Al ver al comandante los subalternos realizaron un respetuoso saludo militar y abrieron el paso de inmediato.
Al ingresar visualicé el cartel informativo con los números de cada sector y datos referentes a la producción de cada uno.
El sector uno se caracterizaba por la elaboración de productos agrícolas. El sector dos estaba dedicado a ganadería, el tres al textil, el cuatro a la carpintería.
El rasgo característico y persistente en cada uno era la presencia de toscas maquinarias —tal vez construidas allí mismo— y otras pocas más modernas, rescatadas de los escombros de las ciudades y adaptadas para funcionar de manera manual o a base de vapor.
‹‹Entonces aquí tampoco hay energía eléctrica›› pensé.
Ya me había dado cuenta hacía tiempo de que el tren funcionaba a vapor, pero no me había imaginado que la falta de energía eléctrica era total en ‹‹El Refugio››.
A pesar de ello, la fábrica, tenía una buena iluminación natural gracias a sus múltiples ventanales, ubicados en lo alto y protegidos con gruesos barrotes de hierro forjado. ¡No fuera a ser cosa de que a alguien se le ocurriese escapar! ¡Ridículo! ¡¿A dónde irían aquellos individuos?! Afuera no era mucho mejor.
La edificación también contaba con una buena provisión de lámparas de aceite y kerosene. Observé kilométricas mesas dispuestas en interminables hileras donde los obreros realizaran las distintas tareas de elaboración y envasado, bajo la vigilante mirada de los soldados.
El sector 5 era el de la metalurgia y allí culminaba el viaje.
Era el área de los grandes hornos de fundición. Allí se fabrican herramientas, pero también armamento (no así su materia prima, la pólvora) Argos era muy astuto para dejar en manos de unos trabajadores ‹‹brutos e inestables›› un bien tan preciado.
Sin embargo, allí se habían producido los disturbios.
—Señor, el insurrecto está allí —señaló el joven soldado que nos había guiado, apuntando hacia una caldera—. Lo tenemos rodeado, pero aun no le hemos podido quitar el arma.
Divisé a un hombre de avanzada edad y mediana estatura. Sus ojos inquietos nos miraban alertas, desde un rostro demacrado. El sujeto sostenía un trozo de metal afilado, presionando el cuello de uno de los guardias. Su mano temblaba ligeramente, pero su expresión era estable y podía leerse en sus ojos que estaba dispuesto a lo peor.
Darius inició el dialogo intentando negociar con él, para terminar amenazándolo, básicamente. Pero ninguno de los métodos aplicados había dado resultado.
Después de un rato, el obrero empezó su perorata.
—Estoy harto de ser esclavo de un tirano y de falsas promesas. ¿Dónde está el paraíso que nos habían prometido? Racionan la comida, nos maltratan y explotan...No somos dueños de nuestras propias vidas. ¿Dónde están las medicinas? ¡Exijo las medicinas o este se muere! –presionó con determinación el trozo de metal contra la garganta del soldado. Un hilo sanguinolento fluyó del pequeño corte provocado en su piel.
Estaba perpleja ante la escena, pero Daniel —que me había negado su voz antes—, estaba muy ansioso por hablar, incluso frente a la advertencia de Darius.
Con paso decidido y ágil se acercó al hombre antes de que alguien pudiera detenerlo. Fijó sus inquisitivos orbes sobre él y le solicitó con voz tenue, pero firme, que bajara el arma.
El sujeto lo miró y por un momento creí que se le reiría en la cara, pero estaba absorto. Instantes después cedió a la petición de Daniel y retiró el arma del cuello de su rehén, liberándolo. ¡Increíble! ¡Parecía hechizado!
La oportunidad fue bien aprovechada por los militares, que pronto redujeron al obrero y se lo llevaron aprovechando el estado de aturdimiento.
—¿Qué le hiciste?—susurré más para mí misma que para Daniel.
‹‹Seguro lo ha hipnotizado o utilizado alguna misteriosa táctica de persuasión›› sopesé.
Darius, al darse cuenta de que su presencia allí no había servido de nada, posiblemente sintiéndose avergonzado por su falta de eficacia, se volvió contra su prisionero, furibundo.
—¡Te advertí que no te inmiscuyas! ¡Podría haber muerto uno de los nuestros!
‹‹Ni que los otros no fueran humanos››
Entonces el golpe llegó, tan rápido, que ni Daniel pudo anticiparlo y tan asertivo, que lo dejó noqueado.
El puño del comandante impactó directo en su ojo izquierdo provocando que el joven tambaleara hacia atrás, perdiendo el equilibrio. Su cabeza golpeó contra un tubo de metal y el resultado fue la pérdida de conciencia inmediata.
—¡Eres un cretino! —le grité y, sin siquiera pensarlo, mi cuerpo se movió impactando contra el de Darius, en un pobre e insensato intento por derribarlo.
Como era de esperar, si tan solo me hubiese detenido a analizar la situación y no hubiese actuado por mera impulsividad (y estupidez), salí volando por los aires de un manotazo y choqué contra algo sólido.
El mundo se volvió un manto negro salpicado por destellos fugaces de luz. ¡Un cielo! ¡Uno que se sentía infierno a causa del dolor insoportable!
La mejilla izquierda me latía con furia. Sentía miles de aguijonazos. Los oídos me zumbaban y estaba casi sorda. Además, una sustancia húmeda y caliente empezaba a filtrarse por mis labios. Sabía a hierro, óxido y sal. Era sangre, mi propia sangre.
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Místicas Criaturas. El Refugio
Fantastique"Dicen que antiguamente criaturas sobrenaturales habitaban la tierra, viviendo en armonía con la raza humana. Así se mantenía el frágil equilibrio del planeta. Los seres mágicos, puros y sensibles, habían hecho un trato con los humanos: a cambio de...