Hay noches en las que me despiertan tus pasos en mis pensamientos.
Dieciséis años.Cuando iba en el autobús, viendo la mañana húmeda por la sucia ventana, pensé en saltarme las clases e ir a buscar un empleo de tiempo completo. El dinero ya no me era suficiente, necesitaba el alquiler de la casa y aún no había pagado la colegiatura de Will, ni los uniformes. Antes de que pudiera pensar en arrepentirme de lo qué iba a hacer, me dirigí a la oficina de la directora para recoger mi papelería y darme de baja.
La directora era una vieja amargada como las que pintan en los cuentos. Siempre vestida de negro y con el ego por las nubes. Sin embargo, había momentos en los que se compadecía de los alumnos. Y al parecer ese era mi día de suerte.
-Así qué, ¿te darás de baja?- dijo sorprendida y quizá algo decepcionada. No me sorprendía, porque hasta yo estaba decepcionada de mí misma.
-Sí- me limité a responder, evitando sonar altanera.
-¿Puedo saber el motivo?
-Preferiría no hablar de eso- dije. Su rostro se contrajo en una mueca de desagrado. Corrección, ese no era mi día de suerte.
-Bueno, si no lo dices aquí, tendrás que decírselo a la psicóloga, ella tiene que hacer tu carta de conducta, así que, ¿por qué no mejor me lo dices?- enarcó una ceja, desafiándome. Era tan injusto. Uno no va por ahí alardeando de no tener dinero y tener que cuidar y mantener a un niño de once años porque sus padres son unos imbéciles.
-No tengo dinero.
-¿Sólo eso? Querida, aquí hay becas, podemos otorgarte una- dijo tan simple y alegre, como si dos más dos fueran cuatro.
-¿De verdad?- dije. Como si no entendiera que dos más dos, eran cuatro.
-Por supuesto- Pero no era suficiente, no tenía dinero para Will.
-Directora, de verdad le agradezco esto, pero eso no es el único motivo por el que quiero dejar la escuela.
Mi incomodidad se reflejaba en la manera en que mis pies golpeaban el suelo de manera rítmica.
-Entonces, dime. Tengo bastante tiempo- pronunció con una sonrisa que me provocaba escalofríos. No podía decirlo, nos pondrían en algún programa de adopción. La directora, al ver que no decía nada, continuó hablando- veo que no quieres hablar, y está bien, lo entiendo, sólo te pido que pienses lo que estás haciendo. Estás a la mitad de la preparatoria, tus calificaciones son ejemplares, y la optativa que elegiste es perfecta.
Cuando terminó de hablar, di las gracias, me levanté y decidí ir al trabajo desde temprano. La directora había hablado como si realmente le importara lo que pasara conmigo, aunque sabía bien que ese era su trabajo. Esas eran las charlas que debías tener con tu madre cuando quieres hacer locuras. Entonces ella te diría que lo estabas haciendo mal y te ayudaría a mejorar. O algo así fue lo que leí en el libro qué me prestaron.
Comencé a caminar a la parada del autobús, cuando la lluvia cayó sobre mí. La calle estaba desierta, y yo, yo estaba empapada. Diez minutos después el autobús llegó, pagué e ignoré las miradas juiciosas del conductor y los pasajeros, me senté y cerré los ojos para pensar, o para tratar de hacerlo.
Quizá podía faltar tres días por semana a clase, e ir a trabajar. O podía pedir la beca, y sólo faltar un día a la semana. O podía ir con la trabajadora social y decir que ya no podía más.
Abrí los ojos y respiré, asustada del rumbo que estaban tomando mis pensamientos. Tenía que poder. Will era lo único que tenía, y sin importar nada, estaría con él por siempre. No cometería el mismo error que mis padres. Bajé del autobús y metí las manos a los bolsillos de la chaqueta, crucé la calle y limpié mis pies en el tapete de la entrada.
-Eh, Carlee, vas a enfermarte- dijo Amy, la hija de la dueña. Una niña de escasos diez años, dulce y bonita, pequeña, delgada y con cabellos color rojo. Le sonreí.
-No, estaré bien, gracias.
-¿Qué haces aquí tan temprano, cariño?- dijo Caroline, la dueña, alta y curvilínea, como una modelo de Victoria Secrets- y además tan mojada- añadió.
-He faltado a clases, ¿puedo quedarme a trabajar?
-Creí que la escuela era primero- me dijo, con el tono confundido que usaba siempre con la pelirroja.
-Bueno, no cuando te hace falta el dinero- susurré y me senté en el escritorio junto a Amy.
A las dos de la tarde en punto, Caroline entró con varios sobres en la mano y empezó a repartirlos a los empleados de una rápida forma, e impresionante, dadas las zapatillas que llevaba. Cuando me entregó el mío, se dio la vuelta y entró en su oficina. Lo abrí, agradecida. Con esto pagaría el alquiler y daría una parte de la colegiatura de Will, ya vería como le haría con el resto. Abrí los ojos, azorada.
-¡Oye, Charlie! ¿Cuánto te dieron?- pregunté a gritos a uno de los empleados que pasaba cerca de mí.
-Lo mismo de siempre, doscientos dólares- respondió. Imposible. No conté mal. Aquí hay quinientos dólares extra. Fui corriendo a la oficina de Caroline y toqué la puerta. Tomar dinero sin permiso es robar. Y quedarse con él, aunque fuera un error de la otra persona, también lo es.
-Adelante- se escuchó del otro lado.
-Este, señora Vanderwell- comencé.
-Caroline- me corrigió.
-Sí, Caroline, eh, creo que se equivocó, me dio dinero de más- le dije.
-No me equivoqué- respondió viéndome.
-¿Cómo?- pregunté sin entender nada aún. Mi nivel de idiotez estaba muy alto ese día. Eso sí que me sorprendía, normalmente era distraída, pero no tanto.
-Querida, ese dinero es tuyo. Úsalo, y tranquila, que no pienso cobrártelo. Considéralo un regalo adelantado por tu cumpleaños- sonrió tranquila mostrando todos los dientes. Demasiado feliz para estar regalando quinientos dólares.
-Caroline, no puedo aceptarlo- me negué.
-Sé que estás teniendo problemas, paga lo que necesites, y lleva a Will al cine- me dijo contenta.
-Muchas gracias- le susurré conmocionada. Mis mejillas ardían.
-Oh, no es nada, y ahora, vuelve a trabajar- dijo, sonreí y salí de ahí. El resto del día estuve pensando en que sería lo que haría. Aceptaría la beca y trabajaría dos días a la semana en turno completo, y el resto de los días en medio tiempo. Haría todo lo que estuviera en mis manos por Will.
Caminé a casa para ahorrar el pasaje mientras veía alrededor. Había niños pequeños, jugando en los columpios y en la resbaladilla, y otros de mi edad tomados de la mano, riendo y comiendo helado. Pero lo que llamó mi atención fue una familia. Cuatro integrantes, la niña tendría unos diez años, llevaba de la mano al que supuse sería su hermano. Fijé mi mirada en ellos, el papá le sonreía a la mamá mientras acariciaba su espalda. Cuando el niño corrió hacia él, lo tomó en sus brazos e hizo como si fuera un avión. Lucían alegres, unidos. El corazón se me partió en dos.
Solo seguí caminando. Y cuando llegué a casa, abracé a mi hermano y le dije que lo amaba.
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Confesiones Rosadas
Teen FictionCuando nunca se ha tenido sueños o esperanzas, ni se ha conocido la más mínima felicidad, cuando desde niña solo se ha sido consciente del abuso, la humillación, la depresión y la soledad, ¿qué se puede esperar? Carlee Borgens ha trabajado duro y...