Capítulo 4

181 7 0
                                    



Mientras avanzamos por entre los autos, en busca del despampanante Suzuki Swift de As, y voy escuchando como Rose habla sin parar sobre la nueva tontería que ha hecho Derricks esta mañana para conseguir su atención, en el pasillo de al lado veo pasar dos rostros sumamente familiares y ahogo un grito al reconocerlos. Tomo del brazo de mis amigas y tiro de ellas hacia el suelo.

-¿Pero que demonios...?- Apoyo mi dedo índice sobre mis labios en dirección a As, indicando que cierre la boca, sintiendo los pasos acercándose cada vez más.

-No sean idiotas. ¿Qué sentirías tú si un chico estuviera hablando así de alguna de tus hermanas, Aiden?- La voz de la chica se escucha demasiado cerca, pero gracias al cielo ella, Peter y Aiden están del otro lado de la fila de coches, lo que impide que nos vean.

Rose me mira sorprendida, tal vez un poco asustada, y Astrid abre la boca para decirnos algo, pero vuelvo a callarla enseguida. Ella rueda los ojos, pero se queda estática en su lugar, haciendo equilibrio sobre sus talones. Las tres estamos en la misma posición, muy seguramente luciendo como unas ridículas, y no sé cuánto tiempo más aguantaremos hasta que alguna pierda el equilibrio y se vaya de cara contra el cemento.

Una pareja de ancianos pasa junto a nosotras mirándonos extrañados, yo les sonrío inocentemente y ellos enseguida se dan la vuelta para subir a su auto negando con la cabeza en desaprobación. Que amargados.

-...seguramente le rompería la cara, pero eso es porque son mis hermanitas. De todas formas, no hemos dicho nada malo; incluso podría considerarse un cumplido.- Frunzo el ceño y detengo mis ojos sobre la placa de un Audi negro que tenemos a unos pocos metros de distancia. ¿De qué está hablando?

-Simplemente no puedes hablar así del trasero de una mujer, y punto.

-Eres tan poco divertida, Keni.- Y la voz de Peter es lo último que escuchamos, porque ya se han alejado lo suficiente como para no oír más nada.

El aire vuelve a mis pulmones y suelto un largo suspiro al ver que ya estamos fuera de peligro. Me pongo de pie de un salto, pero me doy cuenta que ni Rose ni As se han movido. Con el ceño fruncido, bajo mi rostro y enseguida me arrepiento.

La boca de Rose se ha convertido en una gran O y la sonrisa que Astrid acaba de poner en sus labios ocupa mitad de su rostro. Hay algo en su mirada que me hace sospechar que no será solo Aiden quien se burle de haberme visto semidesnuda durante los próximos días.

Me doy la vuelta rápidamente y apuro mi paso hacia el coche. No tendré esta conversación, simplemente no lo haré.

-¡Scarlett Adams! - Ambas corren detrás de mí y sus risas inundan el estacionamiento subterráneo-. ¿Acaso Aiden Hamilton acaba de decir que ha hecho un cumplido sobre tu trasero?- me pregunta Astrid divertida, cuando llegamos junto al Suzuki Swift. Aprieta el botón del pequeño aparato negro que tiene entre sus llaves y nos abre las puertas.

-No. Creo estar muy segura de que nadie especificó estar hablando sobre mi trasero.- le respondo tomando asiento en la parte de atrás del coche, pegando un portazo detrás de mí. Hago una mueca de dolor, esperando el chillido de As por haber cerrado la puerta de su bebé sin ningún tipo de cuidado, pero eso no sucede.

-Él lo ha dicho. ¡Hamilton ha halagado tu trasero! Oh, mierda. No, eso no está bien, ¿verdad? A menos que tu quieras que lo esté- Me mira a través del espejo retrovisor, mientras se coloca el cinturón, con una expresión un poco complicada de descifrar. No comprendo si aún le causa gracia, o si ahora se siente preocupada.

Rose se voltea a verme desde el asiento del acompañante, y me mira con una pequeña, pero pícara sonrisa.- Nosotras presenciamos el encanto con el que se te ha quedado mirando; tienes testigos, nena.

As da marcha atrás, pone la palanca de cambio y acelera.- No puedo creerlo. Creo que ha sido el mejor día de mi vida hasta ahora.

-Por favor- les suplico, subiendo un poco el tono de voz, y dejo apoyar mi cabeza sobre la cabecera del asiento. Suelto un suspiro, exhausta-. Solo, no volvamos a hablar del tema, ¿de acuerdo? Hagamos de cuenta que aquí no ha sucedido nada.

Necesito que este día termine.

***

Pesadillas son las que tendré al recordar aquellos esos ojos azules clavados sobre mis bragas. Maldita sea, la vida se empeña en hacer que ese chico consiga avergonzarme constantemente. El simple hecho de tener a Aiden a unos pocos metros de mí me descoloca por completo. Solo espero que olvide lo ocurrido en la tienda y que mañana no se le ilumine la mente con algún comentario estúpido acerca de ello.

El sonido del timbre retumba por las paredes de mi habitación cuando estoy terminando de peinar mis pestañas.

- ¡Scarlett! ¡Baja a abrir la puerta que estoy ocupado en la cocina! .- El grito de William me da un sobresalto, y casi consigo mancharme el párpado con el cepillo del rimel. Gracias al cielo tengo buenos reflejos.

Dejo a un costado el maquillaje y me apresuro a bajar las escaleras.

Apenas llego a apoyar mi mano en el picaporte de metal, que el timbre vuelve a sonar. Abro la puerta y un hombre alto, y que aparenta tener no más de cincuenta años, aparece frente a mí.

Dios mio. No sé si es la ráfaga de viento helada que acaba de golpearme lo que consigue erizarme la piel, o si su aspecto tan familiar es lo que me genera esta impresión. En este momento siento como si mi mente estuviera buscando bloquear a propósito algún recuerdo lejano que tengo de este hombre.

-Buenas noches.- Mi voz sale algo entrecortada por el impacto del frío, pero no dejo que mis labios tiemblen mientras pongo mi mejor sonrisa. O al menos eso intento.

-Buenas noches... - Vacila unos segundos, supongo que intentando recordar mi nombre-. Scarlett ¿verdad? - me pregunta, esbozando una sonrisa un poco torpe-. Tu padre me ha hablado mucho de ti estos últimos años. Eres igual a como te describió- comenta con cierta gracia. Le vuelvo a sonreír, esta vez sintiendo una mayor tensión en mis labios, muriendo internamente por entrar a la sala y calentar mi cuerpo. Está helando aquí afuera, pero este hombre parece no inmutarse-. Por cierto, soy Bobby.- Extiende su brazo en mi dirección, esperando que estreche mi mano con la suya.

La sonrisa amable que lleva en su rostro desde el momento en que le abrí la puerta pasa a transformarse en una sonrisa de disculpa al deshacer el saludo. Saca el móvil de su bolsillo, marca algo en él, y luego lo lleva a su oreja.

- ¿Dónde estás? No podemos hacer esperar.- La voz del ahora conocido como Bobby adopta un tono más grave cuando recibe una respuesta del otro lado. Aguarda unos segundos, y finalmente deja escapar un suspiro -. De acuerdo. Te esperamos.- Aleja el aparato de su rostro, y aprieta el botón para finalizar la llamada-. Lo siento, Scarlett. Mi hijo también nos acompañará en la cena, pero al parecer se le ha hecho tarde. No quiero que pierdas más tiempo, podemos esperarlo dentro- sugiere, pidiéndome disculpas con la mirada.

No le presto demasiado atención a sus palabras. Pasa junto a mi y al verlo de perfil, otra vez me golpea esa ráfaga de viento helada. Estoy segura de que ya lo he visto en algún lado; su rostro me es demasiado familiar. El cabello oscuro, y esos ojos... no sé por qué, pero está empezando a inquietarme demasiado.

-No hay ningún problema.- Parpadeo un par de veces seguidas y me giro para enseñarle el camino hacia la cocina. Señalo en dirección al otro lado de la sala, y Bobby me agradece con un asentimiento.

Me doy media vuelta, y apoyo los dedos sobre la puerta para cerrarla de un empujón. ¿De dónde te tengo Bobby?

- ¡Hey! ¡Esperen!

No. No, no, no, no, no.

Mi corazón deja de latir, y se me hiela la sangre. Aguardo unos segundos. Me resisto a la idea de tener que volver a tocar el picaporte, y me aferro a la esperanza de haber oído mal. Pero, por tercera vez en lo que va de la tarde, el timbre vuelve a retumbar por todos los rincones de la casa.

Cierro los ojos con fuerza y vuelvo a tomar el picaporte. Tal vez solo estoy delirando.

Los dos grados que hacen fuera chocan contra mi piel desnuda, y todo rastro de autoapoyo moral se va por donde vino cuando levanto la vista. Aiden Hamilton está de pie en el porche, con las manos cruzadas sobre su pecho, y por la expresión que pone al verme, sé que no fui la única en no preguntar con quién cenaríamos esta noche.

Hasta el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora