Capítulo treinta.

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—Me encantaría saber su nombre. —Le confieso a la gata parada, a pesar de estar caminando hacia delante, volteo para ver su rostro; éste es firme mirando el camino sin prestarme atención alguna, comienzo a reír por alguna razón, su rostro pareciera como si oliera un gas.

— ¡Kaley! — Una voz familiar grita desde una mesa que está por enfrente de mí. Volteo, es Richard. Siento rabia, dolor y sobre todo amor al verlo.

—Tienes veinte minutos. —Me empuja hacia el asiento de la mesa. —No vayas a hacer una estupidez. —Susurró en mi oído, y se alejó lentamente.

— ¿Cómo estás? —Sacó un pastel. — Te lo hice.

—Eres un infeliz. — Le desprecio por lo bajo.

—Perdona... Sólo que...

Me paré y lo encaré. — ¡Por ti estoy aquí!, tengo más miedo gracias a ti. —Tuve pensamientos de abominación y lo comencé ahorcar. — ¡Púdrete! —Unas enfermeras me separaron de él.

— ¡Llévensela! —Ordenó la gata parada.

— ¡No! —Cada vez iba más lejos. —Sólo quería ayudarte. —Dijo en voz de hilo, y se escucharon sollozos; había hecho lo incorrecto. Pero era tarde para decírselo, me aventaron a mi celda.

— ¿Cómo te fue? —Dijo Onix.

—Intenté ahorcarlo. —Suspiré.

— ¡Ya ni yo! — Apareció Axel desde la puerta del baño.

—Al menos no lo mataste. —Dijo Onix. Su comentario me causó gracia, porque a pesar de estar muy enojada no tendría la fuerza para matarlo, lo amo, es mi hermano. A parte soy débil. Pero lo amo.

Más allá de los ecosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora