II

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Cuando tenía tres años, vivía en la playa. Una casa hecha totalmente de madera, con pinturas en las paredes y muebles de color caoba. Will aún no nacía. La noche en que cumplí cuatro años, subí al techo, como cada noche, a ver las estrellas, la luna, y las olas del mar chocar contra las rocas. Escuché ruidos, risas, y el golpeteo de la puerta trasera. Mamá salió corriendo, y detrás de ella un hombre al que reconocí como el encargado del parque de diversiones que había cerca de ahí. Comenzaron a besarse, él, con una mano la sujetaba de la cintura mientras que con la otra le tocaba los pechos. Ella rodeó su cintura con sus piernas, y cuando él le preguntó ¿Qué hay de tu esposo? Ella sólo siguió besándolo. Tuvieron sexo, y yo estaba viendo. A partir de ahí, soy así.


Nunca había visto tal cosa. La lluvia golpeaba el suelo de una manera escandalosa. Los truenos asustaban, y los rayos se veían en la distancia. Las nubes cubrían las estrellas y la luna, que siendo las seis de la tarde intentaban aparecer. Estaba totalmente empapada, tenía tanta suerte de siempre salir justo el día en que llovía. Debía haber ido por Will hace treinta minutos, pero no pude salir antes del trabajo. Como pude, corrí unas tres cuadras y después me detuve cuando vi a lo lejos dos motocicletas, y encima de ellas a unos sujetos. Fingí no haberlas visto y seguí caminando, tratando de mantenerme lejos de ellos. Avancé unos metros y casi tropiezo al oír el rugido de las motocicletas atrás de mí. Sólo seguí. A pesar de que ellos estaban detrás de mí, a pesar de que la lluvia no cesaba, a pesar que la ropa mojada se adhería a mi cuerpo de una manera incómoda y que dejaba poco a la imaginación.

Una mano se posó en mi hombro y me dio la vuelta, el tipo que junto con su amigo me perseguía en las motocicletas ahora estaba estrujándome y diciendo cosas groseras y morbosas. Intentó manosearme y yo le di una bofetada, me regresó el golpe y yo caí abajo. Vi cómo se desabrochó el pantalón, en un intento desesperado quise levantarme, pero él fue más rápido y comenzó a arrastrarme a un callejón cercano. Un Cadillac se acercó, y de él bajaron otros tres hombres, que creí, venían a ayudar al que me tenía. El hombre apretó más su agarre. Ellos se acercaron más y comenzaron a golpearlo, mientras que yo me escondí en una esquina, sólo escuchaba los lamentos del hombre y los insultos de mis defensores.

-¿Estás bien?- oí de repente. Abrí los ojos y vi a un hombre, o en realidad, los ojos de un hombre, grises y cálidos.

-Sí- susurré aún embelesada. Asintió, me puse de pie y contemplé a los que habían querido violarme, tirados en el piso, y las sirenas de la policía se escuchaban- gracias, de verdad, pero debo ir por mi hermano- debe estar pensando lo peor.

-¿A dónde? Puedo llevarte, parece que ya vas tarde- y ve su reloj.

-A la primaria Kennedy- dije. Sonrió.

-Yo también voy para allá, así que no hay excusa- sonreí y acepté. Después de todo ya iba tarde, no tenía nada que perder. Sólo decir que no y esperar a que la lluvia terminara conmigo- Deviss, Evan, ¿se hacen cargo? La policía viene, digan lo que pasó, y si tienen problemas, solo llamen- los otros dos sin nombre que ahora tenían nombre dijeron que no había problema. Subí al auto, y me senté, permanecí callada hasta que el sin nombre número tres habló.

-¿Te hicieron daño?- preguntó.

-No, gracias.

-¿No te gusta hablar?

-No tengo nada que decir, sólo agradecerle por haberme ayudado- dije lo más sincera que pude.

-No es nada, creí que te había lastimado- dijo, serio y tenso. Sólo negué con la cabeza y miré por la ventana. Las carreteras estaban encharcadas, el cielo nublado, yo con la ropa pegada al cuerpo por la lluvia y el sudor. Asqueroso. Mi cabello estaba enmarañado y se adhería a mi cuello. Y aparte, estaba en un auto que no conocía, con un hombre mayor, que tampoco conozco. Cuando llegamos, él bajó y mantuvo la puerta abierta, salí.

-Bueno, gracias, debo ir por él- a lo lejos vislumbré a Will y le hice una seña. Por su cara sabía que estaba enfadado, y con la mirada le lanzaba dagas al hombre a mi lado.

-¿Es tu hermano?- cuestionó. Asentí con un sonido.

-¿A qué venía aquí?- era mi turno de hacer preguntas, en lo que Will llegaba a mi lado.

-También vengo por mi hermana, de hecho, ahí viene- la señaló, pero yo ya la conocía. Esa pequeña pelirroja era Amy, la hija de la dueña de la librería en donde trabajo, lo que hacía al sin nombre el hijo de Caroline, y por lo tanto Dallas Vanderwell.

-¿Ella es su hermana?- medio susurré.

-Hola Carlee- dijo la pelirroja cuando estuvo a un lado de mí. Le sonreí y correspondí el saludo. Will se puso frente a mí con su cara de enojado y frunció el ceño, le dio una mirada al hijo de mi jefa y otra a la niña a mi lado, que se demoró más de lo que me habría gustado. No quería empezar a lidiar con líos de niños enamorados, o creyendo que lo están. Pero Will ya no era un niño. Con sus casi doce años, tenía mi misma altura, cabello café a juego con sus ojos, buenas calificaciones y un excelente hermano. Era la clase de adolescente por el que las niñas de primaria se mueren.

-¿Podemos irnos ya?- pronunció Will alejando sus ojos de Amy y posándolos sobre los míos.

-Sí, claro- respondí- bueno, gracias, fue un placer conocerlo- dije y extendí mi mano hacia el señor Vanderwell que la estrechó, se despidió y subió a su auto junto a Amy. Yo, por mi cuenta, tomé la mano de Will y emprendí el camino hacia casa.

-¿Qué fue lo qué te pasó?- dijo Will con cierto enfado y preocupación en su voz.

-Venía para acá y empezó a llover, me mojé.

-¿Y el rasguño en tu cara?- interrogó. Llevé mi mano hacia mi rostro notando apenas ese golpe.

-Me caí- mentí.

Camino a casa la gente me veía raro, pero espanté eso con un par de miradas hoscas. Will limpió mi rasguño y me puso una bandita, me llevó al sillón y prendió la vieja televisión. Estuvimos así horas, comiendo galletas baratas y viendo basura televisiva.

-Gracias- le dije a Will cuando me llevó waffles con miel de maple- por cuidarme también.

-Eres mi hermana, tonta, tengo que cuidarte- sonreí.

-Eres buen hermano. Casi nunca quiero decirlo- admití. 

-Lo sé, soy el rey.

-Ahí está el Will que conozco, comenzaba a preocuparme- bromeé.


Confesiones RosadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora