No culpo a mis padres por lo que nos hicieron. Al final de cuentas, todos saben que los animales actúan por instinto.
Will se fue una semana después.
La casa se sentía sola, y ya empezaba a extrañar sus bromas por las mañanas y la manera tan sutil que tenía de reírse de mí. Todos los días, despertaba, iba a correr, desayunaba y me iba a la escuela. A excepción del martes, ese día era el único que trabajaba de tiempo completo.
Había sobrepasado mi nivel de paciencia, así que todas las mañanas me repetía: Sólo una vez más. Sólo una vez más me vería al espejo. Sólo una vez más iría a la preparatoria. Sólo una vez haría cada cosa. Y al día siguiente, exactamente lo mismo. No sé cuándo es que empecé a repetirme este mantra, quizá fue semanas después de que escapáramos de casa.
-Hola, Amy- saludé cuando entré a la librería.
-¿Qué haces aquí?- me preguntó.
-Trabajar- le dije.
-Pero hoy no hay trabajo, mamá su fue de viaje con papá- dijo confundida.
-¿Y qué haces tú aquí?- pregunté.
-Viene conmigo- dijo Dallas saliendo de un pasillo con libros en la mano.
-Bueno, entonces creo que será mejor que vaya a casa- pronuncié.
-Tengo una mejor idea- habló la rojiza.
-¿Qué tienes en mente, pidgeon?- le preguntó su hermano.
-Creo que no fue buena idea- dijo Amy.
-Ya lo sé, pero me divierte verlo así- le confesé mientras reíamos. Dallas estaba regresando la hamburguesa que habíamos comido, el pobre no había aguantado el mareo de aquel juego mecánico.
-¿Sabes que deberíamos hacer?
-¿Qué?- pregunté curiosa.
-Ir a comprar más flores, no creo que esas soporten el vómito de mi hermano- sentenció. Aguanté la risa porque vi que Dallas se acercaba, y sería de muy mala educación burlarme del hijo de mi jefa. Por más ridículo que este sea.
-¿Está mejor?- le pregunté.
-No. Estoy enojado con ambas por haberme hecho subir a ese estúpido juego- dijo viendo al piso.
-Pareces una niña pequeña- se burló Amy.
-Cállate.
-Pareces un bebé- continuó ésta.
Reí por el comentario de Amy, pero Dallas hizo que me callara con una mirada.
-Sólo fue una montaña rusa. Y ni siquiera nos pusieron de cabeza durante mucho tiempo- me vio con el entrecejo arrugado- Bueno, ya está bien, no es la gran cosa, después de todo, se ha divertido, ¿o no?- dije nerviosa.
-Tú harás que me vuelva loco si no me tuteas de una buena vez- dijo con el ceño fruncido. Se le formaba una rara arruga en medio de las cejas. Adorable.
-Está bien- acepté- pero tendrás que comprarme un helado- vi mis uñas, mi postura de negociación.
-Y también a mí- dijo la pelirroja. Esa es mi niña.
-Estoy orgullosa de ti, Amy- le dije mientras chocábamos los cinco.
-Muy bien, tenemos un trato- murmuró Dallas. Extendió su mano y la estreché. Me sentía extraña estando con él. No podía dejar de pensar en Caroline y lo poco que le agradaría que su hijo se codeara con la baja sociedad, como ella decía siempre.
-Es sólo que, mi hijo es atractivo, estudioso, como el hombre ideal, y no me lo puedo imaginar con cualquier mujer. Sólo con alguna que este a su altura- dijo Caroline.
¿Cómo debía entender aquello? ¿A su altura? Si hasta con zapatillas sigo siendo más baja que él. Dallas volvió con los helados y me dio el mío. Caminamos por todo el parque hasta que salimos de él. Nos detuvimos frente a una arboleda, se veían... árboles.
Si, Carlee, y si vas al desierto verás arena, y en le mar habrá agua, desgraciada.
De un lado estaba el jardín más grande y bello que pudieses imaginar, y del otro, contradiciendo la arboleda, se encontraba la ciudad. Completamente iluminada.
Amy corrió por todos lados y Dallas la persiguió. Yo iba a jugar con ellos, pero mi helado requería de mi completa atención. Alguien me empujó por la espalda y rodé unos cuantos metros, lo único que distinguí fue a Dallas y Amy riendo, y a mi pobre helado en el pasto.
-¡Mi helado! ¿Qué les pasa?- dije casi llorando. Ellos sólo siguieron riéndose. Venganza- ¡Me la pagarás!- vociferé. Corrí hacia Dallas que trató de huir, pero fui más rápida y lo aventé justo como él lo había hecho. Cayó sobre mi helado y se manchó su camisa azul cielo. Así transcurrió la tarde, entre bromas y juegos. No me había divertido así en años, de hecho, creo que jamás me había divertido.
Cuando el parque cerró, fuimos a su casa. Estaba en una zona central, me imaginaba algo costoso, digamos, casi un palacio. Pero una casa simple, dulce, bonita. De color beige con muchas plantas en frente, los árboles tenían forma de animales. La puerta principal era totalmente negra con relieve de ráfagas de viento en la parte inferior, y por dentro, todo era blanco, inmaculado, a excepción de unos cojines rojos y fotografías que le daban vida al lugar. Contemplé cada una de ellas.
-¿Ese eres tú?- le pregunté a Dallas.
-Sí- rió- y esa es Amy- en la fotografía ambos estaban disfrazados de tigres y hacían gestos graciosos. Inconscientemente acaricié el marco y sonreí.
-Bueno, ¿¡Quién quiere palomitas!?- gritó Amy desde algún lugar de la cocina. La niña estaba tratando de bajar unos caramelos de la alacena, cuando me acerqué a ella toda la alacena cayó al piso, con Amy encima.
La sensación de incomodidad había desaparecido del todo. Hicimos palomitas y vimos una película, así pasé una de las mejores noches de mi vida.
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Confesiones Rosadas
Teen FictionCuando nunca se ha tenido sueños o esperanzas, ni se ha conocido la más mínima felicidad, cuando desde niña solo se ha sido consciente del abuso, la humillación, la depresión y la soledad, ¿qué se puede esperar? Carlee Borgens ha trabajado duro y...