Final

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Sentí mi teléfono vibrar en la parte trasera de mis pantalones. Lo saqué y miré el nombre en la pantalla. Elliot. Lo había dejado plantado.

—Elliot, perdóname. —un sollozo escapó de mis labios y las lágrimas amenazaron con salir de mis ojos una vez más.

—Hey, hey, ¿qué pasa? —pude notar en su voz un poco de preocupación.

—El, murió. Murió, Elliot. No pensé que esto iba a pasar tan pronto. —me limpié las lágrimas y me sorbí la nariz—. El se encontraba tan bien. ¿Sabes? Esta mañana me dijo que estaba ansioso por verte, su mejor amigo.

—Voy para allá, ¿si? ¿Estás en la funeraria?

—No, estoy en casa esperándolos a todos para que vayamos a enterrarlo.

—Estaré allá en diez minutos.

Me senté en una de las sillas que estaban alrededor del ataúd de Steve. Sabía que esto iba a pasar. Quería retrasarlo lo más posible, pero fue inevitable. Ahora estaba sentada frente al ataúd del hombre que fue el amor de mi vida. Casi tuvimos una hermosa niña, pero la perdimos. Yo quería adoptar una pequeña, pero él no quiso. Se había vuelto tan frágil después de que perdimos a nuestra pequeña, que yo tuve que cuidarlo y protegerlo todos estos años. Salí adelante junto con la empresa. El me ayudaba desde la casa. A veces se encerraba en el cuarto que le teníamos preparado a la niña, duraba horas y horas dentro. Una vez quise vender todo y hacer una pequeña oficina ahí, pero él no me dejó.

—Diana. —una mano se posó en mi hombro.

Levanté la cabeza y lo vi. Sus ojos estaban rojos y su cabello hacia atrás. Tenía una barba de hace días y llevaba consigo una mochila colgada de su hombro. Me levanté rápidamente y lo abracé con todas mis fuerzas. El dejó caer la mochila al suelo y correspondió mi abrazo con la misma intensidad.

—Saldrás adelante, Diana. Te ayudaré a hacerlo.

Años después.


—¿Estás lista?

—Sabes que siempre lo estoy. —sonreí mientras posaba mis manos sobre las suyas, las cuales se encontraban cubriendo mis ojos—. Ya quítalas, estoy muriendo de curiosidad.

—Solo respóndeme una cosa.

—Está bien.

—¿Quieres... Diana Prince, tú quieres...

Oh por dios, oh por Dios. Estaba segura de que me pediría matrimonio. Había estado esperando esto desde hace años. La sonrisa dibujada en mi rostro se amplió más y esperé a que terminara la pregunta para darle la gran respuesta. El si.

—... Quisieras darme tu opinión sobre esto? —finalmente, quitó sus manos de mis ojos.

La sonrisa se borró de mis labios al darme cuenta de que no era lo que estaba pensando. Estábamos en su habitación, en su cama habían dos camisas, una blanca y la otra negra. Al parecer él quería que eligiera una. Sentí una pequeña molestia en el pecho y forcé una pequeña sonrisa, que parecía más una mueca.

—Pues, no sé. —al fin logré hablar.

—Vamos, te llevaré a cenar esa noche y no quiero lucir mal delante de la mejor novia de todas.

—Espera. —fruncí el ceño y me di la vuelta para quedar frente a él—. ¿Me estás invitando a cenar?

—Ehhh —se llevó las manos a la barbilla e hizo una mueca, luego me miró y sonrió ampliamente—. Claro que te estoy invitando a cenar, tontita.

Abrió sus brazos para mí e inmediatamente lo abracé mientras una sonrisa tan amplia como la de él se formaba en mi rostro.

—Te amo.

—Te amo.


—¡Diana! —me gritó Elliot mientras corría hacia mi.

Me quité las gafas de sol y me levanté. Nos encontrábamos en la casa de playa que ambos habíamos comprado hace años atrás. Era una de nuestras favoritas. Nadie sabía que la teníamos, así que podíamos escaparnos del estrés de la ciudad de vez en cuando.

—¿Qué pasa?

—Acaban de llamarme de la empresa, al parecer alguien tiene de rehenes a los de administración. Te quieren a ti, Diana.

—Iré enseguida.

Era normal en estos tiempos. Desde que decidí volver a aparecer en los medios públicos hace dos décadas, los ataques habían aumentado un 200% pero siempre terminaba derrotándolos a todos con la ayuda de Elliot y mis compañeras Amazonas.


Elliot me agarró de la mano una vez más mientras caminábamos por la acera. Ambos sonreíamos ampliamente mientras nos deteníamos frente a una casa. El me abrazó y dejó un beso en mi cabeza. Ya era hora de decir adiós. Este había sido un viaje largo para ambos, ya era hora de encontrar la paz. Me sonrió antes de darse la vuelta y desaparecer.

—¿Te vas a quedar ahí parada? —escuché la voz de mi madre, Hipólita.

Me giré rápidamente para ver a mi madre sentada en el jardín de aquella casa, junto con Elena, Nadia, Robert, Seline y Hope. Corrí hacia ellos rápidamente.

—Mamá. —lloré mientras la abrazaba. Luego a cada uno de los que estaban allí.

Mi familia, me había vuelto a reunir con ellos. Después de tantos años, al fin estábamos todos juntos. Miré en dirección a la puerta, donde estaba Steve mirándome con una sonrisa. Me alejé de mi madre y los demás mientras caminaba hacia él. Acuné su rostro en mis brazos antes de acariciar sus mejillas y luego saltar para enredar mis piernas en su cintura y besarlo como si no hubiese mañana. Dios mío, había extrañado tanto el sabor de sus labios, su olor, la suavidad de su piel, sus ojos, sus abrazos. Había soñado con este momento durante cientos de años, y al fin llegó. Al fin estamos juntos otra vez. Todos estamos juntos, como una familia. Lo que fuimos hace más de cien años. Pero esta vez, será para toda la vida.

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