- ¿Te sientes bien, Gianna? -preguntó Ariosto, bajando su enojo y demostrando su preocupación.
Mi primo estaba enterado de que había sufrido un desmayo a tan solo una semana de comenzar las clases, y aún cuando habían pasado casi seis meses, no podía evitar preocuparse; además de que mi accidente cuatro años atrás hacía que toda mi familia viviera constantemente preocupada por mí.
-Sí -mi vista estaba puesta en el suelo, mi respuesta era emitida en un murmullo.
-Soy León Cal y Mayor -se presentó el de ojos azules, estirando su mano hacia mi primo. Ariosto reaccionó al oír su nombre y su actitud cambió radicalmente a una más apacible.
-Soy Ariosto Nuñez -sonrió malicioso, algo se le estaba ocurriendo y creía saber qué, por lo que hablé antes de que hubiera una confusión.
-Él es mi... -pero mi primo me interrumpió rápidamente.
-Soy un muy buen amigo suyo -soltó con una risa sardónica. Arrugué mi entrecejo en su dirección, pero él estaba muy ocupado observando cómo León se ponía furioso. En qué lío se le había ocurrido meterse.
-Tenemos que irnos -¿ya para qué le componía? De todos modos, León y yo no teníamos oportunidad.
León se quedó mudo, apretando su mandíbula y sus puños a cada lado de su cuerpo, seguramente imaginando que Ariosto y yo teníamos algo que ver.
- ¿En qué rayos estabas pensando? -reclamé vesánica cuando estábamos suficientemente lejos de escena.
Ariosto soltó una risotada que me dejó vejada, ¡cómo se atrevía a burlarse así de mí!
-Ay Gia, ese chico realmente te gusta -sonrió ensimismado.
Me crucé de brazos y lo observé con desdén.
-No es gracioso, ¿por qué lo hiciste?
- ¿No es obvio? -negué impacientemente. -Quería ver sus reacciones, ver qué tanto sentían el uno por el otro.
- ¿Y cuál es su veredicto final, doctor corazón? -me burlé sardónica.
-Están completamente perdidos -palmeó mi hombro y caminó en dirección a la parada de autobuses, tarareando la misma canción que yo minutos antes, con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones.
(...)
Ya por la noche, estaba sentada en el comedor, frente a la computadora portátil haciendo un proyecto de política que trataba sobre los gobernadores de diez años para acá, los proyectos que habían sido un éxito durante su período en el poder y los que no.
Ariosto estaba viendo cómodamente la televisión, acostado en el sofá; a pesar de que había entrado un parcial después parecía que no tenía tarea que hacer, era un suertudo. En cambio, yo estaba saturada, y parecía que aquella noche tampoco dormiría. Qué fastidio.
-Oye, Gia, deja eso y ven a ver la película -sugirió Ariosto desde el sofá.
Ni él podía verme ni yo a él, por lo que puse mis ojos en blanco prácticamente al mueble.
-Deja de intentar persuadirme de que me convierta al lado del mal -me burlé.
Mi primo hizo una risa sarcástica, y ahí murió su intento por que dejara de hacer mis deberes escolares.
Continúe tecleando en la laptop, quitando párrafos, añadiendo otros, hasta que me sentí satisfecha con el resultado. Cuando estaba por guardar mis cosas, y daban ya las dos de la mañana, una fuerza superior me llamó a abrir mi perfil de facebook. La vida está hecha de casualidades, he oído decir por unas, y esa vez sucedió casualmente, que me llegó justo en el momento que ingresaba a mi cuenta un mensaje de él.
Sabía que se daría cuenta si lo leía, pero mi curiosidad pudo más que mi cautela. Le daría la oportunidad de leer sus disculpas... O tal vez la oportunidad fuera para mi corazón. Leí detenidamente, por una tercera vez incluso.
Y cuando digerí el contenido, no pude más que soltar mis lágrimas deliberadamente. Sollozos que me esforzaba por contener eran partícipes de un concierto doloroso, una melodía fúnebre. Una sensación inexplicable, de la más grande de las penas, se instaló muy hondo en mi pecho, no podía controlarlo. Así estuve por tiempo indefinido, me permití llorar todo lo que mi cuerpo necesitó, pues no podía retener tantas emociones por mucho, me consumían y me dejaban agotada, sin ninguna fuerza.
Tenía conocimiento del grave daño que le hacía a León, y lo más importante, estaba siendo desconsiderada y cruel conmigo, con mis sentimientos y mi corazón. Pero esa voz seguía rondando mis cavilaciones, ésa que me decía que algo peor me esperaba, que lo que yo considerada hasta ahora sufrimiento era baladí en comparación con lo que se avecinaba. Y yo era una completa cobarde, no tenía remedio.
Menos mal mis alaridos no habían despertado a ningún miembro de mi familia, no quería que me vieran en tales condiciones, ni siquiera Ariosto, porque conociéndolo seguramente insistiría para que le diera una oportunidad a lo mío con León, y conociéndolo, era muy probable que me convenciera.
Cuando me di cuenta ya faltaba una hora para entrar a clases. Mis padres se despertarían pronto, pues tenían que abrir la cafetería, y mi deplorable estado no era algo digno de admirar, por lo que corrí a mi habitación (con cuidado de no despertar a los mellizos) y busqué ropa y una toalla limpia para darme un buen baño.
Después de media hora al interior, habiéndome arreglado (teníamos el maquillaje en en tocador) y asegurado de no dejar vestigios de mi tristeza, fui al comedor, donde toda mi familia ya estaba reunida para tomar el desayuno.
- ¡Buenos días! -saludé con euforia. Todos respondieron de igual manera; la base había hecho su trabajo.
Luego de un espléndido desayuno y una charla nada típica sobre una bola de cabellos de dudosa procedencia que había aparecido en el suelo de la ducha, mi primo y yo nos encaminamos a la parada del colectivo.
Ahí, él como casi siempre, logró sacarme de mi burbuja con sus comentarios, que eran más bien como una certeza de mi vida, mi actuar y demás. Y odiaba que pudiera hacerlo a la perfección, eso de leerme lo hacía tan bien, que estaba segura que sería un excelente pedagogo.
-Él te seguirá buscando, ¿lo sabes, cierto? -resopló con la vista al suelo, elevando sus ojos hacia mí en cuanto terminó su oración.
Llevaba las manos al interior de su gabardina marrón, esa que le daba cierto aire intelectual y coqueto a la vez. Me cuestioné, francamente, si era yo así de patética y que si mi familia sólo había fingido que no se notaba mi angustia, o si este chico poseía acaso una habilidad extra especial, un sexto sentido tal vez.
Liberé un suspiro aletargado, asentí con cautela. Y lo siguiente que me dijo fue aún más cruel, porque era la verdad:
-Si quieres, si de verdad eres tan tonta y cobarde y deseas realmente alejarlo de ti, rómpele el corazón de una vez por todas y déjate de estupideces -soltó inexpresivo, y sentí como si a mi alma la hubieran estrujado con furia, con un inmenso odio.
Su mirada era neutra, así que no sabía si estaba enojado conmigo o lo que sea.
El colectivo llegó casi cuando terminó de decirme aquello; de todos modos no tenía palabras para responderle. Mi única reacción a su puñetazo verbal fue una solitaria lágrima rodando por mi mejilla.
El trayecto a la universidad fue sofocante. No lloraba, pero mi interior estaba librando un verdadero funeral. Ariosto no hizo amago de retomar la conversación, y mi cobardía tampoco me lo permitió. Me sentía cohibida frente a él por primera vez desde que lo conocía. Esto era algo preocupante.
Al bajar del autobús Ariosto se bajó sin mediar palabra y se metió al edificio estudiantil sin voltear a verme. Oficialmente tenía que redimirme con él... O tal vez lo que Ariosto quería era que actuara firme de una vez por todas, sin titubeos. Porque lo cierto era que sólo me escondía cual tortuga en su caparazón.
Mi primo tenía razón, tenía que dar un paso seguro, decisivo.
Y que me partiera un rayo si no estaba temblando de miedo.
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Por ser humana©✓
RomanceHay cosas que nunca van a cambiar, las clases sociales es una de ellas, y Gianna Fuentes eso lo tiene muy presente. Cuando conoce a León Cal y Mayor no se le pasa por la cabeza que sea sobrino del gobernador de su cuidad, ni mucho menos que su famil...