El trayecto es silencioso, ninguno de los dos habla y tampoco se prende la radio. El repiqueteo de las gotas sobre el asfalto es lo único que se oye de fondo, algún que otro auto pasa por nuestro lado, pero las calles están tranquilas.
Apoyo mi cabeza sobre la cabecera del asiento y miro por la ventana, dejando que mi mente se despeje por primera vez en lo que va del día. Las últimas palabras que Aiden me dirigió esta mañana resuenan en el interior de mi cabeza, y mi cerebro inmediatamente decide proyectar en ella el momento en que ayer sus ojos azules fueron testigo de la mala pasada que me jugó el vestido de tirantes.
Siento un calor intenso acumularse en mis mejillas y rápidamente las cubro con ambas manos. Maldita sea; solo yo soy capaz de recordar algo así en un momento como este.
-¿Tienes calor? Puedo apagar la calefacción si quieres.
-¿Qué? No- le digo enseguida, girándome sobre mi asiento. Aiden está mirándome divertido-. ¡Pon los ojos en el camino, Hamilton!
Y, plantando una pequeña sonrisa en sus labios, rueda los ojos y hace lo que le pido.
Vuelvo mi vista hacia la ventanilla y mantengo mis ojos clavados en ella. Con algunos mechones de pelo me cubro la mitad de mi rostro, procurando dejar fuera de su vista el rojo de mis mejillas, y no vuelvo a girarme hacia su sitio, al menos no hasta que frenamos unos kilómetros más adelante.
-Bien, es aquí. Bajemos- me dice Aiden haciendo un gesto con la cabeza, después de apagar el motor y quitarse el cinturón.
Mis ojos viajan hacia su cabello y luce como si acabara de salir de la ducha; sigo el recorrido que hace una de las gotas que se desprende de uno de los mechones negro azabache y noto que lleva la campera completamente empapada.
Bajamos del auto y ambos corremos hacia la entrada, lo cual me parece bastante ilógico viendo que él ya se ha mojado hasta las zapatillas, pero es Aiden, y nunca nada de lo que hace tiene sentido.
Tras darle dos vueltas a la llave, la puerta principal se abre y yo soy la primera en poner un pie dentro. Mis ojos bailan yendo de un lado hacia el otro y no puedo mantenerlos fijos en ningún punto. La mesa redonda que nos recibe frente a las escaleras está decorada con un inmenso jarrón de vidrio que está cargado con una flores preciosas, las cuales sin duda inundan la entrada de la casa con un aroma exquisito.
Aiden apoya sus llaves sobre la mesa de mármol después de haberse sacado la campera y con un gesto de mano me indica que lo siga hacia lo que desde aquí parece ser la sala de estar, donde todo está perfectamente ordenado y los muebles aparentan ser carísimos. Mis ojos se redirigen un poco más allá de los ventanales, que dejan perfectamente a la vista el patio trasero, y junto a ellas una puerta doble que da hacia el comedor.
El silencio que reina en la casa parece inquebrantable, al menos hasta que un grito agudo se oye detrás de nosotros, lo que me hace volver la cabeza hacia la entrada.
- ¡Bu! - grita, lo que, por su tono de voz, parece ser una niña pequeña.
La tela blanca que cubre su cuerpo no le permite ver nada y avanza a los tropezones por el hall. Aiden la alcanza rápidamente cuando casi se lleva puesta la mesa redonda.
-Emma- le reprocha, parándola frente a él y tirando de la sábana para sacársela de encima-. Un día de estos vas a estrellarte contra algo si sigues poniéndote esto en la cabeza.
Aiden esboza una media sonrisa cuando la mirada inocente de la niña hace contacto con la suya, y niega con la cabeza. Entonces, se da la media vuelta y me mira.
-Scarlett, ella es Emma, la más pequeña de mis hermanas- me dice, tomándola en brazos-. Puede ser muy original a comparación de otras niñas de cinco años que suelen vestirse como princesas- bromea, y la pequeña se revuelve entre sus brazos queriendo escapar de ellos.
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Hasta el alma
Teen FictionDespués de tres años de su mudanza a la ciudad de Wimbledon, Inglaterra, Scarlett ya no está dispuesta a seguir soportando el molesto e inaguantable comportamiento que Aiden ha tenido con ella desde que puso un pie en MacQuoid. Y Aiden, por su parte...