5. Persevera y vencerás, o algo parecido

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Ingresé dando tumbos al Centro de Operaciones.

—¿Y bien? ¿Dónde...? —sin terminar lo que comenzaba a reclamar, el teniente me observó y abrió mucho los ojos—. ¿Qué pasó?

—Dibenedetto es un cadáver ahora, voy a subir sola al Voin y terminaré la misión por mi cuenta —afirmé, aunque se me dificultaba demasiado respirar después de semejante carrera. Todos en la sala me miraban y murmuraban entre ellos, era obvio que veían las manchas de sangre en mi ropa y rostro. El teniente Wright se acercó con paso firme a mí, me tomó con demasiada fuerza del brazo para arrastrarme fuera de la estancia, caminó por un pasillo, hechó un vistazo a una sala vacía y me aventó contra el suelo cerrado la puerta tras de sí.

—¡Estoy harto de sus insubordinaciones! ¡Va a obedecer lo que diga! —me gritó, perdiendo la postura recta que tanto parecía presumir. Me levanté del suelo, era mi turno de ponerlo en su lugar, sabía que esa decisión audaz traería consigo desastrosas consecuencias en el futuro, pero si no le dejaba en claro al trajeado ese que yo también poseía cierta fuerza de voluntad, jamás dejaría de pisotearme grotesca e innecesariamente como a todos sus subordinados.

—¡No! Dibenedetto está muerto, Petkovic pronto seguirá sus pasos, si me mata ahorita, ¿qué hará? Sittichai no durara ni un minuto contra el Ispolin. ¡Es usted quien hará caso de mí! ¡Soy el Strateg del Ark-VEI! —le reñí enfurecida. Ya me tenía hasta el carajo el tipo.

Estaba sorprendida conmigo misma, la voz no me traicionó en ningún momento, a pesar de que sentía como con cada palabra que pronunciaba el color del semblante me abandonaba. Nos quedamos en un silencio nefasto, mientras yo esperaba que respondiera con creces a mis reclamos, pero su boca no emitió ni el más mínimo sonido. Tomando eso como respuesta, salí del cubículo dejándolo solo con sus pensamientos y esa mueca idiota en su cara que jamás olvidaría.

Sí. Yo era el Strateg del Ark-VEI me gustara o no y como tal, me encontraba en el vértice de la organización, al igual que Petkovic y muchos antes de él. Era la encargada de la estrategia como oficio de General, consistiendo básicamente en dirigir por mí misma la operación militar en contra de los Ispolin y de todo lo que ocurría en el frente de batalla, dado que mi respectiva valía más que todas, al estar cara a cara con el enemigo. Era una responsabilidad alta y poderosa que junto a los tenientes y generales, marcaban la diferencia entre la victoria y la derrota.

¿Pero dónde estaban ellos para apoyarme? Dirección era justo lo que necesita para esos momentos, porque, aunque había logrado plantarle pelea al teniente, la realidad era que de estratega no tenía absolutamente nada. Podía organizar las mejores fiestas de la ciudad, pero fuera del alcohol y las mujerzuelas, mi conocimiento bélico no era tan amplio.

—¡Anton! —grité entrando en el Centro de Operaciones—. Que preparen las cosas para mí y dime qué tengo que hacer para mover esa cosa —lo podía observar por el cristal del frente, tenía que ser, era un Voin que nunca había visto antes pelear en televisión: negro con franjas blancas. ¿Negro? ¿En serio? Como si no lucieran lo suficientemente tétricos ya, para darle todavía ese color. Me recordó a una carroza fúnebre y en ese momento pensé con desgana que pronto habría un muerto dentro de él.

El tipo de bata blanca número dos me apoyó en el proceso nuevamente, entregándome un traje negro de polipropileno con una raya blanca atravesada en el vientre haciendo juego con el Voin. Recordé a Petkovic; maldito fuera, él debía estar ahí, no yo. Habían colocado al Arkhetipom en la puerta 5, así que juntos entramos a la Cabina de Mando. Observando el interior reparé en que lucía completamente distinta a la que había visto en la Sala de Pruebas y el suelo se encontraba todo rayado por debajo del armazón de metal.

La última sombra del hombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora