La hija del rey (II)

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"Un traidor puede traicionarse a sí mismo y hacer involuntariamente un bien"

J. R. R. Tolkien

El día de la boda llegó demasiado pronto.

El murmullo de los presentes se extendía por el gran salón bellamente decorado. El aroma de los perfumes artificiales que utilizaban las mujeres se mezclaban con el de las flores naturales que habían colocado de adorno. Todos vestían sus mejores prendas no queriendo verse inferiores en aquella ocasión tan importante. Todos, incluso el novio, que lucía una túnica elegante de color oscuro y una capa que colgaba de sus hombros con la insignia del reino. Cualquiera que lo viera a la cara no podría decir con precisión qué era lo que sentía porque su rostro estaba carente de toda expresión. La verdad era que estaba nervioso. Muy nervioso. Sus ojos no dejaban de mirar el pasillo que había entre medio de la multitud que se había reunido para presenciar la boda. Era por aquel camino por el que Hermione caminaría hacia él para unirse en matrimonio. No era precisamente eso lo que lo tenía en un estado de perturbación sino lo que vendría después... y, por desgracia, no se refería a la noche de bodas.

Por el rabillo del ojo vio que una sombra oscura se movía a su derecha. Miró en aquella dirección y vio a Potter de caminando. Cuando sintió la mirada de Malfoy sobre él sólo le sonrió con burla y se atrevió el muy mal nacido a giñarle un ojo. Todo el cuerpo del rubio se tensó, especialmente porque de inmediato el murmullo cesó y el sonido de las trompetas anunció que la princesa iba a entrar.

Volvió a posar la vista en el frente y, cuando las grandes puertas se abrieron, la imagen de ella le robó el aliento. No iba vestida con el tradicional vestido blanco de novia sino con un elegante vestido azul y morado, con pequeños detalles en hilos dorados, todos colores dignos de la nobleza. Sobre su cabeza había una delicada corona de oro con incrustaciones de rubíes y, alrededor de su cintura, una delicada cadena del mismo material. Si había sido maquillada, él no podría asegurarlo. Quizás el rubor de sus mejillas era natural. Su cabello tampoco ostentaba nada demasiado elaborado. Habían enganchado algunos mechones pero lo demás risos estaba sueltos alrededor de su rostro y cayendo por su espalda hasta por debajo de sus caderas. Ahora más que nunca lucía como las princesas de los cuentos de hadas, puras, bondadosas, inalcanzables.

En el rostro de ella sí se notaba el nerviosismo. Cuando sus ojos se encontraron, Hermione le sonrió tímidamente y él, olvidándose que estaba aparentemente en una corte de plena edad media, le giñó un ojo descaradamente, logrando que los que lo notaron comenzaran a murmurar nuevamente. Nuevos rumores comenzarían a salir de ellos dos, muchos más de los que ya había a causa de la inesperada boda.

Hermione avanzó con paso lento pero seguro hasta que estuvo frente a él. Tal como habían ensayado esa mañana, tomó su mano y se posó frente al Ministro que los iba a unir. Se trataba de un anciano encorvado, de cabello blanco y de mirada pacífica. Él hombre comenzó a recitar las palabras que ya conocían: no eran iguales sino una variante a los típicos votos matrimoniales en los que ambos debían de estar de acuerdo.

—Acepto—dijo Hermione.

Cuando fue su turno no pudo evitar titubear levemente pero al ver nuevamente a Potter no tardó en decir lo mismo.

—Acepto.

El salón estalló en aplausos y vítores.

...

Hermione estaba muy nerviosa. En realidad, había estado nerviosa desde el primer momento en la mañana en que abrió los ojos y se dio cuenta que se iba a casar con Draco Malfoy. Pero en ese momento en específico estaba casi comiéndose las uñas de sus manos (un acto muy repulsivo diría su madre) porque en menos de diez minutos el rubio aparecería en su cuarto para "consumar el matrimonio". Era difícil para ella no pensar en el asunto ni tener ningún tipo de temor cuando estaba vestida con un delgado camisón blanco que, con apenas tocarlo, podrías deslizarse por la curva de sus hombros y dejarla completamente desnuda.

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