Seis.

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Hong Kong

Doce horas después, estábamos en el aeropuerto de Hong Kong, esperando al "contacto" de Steve. Me acosté en una línea de asientos que estaba libre. Aún tenía sueño. Eran como las ocho de la mañana aquí, en el avión no había dormido casi nada. Todo lo contrario a Steve, quien se la pasó roncando el viaje completo y se despertó "como nuevo".

—Eso te pasa por no haber dormido.

—Cállate. —le contesté mientras cerraba los ojos. Solo una pequeña siesta y estaría como nueva.

—Aquí viene, levántante.

De mala gana, me levanté y cogí mi maleta de mano, la única que llevaba.

—¿Dónde está? —dije mirando a todos lados. Había demasiada gente, y todos se veían igual.

—Steve. —una chica se acercó a nosotros y lo abrazó, él le correspondió con gusto—. ¿Cómo estás?

—Estás hermosa, Li. Las vacaciones te sentaron bien. —ambos se separaron y rieron.

Me quedé ahí parada como una estúpida. Tenía celos, hambre y sueño. No era la combinación perfecta.

—Hola Diana, estás bellísima. —me saludó con un beso en la mejilla y yo le sonreí. Esto era raro—. Y cambiaste el color de tu cabello. ¡Genial!

—Si. —reí nerviosamente. Parece que ya nos habíamos conocido.

—Eh, Li. Diana perdió la memoria, no se acuerda de nada ni nadie.

—Oh, por Dios. —llevó su mano hacia sus labios—. ¿Pero qué pasó?

—Le arrebataron los recuerdos, y con ellos los poderes y el traje. Por eso necesitamos tu ayuda.

—Salgamos de aquí.

—La primera vez, logré localizar el traje en Hunan, seis días después lo llevaron a Sichuan y seis días más tarde a Ghizhou. Ahora está en Shandong y tenemos tres días para conseguirlo.

—¿Hay muchos guardias? —pregunté desde la parte de atrás del auto.

—No tengo a ningún guardia registrado. El gobierno no tiene tu traje, Diana. —me contestó la pelinegra, Li, mientras conducía por las calles de Hong Kong.

—¿Entonces quién lo tiene? —le preguntó Steve.

—Se hacen llamar Shàngdì de háizi. Hijos de Dios. Tienen un acuerdo con el gobierno, si encuentran algún alterado, u objeto alterado, pueden quedárselo. Ya que ellos tienen la tecnología necesaria para tratarlo. Logré hackear sus computadoras. Están averiguando de qué clase de material está hecho tu traje para venderlo en el mercado negro. De ahí podría pasar a países como Irán, Pakistán, Siria, e Irak. Y si aprenden como usarlo, se armaría una tercera guerra mundial, o la destrucción del mundo.

—Dios mío. ¿Cuántos kilómetros faltan para llegar a Shangdong?

—1.611. Será mejor que duermas un rato, te ves cansada. Es mejor que estés con la suficiente energía cuando vayas por tu traje.

—Ella no tendrá que pelear, ¿verdad? —preguntó Steve.

—Haré todo lo posible para que eso no pase.

Fingí estar dormida un rato para escuchar todo lo que decían.

—No quiero perderla otra vez. Estos años sin ella, fueron terribles.

—Lo sé, me diste vacaciones, Steve. Eso no es normal en ti. ¿Y esa barba? Te queda bien, pero nunca sueles usarla. Y menos dejarte el cabello largo.

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