La trampa. Parte IV

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Había transcurrido un tiempo considerable desde que  Darius había marchado

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Había transcurrido un tiempo considerable desde que Darius había marchado. Se me hacía extraño que no hubiera regresado, ni él ni el grupo que había salido de expedición.

Las ansias me carcomían. ¿Habría fallado el plan de Daniel?

No soporté más y me aventuré a través del pasaje, tras confirmar que Vera estuviese restablecida por completo.

Caminé en completa oscuridad, ya que la única fuente de luz se la había dejado a mi tía.

Había colocado mi mano izquierda sobre el muro de piedra, para tener una dirección que seguir, aunque eso no me impedía trastabillar con los guijarros que sobresalían de la irregular superficie.

El frío había menguado e incluso parecía que la temperatura había aumentado algunos grados.

Después de unos minutos vislumbré un tenue resplandor a unos metros de donde me encontraba. ¡La salida estaba cerca!

Mientras avanzaba, empecé a considerar la posibilidad de que aquel fulgor fuera magma.

Mi corazón se aceleró. Me aterraba la idea de que el volcán hiciera erupción y acabar como un trozo de carbón.

Me tranquilicé cuando llegué a la abertura y confirmé que comunicaba con una nueva recamara, mucho más amplia y luminosa que la anterior.

Me oculté tras una roca para estudiar el área.

La caverna centelleaba con luz propia, debido a las múltiples gemas incrustadas en las paredes, entre las cuales había: rubíes, diamantes, esmeraldas, zafiros; y oro también. Altas columnas de aquel metálico emergían de la tierra como doradas torres.

Argos y sus soldados extraían el material precioso, con avaricia, haciendo estallar los hilos de sus engordadas mochilas.

Pude reconocer a Daniel entre ellos.

‹‹¿Su plan era ayudar a Argos a volverse más rico antes de darle el golpe final o qué rayos?››

El celestial estaba taladrando una pared de la caverna carente de gemas superficiales. El tono también era desigual. Parecía estar hecha de un material diferente, más oscuro y menos sólido.

A medida que acertaba un golpe con el pico de su herramienta, la pared se resquebrajaba un poco más, hasta que la grieta se hizo tan prolongada que aquella se desplomó integra, como si fuera negro cristal, develando un precipicio.

Entonces, escuché el sonido más aterrador que había oído en mí vida, un rugido feroz que hizo vibrar mis huesos y provocó que las estalactitas del techo se desprendieran y cayeran como lluvia de granizo.

Todos cesaron sus labores, posando los ojos en dirección a Daniel.

Reconocí a Darius en el montón. El muy codicioso estaba en un rincón de la cueva, asegurándose de llenar sus propias arcas. Pero, ante el infernal alarido, hizo su aparición frente a su soberano.

De pronto, el aire se removió adoptando la forma de un torbellino que procedía de aquel abismo. Oí un sonido similar al batir de unas alas enormes y al poco tiempo, contemplé la sombra de una descomunal criatura que se elevó hasta alcanzar el techo de la caverna y lo surcó de un extremo, con indescriptible rapidez.

Las luces intentaban enfocar la figura, sin éxito, hasta que en un momento alguien del grupo rompió el silencio y gritó:

—¡Dragón!—Y el caos se desató.

La cálida lumbre clarificó la escena, permitiendo ver con detalle a la bestia.

Se trataba de un demonio con el aspecto de una serpiente corpulenta, alada. Escamas bermejas se extendían como armadura por su colosal figura. Poseía un par de cuernos renegridos y ensortijados, con afiladas puntas. Su largo hocico desprendía humo y un desagradable hedor a azufre cada vez que expulsaba fuego.

Algunos soldados abandonaron el tesoro y corrieron despavoridos hacia la salida, o buscaron refugio detrás de las rocas.

Otros hombres, renuentes a abandonar su botín, terminaron carbonizados en una segunda embestida del monstruo.

Sus membranosas alas tenían un tamaño descomunal, desplegadas. Cada vez que la criatura las batía, avivaban las llamas y la flama ardía sobre los cuerpos inertes reduciéndolos a cenizas.

Durante el descenso, el dragón lograba coger alguna víctima, y se elevaba de nuevo para terminar de destrozarla en el aire, arrojando sus restos desde las alturas.

En un momento, me pareció ver que lograba coger a Argos, arrastrándolo hacia las cerradas sombras de la caverna.

Daniel se abrió paso hacia el pasaje, sitio donde me encontraba y del cual no había querido moverme hasta asegurarme que el tirano acabara muerto. Pero tras ver aquella escena podía confirmar que el plan del ángel había sido un rotundo éxito.

Nada me retenía en aquel sitio, así que me dispuse a escapar antes de que el alado descubriera que había faltado a mi palabra. Pero, de manera inesperada, el monstruo descendió y se posicionó frente a mí, cerrándome el paso. Rugió colérico, focalizando sus diamantinos orbes en los míos. Su pupila ambarina me observaba a través de sus párpados esmerilados causándome escalofríos.

De manera instintiva me pegué a la roca, ya que mis pies se negaban a responderme. Estaba acorralada y a la espera del inminente final.

Lo último que recuerdo, antes de que mis ojos se cerraran es ver el cálido fulgor, viajando a través de su garganta, como un brioso río de magma. 

 

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