XV

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Quince meses después.

Cada día se pasaba más rápido que el otro. Cuando lo noté, noviembre ya estaba encima de nosotros.

     Will ya había entrado a la secundaria y gozaba de cierta popularidad entre la comunidad femenina por el mero hecho tener un rostro agraciado y pene. Ah, y por ser capitán del equipo de fútbol. Aunque para mí seguía siendo mi pequeño hermanito, rechoncho y tiernito.

¿Yo? Bueno, terminé la preparatoria junto con la especialidad y me dedicaba a trabajar en la editorial, me había convertido en la mano derecha de Caroline. Y Dallas, él estaba igual de sexy que siempre.

Vallolet había seguido insistiendo en hacerme creer que lo mío con Dallas no duraría. Pero ya había pasado más de un año y él permanecía conmigo.

-Veremos cuánto dura tu felicidad, estúpida- habló Vallolet. Contuve la necesidad de arrancar sus uñas de una por una.

-Deberías dejar esto ya, ¿por qué no lo olvidas?

-No puedo. El corazón le pertenece al que lo hace latir. Y él es el único que lo ha logrado- dijo la chica antes de darse la vuelta y salir de la librería.

-Necesito que me reserves un cupo en el vuelo más cercano a México, tengo varios asuntos pendientes. Y una habitación por una semana, da igual el sitio- indicó mi jefa espantando el agrio recuerdo de mi mente.

-Por supuesto- asentí.



Mi relación con Dallas era conocida por cada miembro de su familia. Por cada empleado de la librería. Y no dudaba que incluso todo el país estuviera enterado de eso. La manera en que me trataban en el trabajo había sufrido un cambio radical: dejé de ser la adolescente con el pasado trágico para convertirme en Carlee Borgens, seria, asistente de la dueña y vestida con satén negro. Incluso Dallas me trataba diferente, cada vez era más cariñoso y dulce. Aunque también, nuestra relación se tornaba más y más...subida de tono.

Caliente, idiota, caliente.

Y también estaba esa voz en mi cabeza que afirmaba mi locura, pero no importaba. Al final de cuentas, todos estamos locos, sólo que unos más que otros.

Tyler era la excepción. Mi padre no estaba loco. Era imbécil. Una gran diferencia.

Nadie sabía cómo, pero había escapado del psiquiátrico hacía unos meses y no se sabía su paradero. Rezaba día y noche porque Will y yo no lo volviéramos a ver, jamás. Ya me había arrepentido suficiente de visitarlo, era pasado. Y él pasado está fuera de nuestro control.

¿Qué más? Mi trabajo influía bastante en mis gustos y al trabajar en una librería y editorial tenía que interesarme en la lectura. Caroline y Dallas me persuadieron bastante, pero leer se convirtió en mi mayor pasatiempo, dejando en segundo lugar el piano.

Dallas me dio por mi cumpleaños diecinueve un piano color negro que no pudo haber sido más hermoso. Pasábamos los fines de semana tocando y cantando con Will y Amy de espectadores. Ellos se tomaban de la mano y se sonreían románticamente.

Por eso hay tantas embarazadas a los quince.

Volviendo a mi primer pasatiempo: constantemente me enamoraba de los protagonistas masculinos y discutía con Dallas cuando me descubría fantaseando con alguno de ellos. Pero, ¿leer sin enamorarse de los personajes? ¿Qué seguía? ¿Peeta sin vender pan? ¿Travis sin saber pelear? ¿Mr. Darcy pobre? ¿Patch humano? ¿Grey virgen?

Pero, incluso con todos esos buenos momentos y con las distracciones, seguía pensando en que Tyler andaba suelto, sin medicamento y cargando con un asesinato en su espalda.

-¿En qué piensas?- murmuró Dallas cerca de mi oído, causándome cosquillas. Vi sus ojos.

-En todo, en nada- divagué.

-Todo te está saliendo bien, solo relájate- aconsejó, besando la comisura de mis labios.

-No puedo quitarme la idea de que Tyler debe andar por ahí, cazándonos como si fuéramos, no sé, leones o algo así.

-No te pasará nada.

Sonreí, con la azúcar por las nubes.

-¿Tú me cuidarás?- le pregunté sonrojada.

-No, pero Will sí.

-Muérete- contesté.



Confesiones RosadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora