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El resto del día no supe concentrarme, y por lo consiguiente sucedieron horas desaprovechadas. Mi cabeza le daba vueltas al beso de León, y aún así no llegaba a una conclusión. ¿Había sido aquello un gesto que hacía con cualquiera? ¿Tal vez estaba feliz por algo y se le había ocurrido besar a la primera que se atravesara en su camino? ¿Acaso le gustaba a León? No, lo último era improbable y por demás descabellado. Lo que sí era certero era lo patidifusa que me sentí en cuanto aquello había cesado. Y también me hallé vesánica, porque después del estado de letargo, me invadió una indignación que no creí posible que mi cuerpo de uno sesenta y ocho centímetros fuera capaz de retener. León había sido un completo idiota e irrespetuoso. Estaba claro: no iba a permitir que me usara como si fuera una de sus amiguitas a las que seguramente estaba acostumbrado en aquel mundo de personas acaudaladas y estrambóticas, no, había algo que sobrepasaba cualquier cantidad de bienes: mi dignidad. Decidido, él iba a salir de mi vida.

Y pensar que me había gustado en un principio... ¿Pero qué pasaba por mi cabeza? Él, siendo tan apuesto y rico, como iba ser su personalidad sino como la de alguien que está acostumbrado a conseguir todo lo que quiere con sólo chasquear los dedos y que juega con los demás como si de unas piedras sin valor se tratase. ¡Vaya injurias!

Para olvidarme del mal rato seguramente la mejor opción era la salida con mis amigos. Iba a bailar y reír por un buen lapso, estaba convencida de que para el final de la noche todo lo relacionado con respecto a León iba a abandonar mi conciencia. Ahora sólo podía pensar en cuántos días faltaban para que él y sus amigos terminaran con la prueba estadística. Menos mal la participación de Camila y la mía sólo era cuestión de algunos datos básicos, de lo cual no se necesitaba más demora que un par de minutos. No habían motivos para volver a entablar conversación con él ni mucho menos.

Aunque, ahora que lo razono, ¿por qué tendría León que seguir hablándome? Vaya, qué importancia me doy a veces.

Karen había notado algo diferente en mí, lo supe por un rápido y profundo escrutinio de su parte, pero nada había dicho. Me gustaba eso de ella, su discreción y silencio la hacía ahora mismo mi mejor compañía. Nos encaminábamos a la última clase, que sería impartida en el auditorio porque asistirían personas ajenas al ramo de relaciones internacionales. De ahí podría ir a casa a darme una ducha para después pasar un rato por la cafetería.

En primera fila se encontraban Camila, David y Miguel, rápidamente me dirigí hacia ellos, llevando a Karen prácticamente a rastras. Qué grato sería compartir la hora más aburrida con aquellos chicos tan divertidos, esperaba que no se callaran un sólo momento, y tal vez alguna colleja por parte del profesor Jorge Calcáneo.

Resultó que después de todo no era una clase, sino una exposición de algunas personas que venían en representación del gobernador de la ciudad para hablarnos acerca de las medidas de seguridad para transitar por Tuxtla y no sé qué otras cosas, la verdad es que mi atención la tenían el humor negro de Karen. Miguel y Camila se habían encargado también de distraerme lo suficiente. Incluso cuando noté que León, Brisia y el resto de su grupo estaban posicionados por un sector del lugar, y la oceánica mirada de León me calaba profundo, sin la mínima intención de mover su atención a otro lado. Sólo lo ignoré, y después de un momento olvidé por completo su presencia no grata.

Mis amigos debían ir a sus respectivas casas y hacer sus deberes para antes de la reunión por la noche. La primera en irse fue Karen, que como siempre en cuanto sonaba la campana salía disparada hacia el estacionamiento. Me pregunto qué tanto hará con su tiempo libre, recién me doy cuenta que no sé mucho de ella; tampoco es que desconfíe, no es como su fuera del crimen organizado o algo así, ¿verdad?

Luego le siguieron Camila y David, que si no hubiese sido porque era demasiado notorio, debido a mi distracción, no me habría dado cuenta que se rozaban las manos cada dos por tres. Luego fue el turno de Miguel, aunque él sí tuvo la caballerosidad de acompañarme hasta salir del auditorio, mientras me contaba sus nimios intentos por conquistar a la inalcanzable Karen Alcalá. Me sentía un poco mal por él, parecía que a ella realmente no le interesaba siquiera el chico, y menos aún se daba cuenta de la admiración que sentía Miguel hacia ella, o tal vez era demasiado buena ocultándolo. La verdad es que parecía que nunca terminaría de descubrir lo que Karen Alcalá escondía tras esa fachada de humana impertérrita.

Por ser humana©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora