Caminé despacio por los pasillos de la universidad, como un alma que se encuentra desorientada. Me sentía totalmente decaída y sin el más mínimo ánimo de tomar clase alguna. Pero no había venido a la escuela por tres días.
Mis amigos habían estado mandando mensajes tanto a mi teléfono como a mis redes sociales para saber qué era lo que pasaba conmigo, y prometí que se los diría al regresar... El problema es que habían pasado 72 horas desde entonces. Ya me imaginaba todo el drama que me esperaba al entrar al aula. Es más, se me hacía raro que aún no se aparecieran Camila o Miguel frente a mí y me asaltaran con ese ánimo tan peculiar y un arsenal amplio de preguntas.
A pesar de que había pasado una semana de que había roto con León, su recuerdo era doloroso... ¿Era así de horrible estar enamorado? Digo, no esperaba que lo olvidara en un santiamén, pero cada segundo que pasaba me sentía con la necesidad de ir a buscarlo como si de ello dependiese mi vida, y me sentía realmente estúpida porque se supone que debo estar enojada con él... Mi enojo había durado a lo mucho un par de horas.
Lo cierto es que tenía a León bien grabado en mi mente, en mi corazón, en cada centímetro de mi piel. Había sido el primer hombre en mi vida, mi primera vez, y eso le otorgaba cierta redención. Y Dios sabe cuánto detestaba aquella posición, porque no se lo merecía, porque lo había perdonado una vez y había vuelto a reincidir en su error. Porque me había destrozado el corazón nuevamente.
Moví las pestañas rápidamente y calmé el temblor de mi barbilla liberando todo el aire posible, y entré a mi clase de psicología.
La Dra. Andrea estaba de pie junto a su escritorio, con su mano puesta en su portafolio, como si acabara de dejarlo ahí. Sonreí a modo de disculpa y ella asintió, indicándome que podía pasar. Musité un gracias y caminé rápidamente a mi pupitre.
No era como si tuviera ojos en la espalda, pero podía asegurar que los ojos de Andrea estaban puestos en mí hasta que tomé asiento, los de ella y los de la clase entera; mi aspecto era todo un espectáculo. Incluso Karen tenía su frígida mirada puesta en mí, cuando generalmente se le encontraba haciendo la tarea de último momento.
Mi amiga elevó una ceja cuando estuve a su lado, ese pequeño gesto que para entonces ya interpretaba como un saludo. Yo respondí con una mueca, mordiendo el interior de mi mejilla. Ahora era mi turno de abrirme hacia ella.
Me removí incómoda en mi asiento, y jalé las mangas de mi suéter azul claro. Oculté lo más posible mi rostro entre mi cabello, al menos de mi lado izquierdo, Karen me ayudaba por la derecha; un sólo vistazo de mi amiga bastaba para que el resto de mis compañeros volvieran a lo suyo.
(...)
Al regresar a casa, cuando eran cerca de las seis de la tarde, envié un último mensaje a mi primo Ariosto. Había iniciado una conversación con él desde que salí del local de la cafetería.
Ariosto me preguntó cómo iban las cosas, como quien habla del clima, pero sabía que sólo lo hacía porque si ahondaba en aquello que me partía el corazón sólo conseguiría que me porte grosera. Y lamento decir que tengo un carácter detestable cuando me lo propongo.
Ariosto me pidió, antes de despedirse, que nos reunamos y salgamos por ahí. Con la infinidad de proyectos de la universidad es casi imposible coincidir en los descansos, por lo que aunque pasamos más de seis horas en el mismo edificio es como si estuviéramos en lugares distintos.
- ¡Mamá, ya llegué!
Mi padre y la tía Eli se habían encargado de la cafetería aquella tarde. Mi madre se había sentido mal a última hora y había decidido quedarse en casa. Para entonces yo ya iba camino a la universidad, por lo que me enteré al llegar al negocio familiar. No me molesté en llegar antes porque mamá había llamado a la cafetería para decir que no nos preocuparamos, que sólo estaba fatigada.
Volví a llamar a mi madre, pero no obtuve respuesta alguna. Pensé que podría estar en su habitación, así que me encaminé hacia allá. Toqué antes de entrar, gesto que era más bien de aviso y no de permiso.
Mi madre estaba de rodillas en el suelo juntando velozmente un puñado de papeles que parecían de muchos años atrás. Fruncí el ceño con extrañeza.
- ¿Qué sucede, mamá? -mi tono sonó más exigente de lo que pretendía.
-N-nada -le tembló la voz. Eso me dudar aún más. Lorena definitivamente está escondiendo algo.
- ¿Qué es lo que tienes ahí? -quise tomar la bolsa en donde había metido todos los papeles, revueltos, pero ella apartó la mano con rapidez.
-Ya te dije que no es nada -vociferó.
-Está bien... -fingí que aceptaba, pero cuando la observé suspirar y relajar su postura, en un rápido movimiento le arrebaté la bolsa. Seguidamente vacié el contenido, desperdigándolo en el suelo.
Actué tan rápido que sólo alcanzó a emitir un alarido ahogado.
Papeles, papeles y más papeles... Y una fotografía.
Tomé la fotografía con manos temblorosas, acercándola a mi visión para reconocer los individuos que ocupaban la escena.
Era mi madre en una cama de hospital, con un bebé en brazos y un hombre besando su frente. Hasta ahí todo iba bien, ¿el problema? Ese hombre no era mi padre.
-Explícame esta foto -exigí. Para entonces, el rostro de mi madre estaba bañado en lágrimas.
¿Y ahora de qué me iba a enterar?
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Por ser humana©✓
RomanceHay cosas que nunca van a cambiar, las clases sociales es una de ellas, y Gianna Fuentes eso lo tiene muy presente. Cuando conoce a León Cal y Mayor no se le pasa por la cabeza que sea sobrino del gobernador de su cuidad, ni mucho menos que su famil...