Capítulo once.

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Años después de la muerte de Steve.

—¡Elliot! —le grité mientras corría hacia él—. ¡Corre!

Estábamos hace más de un mes en Moscú. Nos habíamos infiltrado en una de las empresas de más influencia de Rusia. Ahora éramos agentes encubierto, bueno, él lo era, yo seguía siendo la mujer maravilla, solo que ahora sí tenía la licencia para enfrentarme al mal. Lastimosamente nos descubrieron y logré huir a tiempo. Se preguntarán por qué no he usado mis poderes; ahora que soy una agente he decidido usar mis poderes cuando sea necesario, y en este caso, no lo es... aún.

Entré rápidamente a un restaurante y logré divisar la cocina. Todos estaban mirándome, ya que había entrado de sorpresa y corriendo, pero no me importó. Seguí mi camino y corrí hacia la cocina. Saqué una peluca rubia de mi bolsillo trasero y entré a la despensa llevando a una chica conmigo.

—¿Qué quieres? —me miró asustada. Sus manos temblaban al igual que su labio inferior. Yo solo reí

—Quiero tu delantal. —le dije mientras me recogía el cabello y me colocaba bien la peluca—. Dime, ¿está bien?

Ella asintió rápidamente mientras se quitaba el delantal.

—Bien, gracias. ¿Cómo te llamas? —me quité la chaqueta. Llevaba una camisa blanca así que no sería problema. Cogí el delantal y lo amarré a mi cintura.

—K-katerina.

—Bien, katerina. Hay unos hombres malos que entrarán aquí en 40 sgundos. Quiero que salgas y les digas a todos que mantengan la calma. Quiero que todos salgan con vida de aquí, ¿bien? —saqué mi placa del bolsillo y se la mostré

Ella inmediatamente salió de la despensa. Respiré hondo y salí de la despensa. Me detuve al lado de un chico, el cual estaba cortando unas verduras nerviosamente. Las facciones de mi cara se endurecieron.

—Respira hondo y hazlo con despacio y con calma si no quieres que nos maten a todos.

En ese mismo instante, la puerta se abrió y el chico que sobresaltó. El me miró y yo respiré hondo mirandolo, indicándole que debía hacer eso.

—Disculpen, ustedes no pueden estar aquí. —se les acercó un hombre.

—Aquí entró una chica, alta, blanca, cabello negro. Si nos dice dónde está, nos iremos. —respondió Hunter, el jefe de seguridad de Kombinezon, la empresa donde Elliot y yo estábamos desde hacía un mes.

—Lo siento, aquí no ha entrado nadie.

—¡No mientas! —hunter lo haló de la camisa y lo acercó a él. Lo suficientemente cerca como para que oliera su respiración—. Sé que está aquí, y la voy a encontrar, luego los mataré a cada uno de ustedes.

Hice un puño e intenté controlarme. Estaba roja de la ira y el chico que estaba a mi lado estaba pálido por el miedo que tenía.

—Registren el lugar.

Los guardias entraron a la cocina y comenzaron a registrar todo. Uno de ellos se paró en medio de el chico y de mi.

—¿Tienes miedo? ¿Hay algo que quieras decir?

El chico estaba temblando de miedo, y estaba segura de que pronto me atraparían. Debía actuar rápido.

—¡Contesta! —le gritó el hombre.

—No, no señor.

Uno de los guardias le puso una pistola en la cabeza.

—Sabes algo, dilo.

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