Prólogo.

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—Diana, Diana. —escuché que gritaban mientras tocaban la puerta de mi habitación.

Tragué saliva. Sabía muy bien para qué me estaban buscando, y no les daría el placer de aparecer frente a ellos. Lo retrasaría lo más que pudiera.

Dejé que los gritos siguieran sonando detrás de la puerta y me puse el traje. Sabía que era la última vez que lo llevaría. Ese es el castigo que te dan cuando vas a una misión sin permiso. El castigo es peor si es en el mundo de los humanos, estaba perdida, así que lo único que me quedaba era retrasar aquel juicio y pelear hasta la muerte para que mi traje y mis poderes no me fueran arrebatados. Caminé hacia las puertas del balcón y las abrí levemente para ver si algún guardia estaba cerca.

Una explosión me tomó por sorpresa haciendo que cayera del otro lado de la habitación y las puertas del balcón quedaran destrozadas. Me levanté lo más rápido que pude para encarar al que había irrumpido a mi habitación.

—¿Qué quieres? ¿A qué viniste?
—Vine por lo que ya no te pertenece. —dijo con una sonrisa de lado echándole una mirada a mi cuerpo—. Te queda bastante bien, lástima que no lo volverás a ver.

Alargó su mano en mi dirección y caí de rodillas sintiendo un terrible dolor en el pecho. Grité retorciéndome de dolor en el suelo. Esto no podía estar pasando, no ahora. Se supone que debía luchar para mantener mis poderes, pero estaba sucediendo todo lo contrario. Este hombre que ni siquiera sé quién es viene y me arrebata mis poderes con solo alargar la mano.

—No has respetado las reglas de Las Amazonas. Por eso tus poderes te han sido arrebatados. Serás llevada al mundo de los humanos, ya que desde este momento eres uno. Tus poderes se encuentran allá, al igual que tu traje...

Esperen un segundo, ¿estaba desnuda?

Miré mi cuerpo, y así era. Estaba desnuda. Él no le dio importancia y siguió hablando.

—Podrás encontrarlos, pero sólo si lo recuerdas. —volvió a sonreír antes de alargar la mano otra vez. Después todo se volvió negro.

Desperté con un terrible dolor de cabeza. ¿Dónde estaba? ¿Quién era? ¿Por qué las paredes eran blancas? ¿Acaso me secuestraron?

Me senté rápidamente y miré a mi alrededor. Tenía algo conectado al brazo. Me lo arranqué y sentí... dolor. Sangré salió por el pequeño hueco en el que había estado la aguja. Me levanté y salí de la pequeña habitación. ¿Qué era esto? Todos estaban vestidos de blanco. Inmediatamente una chica más bajita que yo vino hacia mi.

—Señorita, tiene que guardar reposo, por favor, vuelva a la cama. Yo la llevo. —intentó agarrarme del brazo pero yo me alejé de inmediato.
—No me toque. Estoy bien, necesito salir de aquí.
—Señorita, no puede salir de aquí. —me agarró del brazo para llevarme a la habitación.

La empujé con todas mis fuerzas haciendo que esta volara por los aires y chocara con la pared al otro lado del cuarto. Mi respiración era agitada. Varios hombres vinieron y me agarraron por los brazos. Grité pidiendo ayuda e intenté zafarme de su agarre pataleando, dándoles mordiscos o cabezazos. Pero fue inútil. Sentí un pequeño pinchazo en mi brazo y poco a poco me fui relajando. Me estaba dando sueño, quería un poco de agua antes de dormir. Mejor no, solo quería dormir.

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