—¿Qué es eso? —pregunté. Mi voz había sonado penetrante y exacerbada, puesto que la extraña escena que acababa de presenciar, más que infundirme miedo, provocó en mí coraje a niveles que no alcanzaba a entender.
—Es parte de lo que puede ver cuando hice la conexión con el QI-I o, más bien, su sentir —me respondió Yuratchka, con una sonrisa que estaba teñida de tristeza. ¿Por qué nos molestaba anímicamente de tan diferentes formas aquel acontecimiento?
—¿Su sentir?
—Tú también lo notaste, ¿verdad? Resentimiento, envidia, desesperación, tristeza, avaricia... El odio que se apodero de él al ver las ciudades, lo que los humanos creamos y destruimos con el paso de los años. Su pensamiento de que eso no era natural y de que rompía el plan esencial, de quien sabe quién.
—De Ella... —suspiré recordando los pensamientos de Ragnarök, mientras me tocaba la frente con la mano y cerraba los ojos. Ella. ¿Quién era ella?
—¿Quién es ella?
—Justo me lo estaba preguntando.
—¿Quién es ella? —repitió con un suspiro frustrado, aparentemente por mi comportamiento. Abrí los ojos y levanté la vista para enfrentarlo.
—Deja de creer que conozco todas las respuestas, porque no es así, en lugar de eso, deberías empezar a ser más útil como cuando me entregaste la llave de tus oficinas privadas —hizo caso omiso de mis reclamos y me miró a los ojos de una manera retadora, como si el miedo no existiera más en su mente.
—Yo no te di la llave, se encontraba oculta bajo el tablero de control del Götterdämmerung y cuando estrellaste tu cabezota un par de veces sobre él la zafaste de su escondite. Noticias para Jules Dadraza: Yuratchka Gepesky está muerto.
—Yo la encontré tirada en el piso de metal del Voin cuando fueron a rescatarte y, como pensé que era tuya, la dejé en tu mano mientras permanecías en el hospital. Después de eso, olvidé preguntarte para que servía —completó mi pequeño, mientras deslizaba una sonrisa por sus labios, al tiempo que permanecía recostado sobre mis piernas.
Me quedé mirándolo, su piel cobriza, sus suaves manos y aquella expresión tranquila, ajena al caos del mundo exterior; a los idiotas que nos lideraban, inclusive ajeno a mí, una leve sonrisa adorno mi rostro de igual manera y mi expresión seguramente se suavizo, aunque por poco tiempo.
—¡¿Qué es ese ruido?! —grité displicente.
Tenía un rato pareciéndome escuchar voces con mensajes inentendibles provenientes de ningún lugar en específico y eso estaba crispándome los nervios. Di un rodeo con la vista, mirando a ambos lados de la inmaculada habitación blanca, para admirar lo que me pareció un extraño panorama: el par de puertas no se encontraban ahí. ¿Qué?
Abrí los ojos con lentitud.
—Por todos los cielos, Jules, despierta. Dame una señal de que sigues viva —pronunciaba con desesperación Kudryavtsev tumbado a mi lado.
Sus ojos verdes esmeralda me observaban con miedo y un sentimiento de agravio. Me removí sobre el helado pavimento y él, al notar que no lograba levantarme, me ayudó a incorporarme despacio hasta dejarme sentada contra la pared, procurando herirme lo menos posible.
—Tú... eres... Gordon, ¿cierto? —el tipo se quedó helado al escucharme pronunciar aquello. Seguro no era lo que esperaba que le dijera y menos en esos momentos—. Tanya mencionó una vez a un tipo con el que salía. Dijo que su nombre era Gordon, pero no era así. Eres tú, Gotlind.
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La última sombra del hombre
Science-FictionLas dificultades están destinadas a despertarnos, no a desalentarnos, ya que el espíritu humano crece a través del conflicto, pero también es ahí, cuando nos damos cuenta de la vileza del ser humano para sobrevivir a una amenaza, en este caso de tip...