Perdida en el abismo. Parte III

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Durante el descenso contemplé el rostro de Darius, asomando desde el borde del risco

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Durante el descenso contemplé el rostro de Darius, asomando desde el borde del risco. Había logrado atravesar la muralla de granito, pero había llegado demasiado tarde para salvar a su ‹‹Señor››.

A su imagen se sumó el recuerdo de Daniel.

Imaginé sus deificas facciones, al tiempo que las palabras de un adiós no pronunciado resonaron en mi interior:

‹‹Daniel, mi amado ángel...me duele saber que no volveré a sentir el tibio roce de tus labios o el suave tacto de tus manos al acariciarme. Tampoco tendré el placer de vislumbrar aquellos divinos orbes que, en una sola mirada, me transportaban al paraíso eterno››

La desidia acompañó el descenso.

El primero en impactar contra un rígido extracto fue Argos. Logré ver su postura desgarbada y grotesca sobre las rocas del fondo y un terror profundo me invadió.

Cerré los ojos, resignada, y sentí un cúmulo de lágrimas caer por mis mejillas.

‹‹Ojalá su poder fuera tan fuerte como el del elixir mágico›› pensé. Entonces, la revelación acaeció.

¡La gema diamantina!

Con premura, tomé el recipiente de mi bolsillo y lo abrí, bebiendo todo el contenido, antes de que mi cuerpo coalicionara.

Seguía viva —y también justo al lado del desgraciado de Argos—.

Mis ojos contemplaron la inmensidad del cielo que, al fin, había recuperado su tonalidad original.

‹‹Quizá la lucha ha terminado›› medité, esperanzada.

Intenté girar de lado para poder incorporarme, pero no podía moverme. Mi cuerpo se negaba a obedecerme.

No sentía dolor alguno, sentimientos de paz me invadían.

Por un momento, la idea de que pudiera estar muerta y presente en aquel plano de manera espiritual, me invadió.

Voces distantes irrumpieron mis pensamientos. Una especie de discusión proveniente desde las alturas. Reconocí a Darius y a Daniel. Incluso vi a este último, con total claridad, asomando hacia el precipicio. Me di cuenta entonces que mis sentidos se habían agudizado.

El ángel escrutaba el fondo del abismo y reconocía a Argos. Interpreté en sus facciones el sentimiento de regocijo. No obstante, su expresión cambió cuando sus ojos se toparon conmigo. Se habían cubierto de tinieblas.

‹‹Piensa que estoy muerta›› medité.

Una beta de tristeza afloró en sus ojos cristalinos, en forma de lágrimas. Pero, el paso del dolor al odio es tan breve que, de un momento al otro, sus emociones se tornaron oscuras y la furia emanó de su ser.

Observé a Daniel arremetiendo contra Darius, quien se había convertido en el objeto receptor de su ira.

Las alas del celestial refulgían y la misma luminosidad recorría toda su figura. Era como una estrella de fuego azul y plata, ardiente, poderosa.

La faz del comandante se tornó en una máscara blanca. El pánico lo había vuelto su presa.

El ángel vengativo tomó su fornido cuerpo entre sus manos, con singular agilidad, como su materia estuviese hecha de aire, y arrojó a Darius por el barranco.

Gritos de desesperación y terror impregnaron la atmósfera durante el declive. A continuación, escuché el peso de su robusto cuerpo golpear aquella funesta superficie que se había convertido en un cementerio de tumbas pedregosas.

Después, todo quedó en silencio. 

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