XXI

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El juicio fue un mes después.

Tomé asiento entre la gente, intentando esconderme y escuché pacientemente.

Se le acusaba de varios delitos: asesinato, trata de blancas, secuestro, violencia y pedofilia. Además de violación y creación de pornografía infantil.

En total eran veinticinco videos. En diez aparecía yo y en el resto, las niñas que había secuestrado. Reprodujeron uno de ellos como evidencia, el menos "perturbador", como había dicho el abogado. En el video salía una niña de largo cabello rubio, desnuda y atada a una silla. Volteé la cabeza cuando apareció Tyler sin ropa y se le acercó a la pequeña.

Y los que grabó conmigo eran mucho, mucho peores.

La jueza golpeó la mesa con su mallete, llamando la atención de todos y dio su veredicto.

Lo condenó a permanecer el resto de su vida en el hospital psiquiátrico.

Yo hubiese preferido que lo mataran.

Will estaba a un lado mío. Se quedó de piedra cuando escuchó a la jueza. Su mandíbula estaba tensa, tanto que creí que se rompería los dientes, y apretaba los puños a sus costados.

-He dicho- concluyó la jueza, se levantó y salió de la sala. La conmoción se hizo presente, la policía tomó a Tyler y le esposaron las muñecas. El giró y me encontró con la mirada. Y me sonrió. El maldito me sonrió. Me permití ser débil y lloré desconsoladamente en los hombros de Will y Amy.

Podía escuchar el sonido de nuestras respiraciones y mis sollozos. El ruido humano que hacíamos ahí, sentados. Ninguno se movió, ni siquiera cuando la sala estuvo vacía y apagaron las luces.

Me encerré en mi habitación varios días. Sin ver a Will, sin comer, sin tomar una ducha. Sólo sintiéndome miserable.

-Carlee, vamos, sal de ahí- pronunció mi hermano al otro lado de la puerta- llevas ahí una semana y no has comido nada.

-Déjame- contesté, haciendo caso omiso del rugido que emitía mi estómago. La puerta hizo un ruido estrepitoso, supuse que Will estaba tratando de abrirla. Y lo logró.

Puerta estúpida. Te dije que era mejor comprar la de metal.

-Maldición. ¿Quién rayos murió?- preguntó.

-Mi dignidad- dije.

-No seas ridícula. Te necesito. Eres mi hermana. Lo único que tengo. ¿Cómo crees que me siento? Después de lo que vi, y después de todo lo que supe. No es fácil, y menos cuando veo lo miserable que eres, sé que necesitas tiempo, pero no puedo quedarme y ver cómo te autodestruyes.

-Will, vete por favor- susurré con los ojos húmedos y las cobijas cubriéndome hasta la garganta.

-Nunca- prometió y se metió a la cama conmigo.

-No puedo- dije entre el llanto.

-Sí, puedes, ¿qué pasó con la Carlee que me sacó adelante desde que tenía doce años?

Está llorando, ¿no ves?

-Es demasiado- continué. Posó sus brazos a mí alrededor y besó mi cabeza.

-No tienes que cargar con esto tú sola, yo te apoyo- murmuró.

-Eres el mejor hermano- respondí.

-No lo soy- dijo- yo te prometí algo, y no pude cumplirlo- su ceño estaba fruncido.

-¿De qué hablas? Tú siempre cumples lo que me prometes.

-No. Yo juré que nada malo te iba a pasar- habló con lágrimas en los ojos- yo te lo prometí. Y no lo cumplí. No pude. Ni siquiera lo intenté.

Ahí entendí que no era la única que se sentía mal.

-No es tu culpa- aseguré.

-Sí, lo es. Yo debí cuidarte.

-Tú no lo sabías.

-Debí saberlo. Es mi culpa.

Bajé la mirada y parpadeé. Todo venía de vuelta, toda mi infancia, todo lo malo. Me sentía tan pequeña. No era sólo que mi padre me hubiera humillado, violado, vendido. Y tampoco era que mi madre hubiera muerto. Ni no haber visto a Dallas desde hacía más de un mes.

Era mi vida entera.

Era el desastre en que me había convertido.


Confesiones RosadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora