—¿Qué es eso? —pregunté a Yuri, pero él se hizo el desentendido, claramente inspirado a no darme ninguna respuesta. Lo escruté con la mirada en busca de alguna pista sobre aquello que acabara de presenciar y apartó la vista de inmediato. Estábamos comprendiendo como la vida daba vueltas inesperadas e irónicas.
—Es el último recuerdo que tengo de tus padres juntos —respondió al fin, dándose por vencido.
—Es el día de su boda, ¿cómo puede ser el último? Ellos siguieron juntos hasta que yo cumplí cinco años y me llevaron a celebrarlo a Manhattan.
—¿Estás segura de poder decir que estaban juntos? —ambos guardamos silencio en el sepulcral cuarto blanco, que al parecer se convertiría en mi lugar favorito; solo ahí podía ver a mi pequeño otra vez, recostado en mis piernas, mientras jugueteaba con los pliegues del pantalón deportivo.
—¿Quién mueve los hilos desde arriba? —solté de pronto, a lo que él sólo se encogió de hombros y sonrió de lado.
—Te sorprendería saber que conoces a su descendencia mejor de lo que crees.
—¿De qué hablas? —inquirí. ¿La descendencia? Eso no sonaba nada bien. De pronto todo lo ocurrido en mi última visita al cuarto blanco hacia menos de un par de horas, regresó a mi mente. Su voz, mi nombre pronunciado con esa voz. Esa traidora voz.
—¿Estás bien? Luces ligeramente confundida.
—No lo entiendo. Estaba segura de no haber escuchado su voz en veintitrés años, pero ahora veo que no fue así —argumenté sin dedicatoria a nadie; aunque Yuri era el único en ese lugar, así que suponía la respuesta era para él—. Me llamó el día en que falleció, pero yo no lo relacioné en lo absoluto, ni en ese momento ni después, puesto que estaba dormida y un poco ebria, además de que no reconocí su voz ni por asomo. Nada tuvo sentido entonces y de hecho, sigue sin tenerlo. ¿Qué se supone que tengo que olvidar?
—¿A Kunturi tal vez?
—¿Cómo conoces ese nombre? —protesté al tiempo que comenzaba a escuchar un ligero repiqueteo proveniente de la puerta derecha.
Entreabrí los ojos y vislumbré en primer plano su rostro, mientras me sostenía en brazos, su bata estaba manchada de sangre que seguramente me pertenecía.
—Jul, por favor, no cierres los ojos. Necesito que estés consciente —pude notar el suplicio en sus ojos turquesa y por ello no respondí nada brillante o hilarante como ya teníamos de costumbre, pero tampoco me sentía capaz de articular palabra.
Miré por una ventanilla la lluvia que azotaba la camioneta que fungía de ambulancia en esas circunstancias. Afuera llovía a cantaros y los truenos resonaban en el cielo, así como los relámpagos que formaban trazos como si este fuera un vidrio roto.
—La bala del hombro no atravesó. Chocó contra el húmero y la tienes incrustada, pero en tu estado actual no puedo ponerte más que anestesia local y no va a ayudarte mucho.
—Artiom, ya estoy listo —habló alguien por sobre mi cabeza, pero no alcancé a vislumbrarlo.
—Ok, Jack, dame tu cinturón —le ordenó el rubio estirando el brazo en su dirección.
—¿La vas a amarrar? —inquirió con sorpresa el sujeto que respondía al nombre de Jack.
—Mitad eso y mitad que necesito que muerda algo de ser necesario —estaba segura de que lo que vendría a continuación no me iba a gustar nada.
—Aquí está —noté el cinto cruzando por sobre mi cabeza—. Mira la ecografía, el hueso se ve fragmentado, pero no sabría decirte a ciencia cierta, hay que tomarle una placa, ¿estás seguro de que no podemos esperar hasta llegar a Kansas? Tal vez podemos sacarla de un tajo limpio o el empedrado del camino nos complique la operación, la niña ya está jodida, ¿qué tal si dañas algún tejido?
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La última sombra del hombre
Bilim KurguLas dificultades están destinadas a despertarnos, no a desalentarnos, ya que el espíritu humano crece a través del conflicto, pero también es ahí, cuando nos damos cuenta de la vileza del ser humano para sobrevivir a una amenaza, en este caso de tip...