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Los jóvenes pululaban por todo el campus. Cambios de clase, cortos recesos y conferencias, toda clase de actividad ligada a la vida universitaria que sucedía en la facultad. Yo me encontraba en una de las tantas bancas dispersas en el recién cortado pasto. Tenía un libro en las manos que había estado leyendo toda aquella mañana para hacer un examen en un par de semanas, para finalizar el primer periodo que era prácticamente de dos meses. Pero me sentía bien con todo aquello, porque hasta ahora no había representado ninguna dificultada para mí, me estaba adaptando a mis clases muy bien.

Estaba esperando a Miguel, quien dijo que tenía algo que pedirme desde que nos topamos a primera hora. Sospechaba que se trataba de Karen Alcalá, ¿de qué más si no? Además, pudimos haber conversado en la hora del almuerzo, pero se mostró renuente estando mi compañera presente, por la posibilidad de que lo oyera. Ese chico realmente había perdido la cabeza. No podía culparlo abiertamente, Karen aunque ruda y directa era bonita, audaz e inteligente, una combinación que la hacía interesante para más de un chico. Así que podía comprender su adoración hacia ella, porque realmente se veía enamorado. No sabía si Karen no se había dado cuenta o simplemente lo ignoraba y fingía no saber nada, porque era más que manifiesto, hasta Camila y David se habían percatado del enamoramiento de Miguel hacia mi, ahora, amiga.

Sinceramente aún me costaba creer que hubiese hecho amigos tan rápido, los chicos se estaban ganando mi cariño y confianza más rápido de lo que tenía contemplado, tanto que ya podía decir que eran mis amigos con todas sus letras. Y me sentía bien con ello, hacía mucho que no me sentía tan contenta y a gusto con mi vida. En tan solo dos meses, mi vida estaba totalmente diferente a lo que me imaginaba en un principio; sin embargo, estaba bien para mí.

Mis padres habían notado también una mejora en mi estado anímico y físico, me sentía con más ánimos aún cuando mis días se habían vuelto más agotadores con la universidad. Porque aún ayudaba a mamá en la cafetería, aunque poco tiempo, seguía visitando a Lara en su trabajo y me mantenía en comunicación casi a diario con mi primo favorito, donde nos contábamos todo lo que nos ocurría. Él me hablaba sobre la chica que amaba y que ya era su novia, también de cuándo volvería a Tuxtla y de los planes que realizaríamos; yo le hablaba de la facultad, de mis amigos, de Lara, y hasta le había comentado acerca de León un poco. Ariosto sabía acerca de mi atracción hacia León, y no sé cómo lo lograba pero no me hacía sentir mal por gustarme alguien tan mayor y a quien apenas conocía.

Mi relación con mis padres había cambiado para bien. Después del episodio del hospital, y una vez que tuve la posibilidad de que habláramos los tres, les pedí las disculpas pertinentes y les expuse mi punto de vista. Digamos que habíamos tenido una especie de reunión en donde cada quien expresaba sus inconformidades y pedía al otro poner de su parte para mejorar la relación. Desde aquel día mis papás trataban de llevarse bien, sin ofenderse y como amigos. Yo sabía que mi padre amaba mucho a mi madre y viceversa, y que don Samuel Fuentes estaba luchando por perdonarla y volver a la normalidad. Mamá se estaba ganando su perdón, no iba a negarlo, así que si existía la posibilidad de que se reconciliaran nada me haría más feliz que eso. Porque se supone que el amor todo lo perdona y todo lo puede, y aunque hayan cometido errores, si se aman van a superarlo y perdonarse mutuamente.

Suspiré regocijada y volví mi atención al texto. No sé muy bien cómo, pero de algún sitio salió un grupo de chicos de último año, iban charlando sobre un tema a chicas, a decir por sus vulgares gestos y comentarios. Eran al rededor de seis, todos con una altura parecida, como si aquello fuera un requisito para ser parte de dicho grupo. Por más esfuerzo que ponía en retomar mi lectura el bullicio que hacían era por demás insoportable para mis oídos, era imposible concentrarse. Puse los ojos en blanco y resoplé, aguardando a que pasaran de largo y poder continuar estudiando. Pero cuando pasaron junto a mí enmudecieron de pronto, lo que llamó mucho mi atención y no pude evitar volver a levantar la mirada para saber el motivo de su repentino silencio. Tragué saliva al verlos frente a la banca en la que me encontraba. Un chico era el que sobresalía ahí, con un paso más que los otros. Tenía el cabello castaño y la piel morena, sus ojos marrones y una complexión atlética.

Por ser humana©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora