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La cafetería estaba abarrotada. Incluso había una cantidad considerable de personas esperando por conseguir una mesa o al menos un café. No recordaba que la cafetería de mi madre fuera tan conocida ni que causara tanto revuelo, vamos, que no estoy diciendo que el lugar no se merezca la atención prestada, mi madre y sus empleados hacen un buen trabajo, y los cafés y beaggles de Lorena tienen lo suyo. Sólo se me hace inverosímil tal cantidad de clientes en un mismo sitio.


No negaré que estoy feliz, me gusta. Mi madre, aunque con tanto ajetreo, está rebozando alegría por ver la prosperidad de su negocio. ¿El problema? Yo, que prácticamente soy la única mesera... Aunque pensándolo bien, no recuerdo la última vez que Lorena me haya dejado trabajar tanto sin escuchar alguno de sus sermones. Olvidemos entonces eso, no existe problema alguno por aquí.

El lugar estaba a nada de reventar, literalmente. Pero mi corazón estaba regocijado en la más pura alegría. Atender un par de mesas prácticamente a la vez, pero de modo adecuado, eso era todo. Y tal vez era el mismo ajetreo que no me hacía darme cuenta de a quiénes servía.

De pronto decidí visualizar a los clientes, con una cálida sonrisa para desearle buen provecho, y casi me voy de espaldas. Brisia estaba ahí, junto a otro de los chicos, creo que Santiago era su nombre. También había otra pareja, pero no les conocía de antes. La rubia me veía como si ya tuviera un buen rato observándome, minuciosamente, sardónica.

Tragué saliva y me puse a la defensiva, como esperando un ataque feroz, sabrá Dios por qué. Aunque una pequeña voz en la cabeza me decía que mi repentina aversión hacia la chica rizada era su cercanía con León, que me parecía de lo más fastidioso. Pero bueno, tampoco es que vaya a admitirlo de viva voz.

Brisia agitó su mano en el aire, pidiendo que me acercara. No la había visto, porque estaba de espaldas, con el abdomen apoyado a la barra de la cocina, precisamente para no verle el (aunque me ardiera admitirlo) muy bonito cutis que poseía aquella rubia teñida, aunque no por eso menos despampanante. Carmen, la cocinera, me había dicho que me llamaban en la mesa doce, que era precisamente su mesa.

Inspiré hondo antes de girarme, y con una sonrisa puesta como con glue, me acerqué para ver que querían.

-Hola, ¿que tal la están pasando? ¿Desean ordenar algo más? -mis vastos años de experiencia en esto atender de clientes me habían hecho sonreír y portarme toda educada ante el más desdeñoso personaje, y tenía que hacer buen uso de mis técnicas, cómo no.

-Sí, mira, lo que pasa es que yo pedí un doble, y no me lo han traído como lo quería, pero tuve que bebérmelo porque parece que aquí no existe más que una sirvienta -habló dulcemente, hasta que llegó el final de la oración, pronunciando las dos últimas palabras con el mejor menosprecio de su repertorio de veneno, y con los ojos clavados en mí, que parecían escupir fuego.

Bufé mentalmente. No era la primera vez que me topaba con un cliente de carácter especial, así un par de palabras ofensivas, por más intención de herir que tuvieran, (porque era más que manifiesto que Brisia no me soportaba por una razón que yo desconocía) no iban a sacarme de mis cabales. Y la estabilidad y el control eran mi fuerte, porque los había trabajado por años. Aunque eso sólo me funcionaba con las personas ajenas a mi núcleo familiar.

-Sí, no se preocupe, no pensamos cobrárselo, si es ése el problema. Puedo traerle el doble enseguida, si así lo quiere -claro que mis palabras dichas no eran las pensadas, en su lugar le hubiese dicho que era un perra teñida y que me importaba un rábano que no le gustara el servicio, había mucha gente que quería ingresar a la cafetería y estaba más que dispuesta a esperar.

-No, qué pérdida de tiempo, linda -sonrió falsamente. -Nos vamos.

-Como quieras -puse los ojos en blanco, ahora sí, porque de todos modos no la veía con la intención de pagarme. Pero extendió un billete de quinientos, y me lo arrojó sobre la bandeja.

Por ser humana©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora