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Extraña fue la sensación que se instaló en mí cuando Denisse se fue, una muy amarga.

La chica sabía mi nombre, y la impresión me había hecho quedar muda e impedirme preguntar, porque de adivina no tenía pinta. Me pareció muy evidente que chocar conmigo no había sido casualidad. No recordaba haberla visto antes, de eso sí estaba convencida. Aún con esas cavilaciones, proseguí en mi andar.

Al salir por fin del edificio pude ver a León a unos pasos de mí. Tenía una resplandeciente sonrisa en el rostro, perfecta, que logró que se me contagiara y hacerme olvidar el muy raro episodio que segundos antes había acaecido.

- ¿Te dije ya lo hermosa que te ves hoy? -fue lo primero que dijo cuando llegó a mi lado.

Sus palabras habían sido pronunciadas con gracilidad y en el más bajo de los tonos, pero esa familiaridad con la que me trataba, lo que lo llevaba a prácticamente pegarse a mí, hizo que lo escuchara claramente.

Lo empujé levemente, para recuperar un poco de oxígeno y lo observé con fingido desdén, en una mueca de superioridad. Él sonrió de lado.

- ¿Qué haces, no ves que todo mundo nos está viendo? -me quejé. Luché por reprimir una sonrisa. ¿A quién engañaba? Me gustaba que fuera así de atento conmigo, tan cariñoso como si nadie más que yo existiera para él.

La cercanía de este hombre me provocaba una repentina oleada de calor que me amedrentaba, lo que amenazaba con convertirse en un patético rubor en mis mejillas.

León jugaba con un mechón de mi cabello, como si eso fuera lo más interesante sobre la faz de la tierra; luego, me dirigió una penetrante mirada que duró una eternidad. Sus ojos azules, un profundo y misterioso océano concentrándose únicamente en mí. Toda la belleza que León representaba, la perfección hecha hombre (al menos en lo físico) me hacía creer que estaba en un maravilloso sueño, uno tan etéreo que no me quedaban ganas de despertar.

-Uno: no es todo el mundo. Hay más de siete mil millones de habitantes en el mundo, y es matemáticamente imposible que quepan en este campus... -puse los ojos en blanco ante su afán por fastidiar, por hacerse el listo. -Y dos: estoy tratando de persuadirte para que me aceptes una invitación a comer -sonrió al finalizar.

-Hubieras empezado por ahí -no tenía nada de malo que aceptara, ¿cierto? Con aquello no me estaba comprometiendo a nada, ¿o sí?

Sonreí tan grande que seguramente mi rostro se desfiguró un poco, pero tenía hambre y suponía que ir con León era sinónimo de deliciosa comida. No es que no quisiera ir a casa o a la cafetería, pero era bueno cambiar el menú de vez en cuando.

- ¿Eso es un sí? -sus ojos se iluminaron por completo, inaudito. Yo no era tan difícil... No siempre, digo.

-Eso es un "¿qué esperas?". Vamos, muero de hambre.

Crucé su brazo con el mío, con un andar pausado. Él, en cambio, trasmitía una seguridad que embelesaba y que despertaba los más indecentes pensamientos. Su garbo, sus ademanes acompasados a la velocidad de sus pasos, sus labios rojos y carnosos, la manera en que nunca dejaba de sonreír alternando la mirada entre mí y el camino, toda esa aura despampanante que atolondraba mis sentidos; sin duda era una coreografía perfecta, que cautivaba al más exigente crítico.

Me sentí, como nunca antes, afortunada... O más bien, orgullosa, pero de mí, porque era conmigo con quien León estaba, era a mí a quien él prestaba su atención y a quien luchaba por convencer de permanecer a su lado. Así que, algo especial debía ver en mí.

Las miradas de decenas de personas a nuestro al rededor, murmurando si el más mínimo decoro, sin vergüenza alguna me hacía afirmar mi agarre y hacer mi caminar más altivo, para que tuvieran de qué hablar pues si era lo que deseaban, esos cotillas.

Por ser humana©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora