El Atajo

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   Creo que muchos de nosotros hemos vivido situaciones extrañas. Algunos quizá lo considerarán como paranormales. Otros, un poco más escépticos en ese sentido, simplemente una anécdota más bien curiosa, pero que no quisieran vivir nuevamente. En ese entonces yo me consideraba entre este último grupo, a pesar de tener solo 15 años. Mi pensamiento juvenil me hacía desafiar todo lo extraño, buscando explicaciones solo por el hecho de no haber vivido nada fuera de lo común... Pensar que ahora soy un gran investigador de lo paranormal es algo muy paradójico. Pero algo aprendí ese día: Uno no cree hasta que lo vive.

   Comenzaré diciendo que esto sucedió en mi pueblo. Solía juntarme muy a menudo con mi mejor amigo, Ricardo, después del colegio. Inclusive, eran pocos los días que me iba directo a mi casa. Por mi corta edad, mi madre, además de ser un poco estricta con el tema de los horarios, me ordenaba llegar antes de las nueve de la noche para poder compartir la cena en familia. Recuerdo que esa noche en específico se me hizo un poco más tarde de lo normal. Bueno, no poco, muy tarde teniendo en cuenta el límite de hora que tenía para volver a mi hogar. Estábamos puliendo los últimos detalles de un proyecto importante que teníamos el día siguiente en el colegio, pues nos caracterizábamos por tener las mejores calificaciones del salón. A pesar de haber avisado a mi madre previamente sobre un posible atraso, nunca imaginé que me desocuparía a eso de las 00:00 horas. Lamentablemente en esos años los padres de Ricardo no tenían carro para ir a dejarme, aunque jamás temí a la oscuridad y el pueblo era bastante seguro. Me marché apurado con dirección a mi casa. Los padres de mi amigo me habían ofrecido techo esa noche, pero sabía que si aceptaba mi madre me regañaría terriblemente. Aun así les agradecí el gesto. Al salir me encontré con la engorrosa neblina tan inherente de mi pueblo. A nadie en el lugar le gustaba, por ende a esas horas las calles creaban una atmósfera un tanto tétrica para cualquier persona; el entorno se envolvía de un silencio perturbador, solo escuchabas tus pisadas y tu respiración. Apresuré mi paso, sin correr para no hacer mucho ruido. Recordé que había un atajo, por el cual casi ninguna persona transita debido a una serie de mitos urbanos que lo invaden. Pero, como buen escéptico, hice caso omiso a esas "idioteces" (como las consideraba en aquellos años). Caminaba apresuradamente para encontrarme con la estrecha calle. El sueño hacía peso en mis ojos, necesitaba llegar rápido a mi tan deseada cama y reposar mi cabeza en mi confortable almohada. No recordaba bien por dónde era, así que frenaba mi andar a cada momento. El tiempo seguía pasando, el cansancio aumentaba. Comencé a sentir ruidos a mí alrededor, cosa que lo atribuí al cansancio. Cuando por fin encontré el callejón me alegré en un principio, ya faltaba poco para llegar a mi destino. Me adentré, ralentizando un poco mi caminar. Mentiría si digo que no me dio nervios la oscuridad, el silencio y la soledad del lugar. Los vellos de todo el cuerpo se me erizaban poco a poco. Respiré un momento y volví a mi ritmo apresurado. No podía ver más allá de unos dos o tres metros por la espesa neblina, pero algo provocó en mí miedo tal que sentí un frío recorriendo mi espalda; una risa infantil perturbó todo el ambiente. Avancé lentamente, ahora no con miedo ni nervio, sino con preocupación... ¿Qué haría un niño a estas horas de la noche en una calle como esta? Seguí mi camino. Frente a una casa, con un aspecto antiquísimo, estaba él. Era un pequeño de no más de siete años. Cuando me acerqué a él el silencio volvió. De un momento a otro ya no eran risas lo que emitía el menor, sino que sollozos. No lloraba con fuerza, sino que se veía extraño... como si estuviese sufriendo. Por un momento me quedé pasmado, no sabía qué hacer. Seguí acercándome a él, hasta quedé a sus espaldas. "¿Qué sucede, pequeño? ¿Dónde están tus padres?". Estaba de cuclillas, mirando al piso, y sin levantar su mirada me respondió enseguida, como si estuviese esperando este momento: "Siento mucho frío y mis padres no me pued... no me quieren abrazar". Nuevamente no sabía qué hacer o qué responderle. "Quizás piensan que ya estás grande y por eso no te abrazan. Pero dime ¿Qué haces aquí a estas horas?". Los sollozos se cortaron bruscamente. Una leve risa salió de la boca del chico. Sin levantar cabeza, y con la cara cubierta por sus pequeñas manos me apuntó la casa que estaba al lado nuestro. "Allí vivo y viviré para siempre con mis padres". Aquella frase me desconcertó un poco, no entendía bien lo que sucedía con el niño. Aun no entendía qué hacía a estas horas fuera de su hogar. Me percaté que no apuntaba directamente a la casa, sino que a una especie de cuadro que había en el jardín. Me sentía con la necesidad de ayudar al pequeño, aunque había algo extraño, así que me acerqué a su morada. Oí nuevamente una risa, con un tono inquietantemente travieso. No hice caso, así que fui a golpear la vieja puerta de madera. Mi insistencia fue constante, pero nadie respondía. Mientras esperaba alguna respuesta desde el interior un montón de dudas fluyeron por mi mente. Insisto ¿Qué hacía un niño a esas horas y por qué nadie atendía la puerta? Voltee mi cabeza para ver el cuadro que había a unos metros. Por la neblina no lo divisaba bien así que me aproximé. Había una foto familiar. Aparentemente unos padres y... un niño. No, no me lo creía. En ese instante solo podía oír el latir de mi corazón que iba en aumento a cada segundo. Bajé un poco la mirada, había algo escrito: "Aquí yacen los restos de la familia Cortés. Se puede ver en la foto a los padres, autores del sádico asesinato de su hijo, Ariel Cortés. Descansa en paz, pequeño Ariel.". Sentía como mis piernas tiritaban. Inconscientemente mi cara se había desfigurado por el miedo que tenía. Logré sentir una lágrima caer por mi mejilla, provocado por el terror. Un terrible escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando decidí voltearme. El chico estaba parado a unos metros míos, aún con la mirada fija al piso. "¿No quieres darme un abrazo?". Casi enloquecí al sentir nuevamente una maquiavélica risa proveniente del chico. Hice lo que cualquier hubiese hecho, corrí sin más. Mis piernas me jugaban una mala pasada por lo asustado que estaba, estuve por tropezarme muchas veces. Corrí como nunca en mi vida, sin mirar hacia tras... quizás en cualquier momento Ariel me alcanzaría.

   Después de lo vivido me volví un estudioso de todo lo paranormal. Si me preguntan cómo llegué a casa la verdad no podría responderles. Solo tengo certeza de una cosa... Esa risa jamás la olvidaré.

Historias Cortas de: Terror, Misterio y Suspenso Vol.1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora