El Mortífero Beso en la Frente

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  Una vez tuve un paciente muy particular, cuando conversaba conmigo podía notar a leguas que padecía uno que otro problema mental. ¿Psicópata o sociópata? Quizás lo primero. Pero yo nada podía hacer, debía mantener mi discreción. Él se atendía conmigo, yo solo lo escuchaba y daba consejos. Le recetaba medicamentos, le intentaba hacer ver qué era lo bueno y lo malo. Mi vocación de psicólogo y psiquiatra me hacía callar ante todas sus confesiones, me sentía en la obligación de guardar sus secretos e intentar ayudarlo por mi cuenta... No solo ayudar, sino que frenarlo.

   El tipo durante el día trabajaba atendiendo gente, un trabajo bastante normal. Inclusive, podríamos decir que era muy bueno en lo que hacía, pues la gente hablaba maravillas de él; un tal David Escalante. Todos los días iba a mi consulta, se sentaba a conversarme horas y horas. A veces me hablaba solo de su vida, otras de sus crueles actos. Recuerdo cuando vino por primera vez, sin ninguna pena ni nada, me lo contó como anécdota: "Hace dos días sentí una vibración que recorrió todo mi cuerpo. Sentía como comenzaba a exaltarme mientras emitía un respiro profundo, dibujando lentamente una cruda sonrisa en mi rostro. Allí estaba esa anciana, caminando sola en la noche. Yo venía de comer una pizza después del trabajo, ya me iba a mi casa como de costumbre. Nunca había sentido algo así, las manos me picaban extrañamente y no pensé racionalmente; me quité la bufanda que traía y caminé rápidamente, sin hacer ruido, hasta quedar detrás de la anciana. Me sentía como cuando un niño quiere hacer una travesura, es una adrenalina exquisita. Crucé la bufanda por su cuello, jalándola muy fuerte para asfixiarla. Entre el leve forcejeo aproveché de hacer fuerza con mis piernas para tirarla al piso, donde tapé su boca de inmediato para no causar ruido. La sonrisa nunca se me quitó del rostro, era algo tan placentero pero a la vez involuntario. No, no sé si involuntario, pero era algo nuevo que hice impulsivamente. La anciana murió en el lugar. Me agaché para besar su frente, dándole las gracias por el momento. Tomé su cuerpo y lo lancé a un basurero cercano. Uff... quizás nunca sentirás algo tan bello". No es que me haya aprendido a la primera todo lo que él dijo esa vez, sino que lo grabé para analizarlo. Lo habré escuchado cientos de veces, hasta que finalmente me lo aprendí. Era su primer acto delictual, y yo automáticamente pasaba a ser su cómplice. Perfectamente pude haberlo delatado, pero me intrigaba él. Había algo que me hacía escucharlo todos los días; oír todas sus retorcidas historias.

   Luego de aquella confesión vinieron muchas más. Obviamente él no hacía esto todos los días, sino que una o dos veces por semana. Cuando me iba a confesar un crimen, me avisaba para grabarlo. No me los aprendí todos, sino los más significativos para él. Lo más mórbido era su actitud al contar todas estas atrocidades; no tenía remordimiento alguno y en su cara se veía el goce que vivió. Hubo algo que, después de su primer crimen, reiteró para no ser descubierto: El beso en la frente. Me comentó que antes de tirar a la anciana al basurero, quito de su bolso el lápiz labial que tenía, el cual comenzó a usar antes de deshacerse de los cuerpos, besándolos en la frente y dejándoles marcado los labios. "Esa sensación adrenalínica solo la podía sentir al asesinar toda esa gente. Yo les quitaba su vida, pero les agradecía con un tierno y tibio beso en la frente. Era lo único que podía entregarles luego de haberlos matado. *Respiro* Sabes... a veces creo pensar que estoy haciendo algo malo, pero esa idea se va de mi cabeza en menos de un segundo. ¡Es algo de locos!" – me comentaba sin ningún tipo de remordimiento.

   Era de esperar que la ciudad comenzara a buscar a este asesino en serie. La policía se esforzaba por encontrarlo, pero nada podían hacer. David sabía cómo pensaba la gente, sería casi imposible atraparlo, a menos que todos los rincones de la ciudad estuviesen vigilados. Cosa que obviamente era imposible. "La policía intenta encontrar al asesino, pero no podrán. Jamás sospecharán de mí, la gente me quiere, sabe que hago bien mi trabajo y nunca sospecharían de mí. Inclusive, varios me han comentado al respecto y les expreso preocupación. Es obvio... yo sentiría preocupación si fuese ellos mismos porque quizás la persona que está conversando conmigo pudiese ser mi próxima víctima. En fin, las entrevistas que dan por televisión me hacen saber dónde buscarán; cómo y cuándo lo harán. Pensar como ellos es fácil". A mí, personalmente, cada vez me intrigaba más el asunto. Tenía que delatarlo, pero la privacidad y confianza que él depositó en mí no podía violarla. Yo escuchaba, mientras él seguía complaciéndose con vidas ajenas.

   A pesar de todo él no se consideraba como un asesino común: "¿Sabes qué me diferencia a mí de un asesino cualquiera? En la televisión se habla de un monstruo con una mente criminal sádica y desquiciada, pero no es así. Hay una fina línea que me quita de ese grupo. No soy como un delincuente, que toda su vida ha sido una mala persona y lo seguirá siendo. Donde todo su día piensa en hacer crímenes. No soy un ladrón, tampoco asesino gente para robar su poco dinero que lleva consigo. No asalto bancos. Trabajo dignamente durante el día, sin planear ni un segundo en matar a alguien en específico. No busco ninguna venganza. ¿Ves? Lo hago para sentirme bien yo mismo. Sentir el placer que necesita mi cuerpo luego de esa sensación tan impulsiva, a la que le he tomado cariño. Lástima por mis víctimas, pero yo me siento bien".

   Un día llegó contándome un "buen acto" que había hecho luego de asesinar a una persona: "Ayer asesiné a un ciego. Sí, a un ciego, aunque suene políticamente incorrecto. Tuve la suerte de quedar solo con él en el lugar. Iba con su hermoso perro. Yo acababa de salir del banco, para verificar si estaban los pagos que me habían efectuado. Me acerqué tranquilamente hacia él, para acariciar al perro mientras, poco a poco, iba invadiendo mi cuerpo la sensación de siempre. El ciego me advertía que estaba un tanto apurado, debía juntarse con su hijo para cenar. Le dije que no se preocupara, solo estaba acariciando a su lindo can. Pedí su número de cuenta para depositarle, tenía la necesidad de apoyarlo con dinero. En un principio no quiso, hasta que lo convencí. Dejé de acariciar al perro y saqué un pequeño cuchillo dentro del maletín. Apuñalé su garganta, luego su pecho múltiples veces muy rápidamente. El perro en un principio al parecer quedó impactado, ya cuando espabiló intentó abalanzarse sobre mí pero sufrió el mismo destino que su dueño. Fue una dosis doble de adrenalina, la cual agradecí como siempre. Solo que, tal cual como le había prometido, al llegar a casa le deposité casi todo el dinero que había ganado en las últimas dos semanas. Lo sé, soy una persona muy noble".

   Para la calma de toda la ciudad, ese depósito que le hizo al ciego fue el origen de las sospechas. Toda la policía comenzó a seguir e investigar a David: "Espero que no me atrapen. Yo solo hice un acto de generosidad que ninguno había hecho. No pensé en la consecuencia de hacerlo. Mmmm... no sé cómo se me pudo haber pasado ese detalle. Lo más probable es que logren encerrarme".

   Y así fue, por precaución encerraron a David en la cárcel mientras se hacían las investigaciones pertinentes. Para cuando le interrogaron contestó: "Sí, asesiné a toda esta gente. Jamás entenderé lo que pasa por mi mente. Yo no soy un criminal, considérenme una mente enferma. No debo ir en una prisión (...)". Antes de encerrarlo le hicieron una prueba psicológica, donde habló con el médico: "Confesé todo hablándome a mí mismo frente a un espejo. Grabé todo en cintas que puede encontrar en mi casa, hay muchos detalles que les servirá a la policía y a las familias de las víctimas. Soy psiquiatra también, y yo mismo era mi paciente. ¿Quién más que yo mismo podría entenderme? Conozco el pensamiento de la gente, las enfermedades mentales... todo. Usted sabe perfectamente dónde debo ir, pues no soy un delincuente como tal".

   En fin, me derivaron a un centro psiquiátrico donde debo permanecer el resto de mi vida. De vez en cuando siento ese subidón en mi cuerpo, pero no tengo a nadie con quién saciarlo, solo con los enfermeros que vienen a verme. Son simpáticos, pero con esta camisa de fuerza no puedo hacer lo que debo. No puedo gozar como antes. 

Historias Cortas de: Terror, Misterio y Suspenso Vol.1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora