23

256 24 1
                                    

Iba con paso apresurado para poder alcanzar a llegar a mi clase de Psicología. Lamentable, lo ocurrido ayer por la noche me mantuvo en constantes elucubraciones hasta bien entrada la madrugada. Sólo dormí un par de horas, y se me hizo tarde.

Las cosas entre León y yo no quedaron muy bien que digamos, y me imagino que él lo pasó peor, ya que me dijo que al llegar a su casa hablaría muy seriamente con doña Cassandra... De sólo recordarla se me revolvía el estómago.

Sabía que mi novio no tenía que ver con que su madre fuera una maleducada y chocante de primera, pero la situación me dejó demasiado malhumorada durante la cena que hasta había devuelto todo lo ingerido. Me peleé con León, y hasta incluso consideré lo de abandonar lo nuestro, pero él me pidió con ojos acuosos que pensara bien las cosas, y que si creía que eso era lo mejor se lo dijera mañana.

Lo había estado pensando durante toda la madrugada, y era imposible para mí alejarme de él, porque lo quería de verdad. Tal situación me hacía sentir de mal humor también, porque en otro tiempo yo simplemente lo hubiera dejado y me evitaría todo el drama que conlleva la aceptación de su familia, o de su madre, más bien, puesto que Tania había sido totalmente gentil y condescendiente, y bueno, el señor Cal y Mayor no había dicho demasiado, pero León había dicho que aquello era un sí.

Mi novio me comentó que sus padres habían discutido sobre nosotros durante al día previo a la cena, más bien Cassandra le había estado diciendo a su marido que convenciera a su hijo de que lo mejor era terminar con nuestra relación, a lo que el hombre no había respondido nada. León y su padre tenían una relación bastante estrecha, por ser el varón y el menor, y su padre lo apoyaba en todas sus decisiones.

Así que la única loca con objeciones al estatus social era la señora. Bufé con frustración y puse los ojos en blanco; luego, haciendo pucheros arrastré mis pies a la cafetería.

La psicóloga no me permitió entrar, y tenía razón, habían pasado ya los cinco minutos de tolerancia.

Un poco apesadumbrada, en parte porque me pondrían falta y en parte por lo de la cena de ayer, busqué una mesa alejada del bullicio y abrí el emparedado que había comprado: pollo y rajas.

— ¿Mala noche?

—No tienes idea —bufé una vez más.

Ariosto se me quedó viendo descaradamente, pero me enfoqué en terminar el emparedado. Y pensar que había rechazado la deliciosa tortilla francesa de espinacas que había en casa por tratar de llegar. El día pronosticaba mal humor.

— ¿No vas a contarme? —preguntó luego de un rato.

— ¿Y Miguel? —quise evadir su interrogatorio, pero su mirada desdeñosa me hizo chistar. —Ayer fui a una cena a casa de León, a conocer a sus padres.

— ¿Y? ¿cómo te fue? —puse ojos de huevo. —Ya veo... —musitó, apretó los labios y los soltó un par de veces.

—Su madre es una arpía —él elevó su castaña ceja.

—Muy bien, suéltalo todo, tienes que dejarlo ir —alentó con una mueca de elocuencia.

— ¿Estás seguro que no te confundiste de ramo? —cuestioné, cruzando los brazos sobre la mesa y elevando ambas cejas, mi primo era más bien como mi consejero, bien podría haber estudiado psicología.

—Vamos... —advirtió.

—Pues nada, que toda su familia fue amable, incluso su padre aunque no dijo mucho, pero la señora Cassandra Cal y Mayor simplemente me detesta por ser alguien de clase media.

— ¿Cómo sabes eso? ¿te lo dijo?

—No exactamente, pero si hubieras estado ahí me creerías. León me pidió miles de disculpas después de eso, casi se arrodilló —moví la mano a un costado.

Por ser humana©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora