10 ; Extremos.

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Narra Paul

   Al salir de la ducha la realidad me abofeteó recordando la reunión que tenía pendiente con Ezekiel. Me había distraído tanto con los sucesos de las últimas horas que había olvidado por completo mis deberes, cosa que no solía suceder puesto que intentaba siempre ser muy responsable, de hecho, en el trabajo solían halagarme por mi puntualidad y responsabilidad, algo que me henchía el pecho de orgullo.

Me situé frente al espejo para arreglar mi húmedo cabello, cuestionándome por algunos segundos si es que este necesitaba un corte, ya que me llegaba a los hombros y de vez en cuando molestaba mi alcance visual. Pero siendo realista, amaba mi pelo y lo cuidaba mejor que cualquier otra parte de mi cuerpo. Si mi madre viera mi cabello podría jurar que ella misma tomaría unas tijeras y me lo recortaría, era ella quien cuidaba que mi aspecto siempre luciera impecable. En tiempos pasados esas conductas que mi progenitora tenía yo las rechazaba y aborrecía indudablemente, pero ahora de vez en cuando, ansiaba escuchar esos reproches. Sonreí con amargura, realmente se necesita perder algo para entender el valor que tiene.
En mi adolescencia fui un joven rebelde e insensato producto a mis profundos problemas sexuales. Y sí, el gran problema de mi juventud fue mi sexualidad.
Cuando caí en cuenta de que no me gustaban las chicas, en mi vida se hizo un enorme vacío. ¿Cómo descubrí mi gusto por los hombres? Ni siquiera lo recuerdo. Sólo sé que sucedió, y eso machacó duramente mi ego. Tenía un punto a favor: mis padres eran muy respetuosos en esos temas, pero yo siempre los había tenido al tanto de ser una persona totalmente heterosexual. De todas maneras me cuestionaba el qué dirían acerca de mi repentino cambio, pensando —ignoramentemente— que los podría desilusionar con mi decisión. Pero lo agradezco, abrir los ojos me ayudó completamente a madurar, uno de los tantos pasos para formar a la persona que ahora soy. Sonreí con orgullo al recordar las palabras de mi padre cuando confesé mi condición sexual.

Eres mi hijo. Lo serás siempre, independientemente de cuáles sean tus gustos. —dijo al ver mi afligido rostro —Ven acá Paul, estoy orgulloso de ti —luego de esas conmovedoras palabras, mis padres me estrecharon entre sus brazos.

A pesar que lo intentaba, como siempre, no pude evitar comparar mis problemas con los de Daryl. Su adolescencia había sido dura y traumática, mientras yo me preocupaba por mi sexualidad, él se preocupaba porque no tenía qué comer en su mesa. Me sorprendía lo diferentes que éramos, como dos extremos. 

Decidí alejar esos recuerdos y pensamientos de mi mente para vestirme, usé una polera gris, unos pantalones de color marrón y encima un chaleco azul. Recogí y limpié todo muy rápido, me ponía nervioso ser impuntual, ya que no me gustaba la gente que lo era. Revisé mi aspecto una vez más, mi pelo estaba perfectamente peinado y todo se veía en orden. Tomé la toalla que había usado anteriormente, para así dirigirme a la lavandería, que a su vez quedaba camino al patio donde tenía las reuniones con Ezekiel.
De camino a mi destino me tomé el tiempo para observar el acogedor paisaje que la comunidad tenía, daba la sensación de estar en casa, como un vistazo al pasado donde las familias se reunían en el césped, los niños asistían a clases y veneraban a los militares, queriendo ser como ellos algún día. Lamentaba que mi consciencia supiera que esto terminaría, pues así pasaba con todas las cosas extremamente buenas. Una muchacha de aproximádamente doce años interrumpió mis pensamientos, hablando rápidamente.

¡Señor Paul! El Rey Ezekiel dijo que lo necesitaba, e-está en su despacho...  —habló con una pizca de vergüenza la jovencita, quien me miraba tímidamente. Observó la toalla que cargaba entre mis brazos, y prosiguió en tono bajo —S-si quiere puede llevar eso para que no tarde tanto...

Daryl × Jesús { Fanfic }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora