Especial (2)

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Sabía que había sido un completo idiota, creo que no era necesario remarcarlo. Había vuelto a cometer el error de omitirle información a mi novia. Gianna no se merecía aquello, no cuando ella siempre confiaba y me lo contaba todo con naturalidad.

Dicen que en cosas del amor se debe ser recíproco, dar en cantidades semejantes lo que la otra persona te otorga, y yo le quedaba a deber mucho a ella.

Mi rostro aún estaba húmedo por la cantidad de lágrimas que derramé. Aún no había dejado de llorar, cuando creía que lo había hecho una lágrima caprichosa se me escapaba y me la limpiaba con enojo.

Nadie entendía cuánto amaba a Gianna, creo que ni ella misma lo sabía; ella desconocía que era la razón de ese sentimiento, ni mucho menos estaba al tanto de lo colgado que me traía; y pensaba que en eso radicaba mi error. Tal vez ese era el verdadero origen de mis problemas y mis males: Gianna no tenía idea de la magnitud de mis sentimientos por ella. Y el único culpable era yo.

La culpabilidad que experimentaba superaba cualquier otro sentimiento antes conocido. Siendo un hombre no era capaz de expresarle a mi novia cuánto la amaba, qué patético.

Actuaba de la manera en que lo hacía creyendo que ella comprendía, como si Gianna leyera la mente. Lo sé. El otro gran problema era ése: la falta de comunicación. Sí, convivíamos, ella conocía a lo que me dedicaba, lo que hacía mi familia y viceversa. Pero sólo eso. Exacto. Nada de nada, en realidad.

Sea como fuera, ya no había nada qué hacer. Con lamentarme nada conseguía.

Al menos yo a ella sí la conocía. Gianna Fuentes no cambiaba de opinión. Una vez que tomaba una decisión nada podía hacerla desistir. Dios sabía que eso era lo que más me dolía. Comenzaba a creer que los sentimientos que esa chica me hacía experimentar no iban a desaparecer fácilmente, en cambio, día con día la iba a extrañar un poco más. ¡Cuán idiota fui!

Lo siguiente que hice fue llamar a la única persona que era capaz de hacerme respirar tranquilidad aunque me estuviese derrumbando, a la que yo consideraba como mi hermana: Brisia. No es que no tuviera ya la mía propia. Tania era una excelente persona y teníamos una muy buena relación, pero debido a que mis padres habían decidido mandarla a estudiar fuera del país, por más de diez años, porque según querían lo mejor para ella y su futuro, Brisia se encargó de ocupar ese lugar que mi hermana había dejado. Ella se había convertido en mi amiga y confidente, y así fue por nueve años, hasta que en la preparatoria se nos unieron Julián y Santiago. Y, aunque ahora los cuatro éramos inseparables, Brisia tenía siempre preferencia por compartir mi sangre.

No sabía qué decirle en realidad. Pero sino hablaba con ella pronto sentía que el nudo que se había formado en mi garganta iba a hacerme explotar.

Mi rubia prima, que por alguna razón todo mundo creía que era borde hasta que la conocían a profundidad, contestó al tercer tono.

-Brisia Tiesser-saludó del otro lado, con voz neutra.

-Ei, ¿qué sucede? ¿Acaso ya te avergüenza llevar el apellido del tío Fernando? -traté de bromear, pero fui un fiasco. Seguramente lo detectó.

-Uh... A ti te pasa algo -afirmó de golpe. Abrí los ojos como platos, aún me sorprendía la facilidad con que descubría mi estado de ánimo. -Y no, sabes bien que Tiesser es mi primer apellido. ¿Quieres que lo hablemos? -preguntó seguidamente, tan rápido que perdí el hilo de lo que estábamos tratando... O quise hacerme el desentendido.

Por ser humana©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora