Capítulo catorce.

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Ambos nos separamos rápidamente. Yo dejé la taza de café en la barra y él buscó la miel para echarle a sus waffles. Miré hacia donde estaba Amara, cruzada de brazos mirándome con desaprobación.

—¿Qué estaban haciendo?

—Nada —contesté rápidamente

—Estaba a punto de besarla antes de que te aparecieras. —dijo Alek al mismo tiempo

—¿Sabes que ella tiene novio, verdad? —entró por completo a la cocina y se sentó frente a él.

Alek me miró alzando una ceja y luego miró a Amara.

—No, no lo sabía. Pero eso no me detendrá para conseguir lo que quiero. —pinchó un pedazo de waffle con el tenedor y se lo llevó a la boca.

—No sabes quién es, ¿verdad? —se burló Amara

—Amara, basta. —le dije, ya harta de todo lo que estaba sucediendo

—¿Por qué? El debe saber que todos nosotros tenemos dones, ¿y el?, bueno, el es solo un traficante de humanos. Un criminal.

—Amara...

Pude ver como el rostro de Alek se endurecía, estaba a punto de explotar. No sé cómo detendría esto.

—Estás aquí solo por caridad, amigo, porque sino, ya estarías pudriéndote en una celda.

—¡Suficiente! —caminé hacia Alek y cogí su pato—. Terminarás de comer en el cuarto, sígueme.

Alek miró por última vez a Amara antes de levantarse e irse. Y en esa mirada, Amara sintió una gran fuerza que pronto se desataría y los mataría a todos. Nunca había visto tanta furia en los ojos de alguien, y menos el gran poder que se escondía en su interior.

Al llegar al cuarto que sería de Alek por los siguientes días, entré junto con él y dejé el plato en la mesita de noche.

—Lamento mucho lo que pasó allá abajo. Amara lo hace solo para molestarte.

—Eso no es cierto. —se sentó en la cama—. Hay algo que debo decirte.

Me subí a la cama y crucé las piernas como indio para estar más cómoda.

—Dímelo.

—Cuando era pequeño, me di cuenta de que podía encender objetos por mí mismo. No necesitaba fósforos, una encendedora o algo que sirviera para hacer fuego. Si yo quería que se indendiara, solamente lo pensaba y ya. Cuando mi padre se enteró, no reaccionó mal, solamente me dijo que intentara controlarme. Hasta que un día ya no lo sentí más. No sentí ese calor en mi interior, ya no estaba, hasta esta mañana cuando me desperté. No sé que ustedes me hayan hecho mientras dormía, pero me ayudó a recuperar mis poderes.

—¿Me estás diciendo que tienes piroquinesis? —intenté controlar la risa

—¿No me crees?

—Lo siento, es que, es imposible. Amara lo hubiese detectado.

Y de un momento a otro, él extendió sus palmas hacia mí y estas se encendieron por sí solas. Me sobresalté un poco al ver semejante cosa, pero luego sonreí.

—Eso es increíble.

—Lo sé —sonrió a la vez que apagaba sus manos—. Puedo sentirlo otra vez. Ya tengo mis poderes de vuelta —se tiró hacia atrás quedando boca arriba en la cama.

Me costé a su lado y miré el techo con él.

—¿Cómo es?

—¿Cómo es qué?

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