en el techo? —Preguntó, con la vista fija en una de las muchas escenas bíblicas—. La pintura caía en sus ojos y le dañaba, pero aun así quiso continuar, tanto amaba su trabajo.

—Lo sé —aseguró su compañero.

—Pues parece que eres de los pocos.

De pronto, por tan solo unos instantes, se hizo la oscuridad. Ocurrió tan solo por un parpadeo, y luego todo volvió a la normalidad. Sin embargo, al mirar a su alrededor, se percató de que se habían quedado solos.

— ¿Qué ha pasado? —Le preguntó a Gabriel.

—Tengo unos pocos truquillos —le contestó el ángel, guiñándole el ojo—. Ahora eres una de las pocas personas privilegiadas que han disfrutado de visitar la capilla Sixtina en soledad.

Alejandra le sonrió de inmediato, muy agradecida, y al mismo tiempo, sintiéndose algo culpable.

—Muchas gracias por esto, en serio. Pero sigo siendo atea, ¿sabes?

—Bueno, nadie es perfecto.

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora