Capítulo 11

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Conforme fue pasando la semana Aiden parecía cada día más ajeno a mi existencia. Si pensara que le importo de alguna manera, diría que me ha estado ignorando, pero prefiero creer que de una vez ha decidido dejarme en paz. Según Mitch, está claro que me ha estado evitando y tal vez, solo tal vez, puede que tenga un poco de razón. De todas formas, he estado intentando no pensar demasiado en ello; es como si mi cabeza constantemente buscara excusas para meter a ese chico en ella.

Hecho una rápida mirada por la ventana y veo que una gran cantidad de nubarrones ha cubierto por completo el cielo de la ciudad y, por como el viento ha comenzado a soplar, estoy bastante segura de que se acerca una fuerte tormenta.

El olor a café inunda mis fosas nasales y, normalmente, los donuts que mi padre nos ha dejado hoy temprano para desayunar me estarían haciendo agua la boca, pero la ansiedad que me produce el tema de conversación que estoy teniendo con mis amigas no me permite probar bocado.

-Ya déjalo estar, Scar. De todas formas, dudo que el haberlo sabido antes te hubiera cambiado en algo- insiste As, estirando el brazo para agarrar un donut de chocolate. Rose está sentada a su lado, envuelta en una manta al igual que yo, y con sus manos rodea mi taza de Mickey Mouse.

La madre de Aiden vuelve a ser tema de conversación entre nosotras, y yo sigo sin comprender cómo es posible que todo el mundo estuviera al tanto de lo que sucedió con ella menos yo.

Mi cabeza no ha parado de darle vueltas a este asunto desde el martes, sobre todo después de haber visto a Emma. Es tan pequeña, y me da una punzada en el pecho de solo pensar que apenas tiene recuerdos con su madre. Yo aún tengo presente los años vividos con la mía y eso me ha hecho cuestionarme que sería mejor, si seguir reproduciendo aquellos momentos en mi cabeza una y otra vez, o no tener nada en mi memoria que me permita recordarla.

Un fuerte golpe que proviene de la puerta de entrada se oye por toda la casa y me produce un sobresalto tal que casi consigue que caiga de la silla.

- ¿Qué demonios fue eso? - pregunta Astrid, atragantándose con el jugo.

Son las diez de la mañana y estamos completamente solas. Mi padre ya se ha ido a trabajar y, de todas formas, lo conozco lo suficiente como para saber que jamás golpearía la puerta de esa manera.

Inmersa en pánico, pero intentando mantenerme lo más calma posible, me pongo de pie y corro en busca de algún escobillón. Sé que tal vez no sea el arma más peligrosa del mundo, pero estoy bastante segura que un golpe en la cabeza con esto basta para noquear a cualquiera.

Me acerco a la puerta de la cocina y, muy lentamente, asomo la mitad de mi cuerpo para echar un vistazo a la entrada principal.

-Scarlett, ¿qué haces? ¿A dónde crees que vas? - me dice Rose a mis espaldas, en un tono de voz muy bajo, pero lo suficientemente claro como para darme cuenta que está casi tan aterrada como yo-. Dios mío, ¿deberíamos llamar a la policía? Yo creo que hay que marcar...

-Rose Maxwell cierra el pico, que sí ha entrado alguien va a oírnos.

Puedo sentir la respiración de ambas chocar contra mi nuca, e incluso consigo imaginar la cara de horror que Rose le acaba de poner a Astrid.

-Ya cállense las dos.

Me armo de valor y sigo mi camino hacia el porche. Me apresuro a cerrar la puerta, todavía con mi mano izquierda aferrada al palo, pero enseguida que tomo el picaporte y mis ojos tienen una mejor visión del parque delantero, logro ver una enorme valija gris en las escaleras de la entrada. Pero que...

- ¡Sorpresa! - exclama una voz grave detrás de mí, lo suficientemente alto como para darme el susto de mi vida.

Me giro bruscamente, preparada para estampar el artículo de limpieza contra su rostro, pero me quedo helada al verle.

-¡Wow! Tranquila, mujer. No hubiera llegado así si tu padre me hubiera avisado que mi regalo de bienvenida sería un golpe en la cabeza.

- ¿Matthew?

El escobillón resbala de entre mis manos mientras observo atónita a mí estadounidense favorito, a mi mejor amigo, a la última persona que hubiera imaginado ver parada en la entrada de mi casa un sábado cualquiera por la mañana.

-Quién más, si no. Ahora, ¿no piensas darme un abrazo?

Mis labios se curvan con una enorme sonrisa y me abalanzo sobre él con tanta fuerza que lo hago tambalear. Él ríe a carcajadas y yo sonrío con los ojos llenos de lágrimas.

-Perdón que interrumpa este hermoso momento, pero, ¿quién es el guapo? - pregunta Astrid apareciendo por el umbral de la puerta junto a Rose, que parece que se le van a salir los ojos de lugar al escuchar a nuestra amiga.

-Astrid- le dice en tono de advertencia, dándole un golpe en el hombro.

Matt posa su oscura mirada sobre ellas y les regala su mejor sonrisa; siempre ha tenido un pequeño espacio entre sus dientes delanteros y le sienta tan bien que me alegro que haya descartado la idea que tenía su madre de que se pusiera brackets.

-Chicas, él es Matthew Brown. Matt, ella es Astrid. Y esta es Rose.

-Al fin nos conocemos.

-Y es un placer- le dice Astrid guiñándole el ojo. Rose solo sonríe.

Matt no dista demasiado de parecerse a lo que algunas novelas de amor describen como el típico "chico malo" de secundaria (o de Universidad); algo así como los famosos Travis Maddox, Harry Hoffland o Step. Su particular rebeldía y los tatuajes lo delatan; una caja de cigarrillos siempre lo acompaña a donde quiera que vaya y es un desastre en cuanto al amor se trata. Matthew fue, es y creo que siempre será uno de esos chicos que viven al límite. No tuvo la mejor infancia de todas, ni le tocó la mejor familia. Supongo que a las personas no se las premia ni se las castiga por ser buenas o malas, simplemente te toca. Y creo que él es el claro ejemplo de que no importa cuán bueno seas, si la vida te tiene destinada pura mierda, entonces así será.

Con Matt nos hicimos amigos un tiempo después del accidente en que falleció su hermano pequeño y, a pesar de que siempre fuimos muy diferentes, encontramos algo en el otro que nos permitió mantenernos cada vez más unidos. Nos tuvimos tanto el uno al otro, por tanto tiempo, que estos últimos años sentí que una parte de mí ya no estaba.

***

-Mierda, Scar. No nos habías dicho que era tan guapo en persona- me dice Astrid mirando hacia las escaleras, segundos después de que Matt nos dejara para irse a dar una ducha.

-A veces puedes ser tan descarada, As. ¿Acaso no te importa? - Rose le pregunta ya un poco molesta.

-Tranquila, Ginger. Ni que le hubiera dicho en la cara que tendría sexo con él; solo estoy bromeando.- Astrid se deja caer como una bolsa de papas sobre el sillón y sonríe con picardía-. O, bueno, tal vez no.

Ruedo los ojos divertida y me acerco a ella, dejando atrás la estufa hogar y el fuerte calor que se desprende de ella.

-Más despacio, rubita. No quieres terminar con el corazón roto antes de siquiera conocerlo bien- le advierto, tomando asiento a su lado-. Es buen chico, pero también es exactamente lo que aparenta.

Rose me mira desde el otro lado de la sala con los ojos entrecerrados y parece que está a punto de hablar, pero, de todas formas, As se le adelanta cuando se pone de pie y me mira como si acabara de decir la tontería más grande del mundo.

-Pero si con esas pintas puede romperme lo que sea que prometo no quejarme.

De golpe, uno de los almohadones se estrella contra su nuca y no puedo evitar estallar en carcajadas al ver la expresión que pone.

-¡Rosemary Maxwell! ¡¿Qué demonios te pasa?!

Rose también comienza a reír descontroladamente, hasta que As se abalanza sobre ella y ahora son sus gritos los que se oyen por toda la casa.

Hasta el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora