Reinado de la oscuridad. Parte I

719 191 45
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Desperté a causa de las fuertes sacudidas del barco

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Desperté a causa de las fuertes sacudidas del barco. Las náuseas habían regresado pero, por fortuna, el baño quedaba cerca de la cama.

‹‹¿Cuánto he dormido esta vez?›› me pregunté.

Me asomé por la ventanita y no encontré a nadie, ni siquiera los guardias de mi puerta, lo cual era extraño.

Decidí que lo mejor era salir para averiguar qué estaba sucediendo.

Llovía a cántaros y el cielo estaba cubierto.

Con dificultad, llegué hasta la proa del barco. En el trayecto observé camarotes vacíos.

‹‹¿Dónde está todo el mundo?››

Estaba preocupada por Daniel, a quien no había vuelto a ver desde que Darius se lo había llevado, el pasado día.

Las olas golpeaban la embarcación con furia, empapándome, y el océano vomitaba aguas negras en la cubierta.

De pronto, el pánico y la desesperación me invadieron.

Divisé un gran remolino en forma de embudo, y no fue difícil deducir que habíamos llegado al famoso vórtice. Este nos estaba arrastrando, absorbiendo, hacia su centro.

‹‹Voy a morir›› pensé, con desespero.

Noté que el barco se inclinaba hacia adelante, así que me aferré a la barandilla para no ser arrastrada hacia los oscuros abismos acuosos —aunque era obvio que, con embarcación o sin ella, caería—. Sin embargo, el instinto de supervivencia le ganaba a la razón.

Una enorme ola rompió contra la proa y faltó poco para que me arrastrara hacia el océano.

El navío era engullido por la boca del remolino.

Se inclinó de lado y pude ver el fondo de aquel torbellino y mi inminente deceso.

Cerré los ojos, abandonada a mi suerte.

Pese a que Daniel había explicado que la magia haría todo el trabajo y que el vórtice no era peligroso, el miedo me invadía y era difícil creer en aquellas palabras cuando se era arrastrada, de manera virulenta, hacia el estómago del océano.

No obstante, para mi sorpresa, la tempestad era menos intensa dentro del remolino y, al cabo de un rato, la nave comenzó a estabilizarse volviendo a su posición original.

Cuando abrí los ojos, percibí como el agua se alzaba en altas paredes cristalinas, a medida que el barco era succionado al epicentro.

Todo el paisaje se empequeñecía, el cielo se alejaba con cada giro, y la luna se volvía un punto difuso que me regalaba intermitentes destellos plateados.

Aproveché ese instante de relativa calma para buscar a Daniel.

Transcurridos algunos minutos, la nave volvió inclinarse y pude apreciar el fondo del remolino en todo su esplendor. Una boca colmada de dientes diamantinos, que trituraba cuanto caía de la embarcación: camas, armarios, mesas, ropa...

‹‹Por lo menos ningún ser humano ha caído››.

De pronto, me di cuenta de lo obvio: todos debían encontrarse seguros en algún tipo de búnker ubicado en el interior del barco.

Hice un esfuerzo más para avanzar. Tenía que llegar hasta las escaleras y descender.

—¡¿Alise, dónde estás?! —oí un murmullo distante, entremezclado con el sonido del viento y del agua, pero reconocí la voz de inmediato. Era Daniel.

—¡Estoy aquí!—grité, mientras nuestras miradas se encontraban, a través de la cortina de agua.

Me fui acercando, impulsandome con la barandilla.

Las ráfagas de viento se volvieron cada vez más intensas. El periodo de paz solo había durado un rato.

Daniel estaba empapado. Sus negros cabellos escurrían diáfanas gotas sobre su rostro. Sus ojos azules habían adquirido la transparencia del océano que reflejaban. Se veía tan glorioso como siempre, en fin.

—¡Quédate donde estás! ¡Me acercaré a ti! —vociferó.

‹‹Igual no pensaba moverme›› ironicé.

Mis piernas y brazos me fallaban a esas alturas, debido al esfuerzo y estaba impedida para avanzar.

Estábamos cerca del fondo. Los tentáculos invisibles del océano nos oprimían.

Pero, la mano de Daniel estaba cada vez más próxima...casi podía alcanzarla.

Entonces la embarcación dio un vuelco brusco.

Lo último que recuerdo es sentir el leve rose de la mano de mi querido ángel sobre la mía, antes de que el mar nos engullera. 

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora