Diciembre 22, 2012.

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¿Haz oído hablar de la evolución de una estrella? ¿No? Te contaré algo, sencillo, por que no he estudiado jamás este asunto más allá de lo que se puede viendo el cielo y escuchando palabras mayores

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¿Haz oído hablar de la evolución de una estrella? ¿No? Te contaré algo, sencillo, por que no he estudiado jamás este asunto más allá de lo que se puede viendo el cielo y escuchando palabras mayores. Mi abuelo solía hablarme de ellas. De cómo cada uno de nosotros tenemos nuestra estrella allí arriba, sólo tenemos que buscar bien en aquel manto azul para encontrarla. Él decía, que la estrella que te pertenece, se enciende cuando naces y se apaga cuando das tu último aliento; pero no todo el mundo sabe lo que ocurre con las estrellas al agotarse su energía, ¿verdad? Te diré: Una estrella muere en cuanto su hidrógeno comienza a agotarse, pero varias cosas pueden ocurrir: Primero que nada, y en cualquier caso, al consumirse el hidrógeno y transformarse en helio, la estrella se comprime y se calienta, lo cual hace su despedida incluso más brillante que toda su vida. A su alrededor se forma una nueva capa, gracias a los gases que la estrella despide al comprimirse, y esta nueva capa se congela; así es como cada estrella, antes de su final, se convierte en una Gigante Roja. Pero luego de esto, la estrella tiene opciones. Dichas opciones están condicionadas según el brillo que la estrella tuvo durante su vida. La estrella puede convertirse en una Enana Blanca, una estrella extinguida que sostiene su brillo, rodeada por una nebulosa planetaria; o puede convertirse en una Supergigante Roja, que más tarde, debido a la nueva combustión, puede crear una supernova, es decir, una explosión estelar tan brillante que en la antigüedad solían confundirla con otra estrella. 

Mi abuelo decía, que cuando una persona sabe que está próxima a su final, todo el trabajo de su vida se reduce a aquella implosión. Decía, que durante tu vida decides ser recordado como una Enana Blanca, silenciosa, oculta en su nebulosa, perdida en el espacio sin nadie que la recuerde. O puedes dar todo tu brillo, lo mejor de ti, brindar tu luz al resto para luego dejar un gran rastro tras tu partida; convertirte en una supernova, en un recuerdo fuerte de quién fuiste, y segur brillando como un hermoso recuerdo.
Entendería si no comprendes por qué te digo esto, pero entenderás que en lo que a mi respecta, es esencial. Lo descubrirás más tarde, lo prometo.

Te he contado lo que sucede, pero te lo he ocultado demasiado tiempo para mi gusto y la culpa es algo que jamás me ha agradado sentir. Te cuento ahora, con lujo de detalles todo lo que ocurrió, por que además quiero que alguien tenga trocitos de mi supernova.

Aquí va.
¡El viaje! Primero lo primero. Fue hace años, claro, para ese entonces tenía 17 y apenas te había conocido hacia algo más de 2 años. Cruzamos en avión los 2756 km que separan Londres de Rusia, en tan solo 3 horas. San Petersburgo es una ciudad preciosa; sospecho que te fascinaría ver cada rincón de la ciudad. Catedrales inmensas con bellísimos decorados en oro y colores fascinantes. ¡El Museo Hermitage! Es increíble. Mi padre insistió en llevarnos y no te das idea de lo encantada que quedé.
Alquilamos un piso en un edificio cerca del centro, sin quejas; era bastante acogedor para 3 personas. Debo admitir que el tipo del piso de arriba me aterraba, pero creo habértelo dicho en una de esas llamadas a distancia.
Debo agradecerte, y re-agradecerte por esas llamadas. Sé que eran muy costosas y todo eso, pero eran mi cable a tierra. Entre entrenamientos, el estress de la gente hablando en un idioma que no entendía ni por casualidad y la escuela que debía terminar, estaba hecha una bola de nervios; y de repente ahí estabas, del otro lado del teléfono contándome que habías dado bien tu último exámen y que pasarías de año, o cualquier cosa que se te cruzara por la cabeza.
El patinaje me ayudó a conseguir la beca en el instituto. Además del patín artístico, debía rendir bien todas las materias normales. Sí, en ruso. Фигня. Claro que, apenas si pasé, pero con gusto dejé atrás la secundaria y dediqué lo mejor de mi al patín.
Las pistas eran alucinantes. De tamaño olímpico, con gradas y gradas y más gradas a su alrededor, luces de todo tamaño y color, máquinas de humo. Incluso tenía luz bajo el hielo. Mi madre, como manager oficial, (ya sabes cómo se pone), pidió que la encendieran para cada una de mis presentaciones. Y es que tenía razón. Mis rutinas, o bueno, la mayoría de ellas, dejan un dibujo muy coherente en el hielo, que jamás se ve. Pero esta luz resaltaba las líneas y me sentía como si fuera artista, dibujando a lo grande en un trozo de hielo inmenso.
Me esforcé por puntuaciones perfectas. Las otras chicas eran excelentes, al igual que los hombres; amé el concurso de parejas aunque no participé. Se necesita demasiado tiempo compartido con la otra persona para lograr anticipar sus movimientos, y aún con una coreografía programada es muy complicado; así que evité aquel riesgo.
Dos años después de despedirme de ti en Londres, había llegado al gran evento, en el que estaba segura de conseguir el oro. Un concurso organizado por las autoridades de San Petersburgo, en el que nos enfrentábamos patinadoras de distintos orígenes.
Yo iba de última, salíamos por orden de inscripción y me había retrasado en aquel asunto. Le quité la protección a las cuchillas de mis patines y aguardé en la alfombrilla a que llamaran mi nombre y ambientaran la pista para mi rutina.
En ese momento solo supe que el vestido era precioso; de un púrpura profundo, que oscurecía a medida que se acercaba el borde de la falda. Era sencillo, con escote en corazón y brillos traslúcidos que llegaban hasta mi cuello. Mi madre se había encargado de recogerme el cabello por completo, colocando una tiara pequeña, de esas que parecen una corona de flores, pero más simple y del color platino de los brillos en mi cuello.
Recuerdo haber cerrado los ojos y respirado profundo, una, dos veces, antes de oír mi nombre huyendo de los parlantes. Me deslicé al centro de la pista, en aquel medio minuto de silencio que se formaba cuando los espectadores esperan que la música comience. Percibí el chasquido leve que indicaba los pocos segundos que faltaban para el comienzo de la canción; pero yo ya estaba lista, en posición, ocupando el centro de la pista con una luz rosada surgiendo desde abajo del hielo. Lo limpiaban entre cada rutina por que la mayoría de los saltos implican un pique, una estocada con el patín al hielo para tomar impulso y volar.
La canción es de mi favoritas, la habíamos escogido con mamá por su intensidad en el estribillo. Habíamos escogido la de una película que de pequeña me traía loca; Colores en el viento, de Pocahontas. Seguro la conoces, aunque pensándolo bien tal vez no. Dudo que vieras Pocahontas de pequeño, lo que me recuerda y te aviso desde ya, que te haré verla de principio a fin. Habíamos encontrado la canción en orquesta de viento y cuerdas, violines, chellos, oboes, y decenas de instrumentos que no estaba segura de haber visto alguna vez.
Podía cantar la canción para mis adentros mientras realizaba la rutina, pero a medida que avanzaba sentía una presión cada vez más grande en el pecho. Supuse que era la ansiedad, los nervios jugándome una mala pasada, así que lo ignoré todo y seguí con mi rutina.
Cuando la canción llegaba a la parte del lobo aullando a la luna azul, debía acelerar la carrera para el triple axel; ¿sabes que es el salto más complicado en patinaje artístico? Pero iba bien, había realizado la transición y el despegue perfectamente, todo iba según lo planeado, pero caí.
Lo primero que sientes cuando caes, es el golpe. El hielo es duro, como caer en concreto. Súmale a eso que giraba microsegundos antes de caer, así que me golpeé con fuerza la cadera contra el hielo, junto con mi codo y el costado derecho de mis costillas. Lo segundo que sientes, es el frío; El cuerpo se encuentra caliente, por el ejercicio de patinar, así que cuando tocas el hielo es como pasar del calor extremo en una sala, a una habitación con aire acondicionado, pero multiplicado por 10. Pero esta vez fue diferente, el golpe y el frío se vieron opacados por una fuerte punzada en todo mi pecho; se sentía como si alguien quisiera salir de mi caja toráxica y estuviera usando picos y palas para buscar una salida.
Tosí buscando aliviar la presión, pero una vez que empecé a toser, no pude parar. Nadie venía, claro, todo pasó muy rápido. Cuando una patinadora o un patinador cae, se escuchan suspiros de decepción en masa, tal vez de lástima, pero todos esperan que se levanten y aplauden. Nadie aplaudió, ¿sabes? No he podido levantarme. Tosí tan fuerte que algo salió por mi garganta. ¿Sabes que aspecto tiene la sangre contra el hielo? el contraste es único. La sangre se congela enseguida pero mantiene su color rojo oscuro. Me dio tanta impresión, nervios, vergüenza y desesperación, que me desmayé. Todo giró en un tornado de nubes negras y lo último que sentí fue el hielo frío sobre mi espalda.

No es tan fácilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora