III

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La noche en que Will y yo escapamos tenía doce años. Mi padre acababa de golpearlo y a mí me había violado. La última de tantas veces. Él se quedó dormido a un lado mío, me levanté temblando y me puse mi ropa. Salí de esa estúpida habitación, maldiciéndome por sentirme tan débil. Le dije a Will que nos iríamos, y él sin dudarlo me siguió. Esa noche dormimos en un parque lejano y para la mañana siguiente ya estábamos muy lejos de ahí. De Santa Mónica a Nashville. Y aquí en Nashville nos quedamos. Estuvimos días sin comer, hasta que encontré un trabajo. Empacaba víveres en una tienda de autoservicio. Había días en los que simplemente creí que moriría. Pero por desgracia o buena fortuna, llámalo como quieras, sigo aquí.


La mañana siguiente me levanté desde temprano, me puse tenis y fui a correr. Corrí tres kilómetros y me di cuenta que debía regresar, así que di la vuelta. Hoy tenía que ir al instituto, y pedir la beca. También debía ir con la psicóloga, ya no aguantaba más los pensamientos que amenazaban mi mente, ni las pesadillas cada noche. Mi frente comenzó a llenarse de sudor y el cabello a pegarse en mi cuello de una manera que me incomodaba y ponía de mal humor. Todo empeoró cuando un autobús pasó a un lado mío y me llenó de agua sucia que bien parecía de drenaje.

-¡Es en serio, imbécil!- grité al chofer que dudo me haya escuchado. Maravilloso. Continué caminando hasta llegar a casa, rechazando las miradas de los que me veían. Mi fortuna se reducía a este momento; yo siempre atraía al agua.

-¿Por qué hueles a mierda?- preguntó mi hermano.

-¿Y tú desde cuándo sabes qué quiere decir mierda?

-Desde que entraste por esa puerta oliendo a ella- sonrió inocentemente.

-¿Cuándo empezaste a crecer?- cuestioné mientras alborotaba su cabello- ¿Ya estás listo?

-Sí, pero tienes que alimentarme.

Reí y corrí a la cocina a preparar huevos revueltos y jugo de naranja.

-Pasaré por ti cuando salga de la escuela, tendrás que ir conmigo al trabajo- le dije a Will cuando estábamos frente a la primaria.

-Sí, señora- dijo. Cuando iba a la mitad de las escaleras le grité que lo amaba.

-¡Shh! Se burlarán de mí, y tengo que ser un niño cool- pronunció guiñándome un ojo. Solo reí y crucé la calle para tomar el autobús. Baje varios kilómetros después frente a un banco para pagar la inscripción de Will y después continué caminando hasta que llegué a la preparatoria. Para entonces, el sol ya había salido y las nubes desaparecido. Lo primero que hice al llegar fue ir a hablar con la directora, tratando de convencerme de que estaría bien y que estaba haciendo lo correcto.

-Hola, Carlee, toma asiento, por favor- saludó cuando entré.

-Bueno días, directora- dije mientras me sentaba.

-¿Lo reconsideraste?

-Directora, antes quisiera que supiera todos mis motivos para querer dejar la preparatoria- le había estado dando demasiadas vueltas. Necesitaba ayuda.

-Bueno, te escucho.

Me aclaré la garganta, me senté bien, pestañeé varias veces y tomé aire.

-Desde los doce años he cuidado y mantenido a mi hermano menor yo sola. Escapamos de casa porque esa vida no era vida. Era más bien el infierno del que todos hablan. Las razones no vienen al caso, y no quiero alargarme tanto mencionándolas, así que seré directa- sonrió- tengo un trabajo de medio tiempo, pero no me alcanza el dinero. La secundaria a la que entrará Will es costosa y yo, yo quedo en segundo plano cuando se trata de él. Tengo que decidir, directora, y lo elijo a él.

Guardó silencio por unos minutos. Tal vez fueron horas y no lo noté.

-Carlee, eso es absurdo, no es razón suficiente para que dejes la escuela- hizo un gesto con la mano, restándole importancia- podemos arreglarlo, puedes obtener una beca e incluso puedes inscribir a tu hermano a éste instituto, recuerda que aquí también tenemos secundaria.

-No quiero que nadie sepa que no tenemos familia, nos pondrían en adopción- dije. Acercó su cabeza hacia mí, como si me fuera a confesar su peor miedo.

-Será nuestro secreto- susurró. Con eso bastó para sentirme aliviada.

El resto de la mañana fui a mis clases. Matemáticas primero, después Física, más tarde Literatura y Redacción, y la última, Música. Mi preparatoria tiene un estúpido programa de apoyo a las artes, así que puedes pasarte horas cantando, bailando, actuando y demás cosas. Nos obligan a que nos guste la música, y nos enseñan a tocar instrumentos. Cuando recién llegué y supe de ello quise salir corriendo. No se me da esto. Pero escogí piano. Me gustaba. Pero no llegaba a fascinarme. Me prestaban un teclado para llevarlo a casa y practicar, le tocaba toda la noche a Will, pero ni así se convirtió en algo imprescindible en mi vida. No le encontraba sentido a practicar algo que no me iba a dar un trabajo bien pagado.

Pero aun así me quedé a la clase y toqué Creep, de Radiohead. Cuando la maestra no veía la tarareé en voz baja y me prometí que me esforzaría por sentir algo. Sería como mi irracional miedo a las mariposas, fingiría que no les tenía miedo hasta que un día, terminaría por creérmelo.

Cuando el timbre sonó caminé a la escuela Kennedy. Entré por la parte de atrás y me recargué contra la reja de alambre que separaba la carretera del campo de futbol en el que Will practicaba. Vi como los niños gritaban y corrían con el balón de un lado al otro. Pero no lo veía por ningún lado. Agudicé la mirada en su búsqueda hasta que di con él. Estaba del otro lado del campo hablando con el entrenador, vi cómo le dio unos papeles y una palmada en la espalda. Will sonreía. Llevaba tiempo sin ver esa sonrisa. Se le formaba un hoyuelo del lado izquierdo.

-¡Will!- grité, giró su cabeza y me miró. Trató en vano de esconder los papeles que tenía, pero resignándose se acercó a mí.

-¿Ya nos vamos?- preguntó.

-Claro, ve por tus cosas- le dije. Caminó hacia la banca y tomó su mochila. Regresó conmigo y abrió la reja para salir. Empezamos a caminar en silencio. Extraño, ya que Will siempre habla. Se la vivía contándome sobre la escuela. "La maestra dijo..., el entrenador esto..., mis amigos allá..., la niña, el niño, el balón, la tarea...bla bla bla". De hecho, lo difícil es hacer que se calle. Millones de ocasiones deseé que se callara. Ahora que está tan silencioso quiero que hable. Atravesé el parque y me detuve en el árbol en el que siempre nos sentábamos Will y yo, todos los días si no es era posible.

-¿Por qué nos detenemos?

-Porque estás muy callado.

-¿Y?- pronunció algo irritado.

-Will, ¿qué pasa?

-Nada.

-Vamos, te conozco mejor que a la palma de mi mano. Así que dime. Soy tu hermana, estaré siempre contigo.

Suspiró y se dejó caer. Me senté a su lado y esperé a que hablara.

-Carlee, el entrenador me dio esto- sacó los papeles que yo ya había visto- es un campamento, algo así como una escuela de futbol, para las vacaciones. Él cree que soy bueno.

Sonreí. No era raro. Había visto jugar a mi hermano millones de veces, e iba a cada uno de sus partidos. No me perdía ninguno. En cada partido el siempre hacía el gol ganador, y el resto del equipo lo cargaban en los hombros y coreaban su nombre mientras yo esperaba pacientemente recargada en algún árbol. Jugaba con él cada vez que podía y era divertido.

-Eso es fantástico. No veo porque...- me quedé callada cuando vi el costo del campamento- Ahora lo entiendo.

-Carlee, de verdad quiero ir, pero no puedo.

-No, claro que irás. Lo pagaré, ya verás- le dije mientras despeinaba su cabello. Me dio una mirada triste de ojos cafés en la que vislumbré un atisbo de esperanza. Tendría que trabajar el doble y caminar a todos lados. Ahorraría cada centavo si era necesario.

-¿De verdad?- cuestionó.

-Así es- le dije confiada aunque tenía algo de miedo.

-De verdad te amo, Carlee- habló mientras me rodeaba el cuello con los brazos. Besó mi frente.

-También te amo, Will.

Confesiones RosadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora