El yin y el yang .Parte I

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No había vuelto a ver a Daniel, y eso empeoraba mi estado de ánimo

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No había vuelto a ver a Daniel, y eso empeoraba mi estado de ánimo.

Me sentía inútil porque él se había encargado de mantenerme al margen de sus planes, y ese ‹‹periodo de quietud e incertidumbre›› no era bueno.

El único beneficio era que, al igual que él, había ganado cierta independencia y los soldados ya no me vigilaban de cerca. Podía ir y venir, por los sitios de acceso público en el palacio, y eso incluía sus gloriosos jardines.

Argos estaba ansioso por marchar y había movilizado a su servidumbre para cargar los insumos, armas y provisiones, en los trasportes que los conducirían hasta aquel misterioso portal. Una tarea de nunca acabar, ya que la expedición era numerosa y el equipaje magno.

—Perdone señorita, no sabía que estaba aquí —dijo Isabel.

La anciana llegaba, como cada día, puntual para realizar el aseo del cuarto dos horas después del almuerzo. Tiempo que dedicaba a deambular por el exterior, con la esperanza de encontrarme a Daniel.

De hecho, hacía esos paseos varias veces al día, con el mismo objetivo, pero siempre obtenía los mismos decepcionantes resultados.

—Hoy decidí no salir —comuniqué, cogiendo sus instrumentos de trabajo—. Prefiero colaborar en las labores.

Al fin, después de días de agotadora objeción, la mujer había tenido que resignarse a tener que ceder parte de su trabajo.

Me gustaba ayudarla con la limpieza. No solo porque aliviaba sus quehaceres, sino porque me mantenía ocupada, y sentía que tenía un propósito más efectivo que la espera.

Isabel no hablaba mucho, pero en nuestras efímeras charlas me había contado que vivía en ‹‹El Refugio›› hacía casi catorce años.

Había llegado poco después que Argos se proclamara soberano y, al igual que todos, había trabajado con esmero para erigir el colosal imperio.

En aquel momento me había compadecido de su situación. ¡Tan solo imaginarme viviendo tanto tiempo en ‹‹El Refugio›› me provocaba náuseas! Pero ella aclaró que esa nueva vida era mejor opción a la de padecimiento y miseria que había experimentado en ‹‹Las Ruinas››. Además, dijo que sus ‹‹Señores›› también le habían dado un propósito al nombrarla nana de sus hijos, después de que la guerra le arrebatara los suyos.

Mientras la octogenaria mujer deslizaba el plumero por el retrato de Evelia, con sumo cuidado y afecto, me animé a profundizar nuestra charla.

—La niña Evelia era hermosa —comenté, de manera casual.

Ante la mención de su nombre, los ojos de Isabel se iluminaron con singular cariño maternal.

—Es cierto, y usted me la recuerda mucho— reconoció—. Sobre todo por su gran gentileza.

—Lamento mucho su pérdida. La muerte de un ser amado deja un vacío difícil de llenar, en especial si se trata de alguien tan joven. Imagino que el suceso sorprendió a todos...

—Fue una verdadera tragedia —corroboró la vetusta—. La niña enfermó de repente y nadie pudo salvarla. Lo mismo ocurrió con su hermano gemelo Jonathan.

¡Esa sí que había resultado una verdadera sorpresa! Argos era padre de dos vástagos, ambos fallecidos.

Imaginé que él podía cargar con las pérdidas, debido a su impasible temperamento, en cambio Vera había quedado devastada.

—¿Los dos murieron de la misma enfermedad?

—No lo creo. La muerte del señorito Jonathan fue repentina. Él no tenía signos de padecimiento. Pero con niños tan especiales nunca se sabe.

—Cuando dice que eran especiales, ¿se refiere a que poseían dones mágicos?—me animé a preguntar.

Isabel asintió, con normalidad. Tanto ella como yo éramos conocedoras de los secretos de aquel lugar.

—El señorito Jonathan tenía el mismo espíritu brioso y el carácter difícil de su padre—señaló, y esa era una forma cortés de decir que ‹‹el señorito era un cretino›› —. Pero, en lo demás, se parecía a su madre.

—¿Él también había heredado el don de sanación?

La mujer negó, y pude notar como su cuerpo se tensaba bajo el uniforme.

—La verdad es que esos dones eran propios de su hermana. Jonathan, en cambio...Él... hacía todo lo contrario, señorita Alise... Provocaba dolor y enfermedad.

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora