El viaje. Parte III

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Abrí la puerta y me asomé cautelosa

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Abrí la puerta y me asomé cautelosa.

¡Sin moros en la costa!

Comencé a caminar y avisté los camarotes donde descansaban la tripulación.

Me sobresaltó el sonido de voces cercanas y me introduje en lo que parecía ser una sala de reunión.

Había una mesa metálica en medio de la habitación y, sobre esta, desperdigados varios manuscritos y mapas. Distinguí un aparador de tamaño mediano, con hendijas en las puertas, ubicado en un rincón.

Las voces eran cada vez más audibles, y parecía que sus portadores iban a entrar precisamente allí.

Abrí el armario y comprobé que estaba vacío y, lo más importante, cabía en el.

A través de las rendijas observé lo que sucedía en el exterior.

La puerta se abrió y entró en la sala Argos, seguido por Darius, Marco y Daniel; además de otro militar cuyo nombre desconocía.

Mientras los individuos se acomodaban en torno a la mesa rectangular, el dictador tomó una de las cartas de navegación y la colgó junto a una pizarra, para que fuese visible a la multitud.

—Según mis cálculos, nos hallamos en este punto— Señaló un lugar en el mapa con un puntero. No alcancé a divisarlo desde mi posición, pero suponía que era el sitio donde había agua. Después de todo nos hallábamos en el mar —. Y debemos avanzar hasta aquí—añadió, deslizando el puntero hasta otro sitio invisible para mí. Probablemente algún lugar en tierra firme—. Este es el sitio exacto donde está ese portal que conecta ambos mundos—argumentó, trazando con el señalador una circunferencia. Después posó sus obsidiánicos ojos en Daniel —. La pregunta es ¿cómo vamos a adentrarnos en el remolino sin que la embarcación se haga trizas?

Era notorio que el maldito estaba escéptico, lo mismo que temeroso. Pero, era comprensible. ¡Me acababa de enterar que iríamos directo a un torbellino de agua y no podía dejar se temblar!

Observé que Daniel se incorporaba y se dirigía a la pizarra, donde comenzó a escribir:

La magia nos protegerá.

—¿Y se supone que eso debe dejarnos más tranquilos? —masculló Marco, sardónico —. ¿Quién nos garantiza que esta criatura esté diciendo la verdad? Tal vez nos esté tendiendo una trampa.

Los murmullos se alzaron en la sala, secundando al subcomandante.

Daniel le destinó al militar una mirada de auténtico desdén, fulminándolo con el fuego azul de sus ojos.

—¡Yo lo garantizo soldado! —rugió Argos, descargando con fuerza el puntero contra la pizarra —. ¿Acaso piensas que no he tomado recaudos para asegurarme de la lealtad del ángel? ¿Me crees tan estúpido como para arriesgar la seguridad de la tripulación e incluso la propia? —El tirano estaba cada vez más encolerizado.

—No Señor...yo no...—balbuceó Marco.

—¡Silencio! —vociferó el mandatario—. No hablarás hasta que te lo ordene soldado —Marco se encogió sobre sí mismo, tragándose las palabras y el orgullo. La bilirrubina ascendía por su rostro. El soberano, en tanto, dirigió su vista hacia Daniel—. Escribe las coordenadas exactas del remolino. Y tú, entrégaselas al capitán— ordenó a su subalterno.

—De inmediato, Señor— respondió el emisario y se se retiró, tras emitir el prudente saludo.

—Ustedes dos —indicó Argos, posando sus ojos en Darius y en Marcos alternamente —. Hagan algo bien para variar, y asegúrense de que todo esté en orden en los establos—ordenó, dando por finalizada la charla.

Cuando Daniel se disponía a partir Argos lo sujetó del brazo, obligándolo a detenerse.

—Más vale que no intentes traicionarme, angelito. No olvides que la vida de ella está en tus manos.

‹‹¿A qué ella se refiere?››

Daniel apretó la mandíbula y sus músculos se tensaron cuando asintió.

—Así me gusta...—masculló el tirano, pero Daniel ya se había ido deshaciéndose, al menos, del agarre de su opresora mano.

Con gran precaución logré llegar a mi guarida, mientras procesaba la nueva información. Me sentía agotada mentalmente y, para colmo de males, habían vuelto los mareos.

Ingerí un poco más de aquel néctar, con la esperanza de que me hiciera sentir mejor, pero era demasiado tarde. La náusea fue mucho más rápida y el vómito salió despedido con violencia.

¡Maldita sea! Jamás volvería a subirme a un barco.

Odiaba vomitar y, lejos de sentirme mejor, estaba más cansada que antes y con un dolor palpitante en el estómago.

Tomé asiento después de limpiar el desastre, usando la vieja ancla como soporte. En pocos minutos más el cansancio me venció y me quedé dormida.

Soñé con aguas umbrías y siniestras, repletas de mortíferas criaturas marinas con babosos tentáculos dentados, ventosas que escupían veneno y afiladas aletas en forma de serruchos.

Todos los monstruos me acechaban, intentando arrastrarme hacia las profundidades de su negro lecho oceánico, donde terminaban devorándome.

Místicas Criaturas. El RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora