Capítulo 2

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Ya era por la tarde del día siguiente cuando la pequeña tropa alcanzó las fronteras del Bosque Negro.

"¿Sabes, Kel? Creo que ya es hora de que le pidas a Arwen que sea tu esposa" –dijo Legolas, divertido.

Keldarion se quedó congelado.

"¿Y qué te hace pensar eso?"

Legolas puso los ojos en blanco.

"¡Oh, vamos! Como si no nos diéramos cuenta de lo que pasa. Hay algo entre vosotros dos. ¡Admítelo!"

"Solo somos amigos."

"¿Solo amigos? ¿Los amigos se besuquean todo el rato?"

Keldarion lo taladró con la mirada.

"Nos lo estamos tomando con calma para ver si somos el uno para el otro."

Legolas se echó a reír.

"¡Kel, ya has tenido casi un milenio para averiguarlo!"

"¿Y qué pasa con esa bonita dama de Rivendel que no podías dejar de mirar? ¿Cómo era su nombre? ¿Narisa?"

¡E increíblemente, Legolas se sonrojó!

"Narasene. Y no estamos hablando de mí, sino de ti."

Legolas de repente se puso rígido y Keldarion detuvo su caballo. Los dos hermanos se miraron.

No estamos solos. Hay algo raro.

Tras hacerle señas a su escolta, los príncipes forzaron su visión y sus oídos, buscando pistas de la extraña presencia que habían sentido.

"Viene de delante, a unas veinte yardas o más" –susurró Legolas. Keldarion asintió.

"Es difícil de decir cuántos son. Deberíamos evitar el enfrentamiento si podemos. Mejor demos un rodeo" –sugirió Keldarion.

Entonces cambiaron de dirección y salieron de la ruta normal. La tropa rodeó el bosque y se metieron en una cañada, en máxima alerta. Esa ruta casi no se utilizaba por la espesa maleza que les dificultaba el camino a los caballos, pero aun así permanecían cautos.

Legolas empezó a sentirse inquieto y no podía deshacerse de los escalofríos que le sacudían el cuerpo. Keldarion parecía estar igual, pues apretaba el mango de su espada. Legolas colocó una flecha en el arco, preparándose para dispararles a posibles atacantes.

Estaban tan concentrados en la extraña presencia que sentían, que no se percataron de la cuerda que iba de un lado al otro del camino, oculta entre los arbustos. Cuando el caballo de Keldarion tropezó con ella, una red enorme cayó sobre los elfos.

"¡Es una trampa!" –gritó Legolas, intentando liberarse.

Los caballos entraron en pánico, y gracias al terror que sentían, tropezaron y cayeron al suelo, arrastrando a sus jinetes con ellos. Keldarion se quedó atrapado debajo de su caballo, casi sin poder moverse ni defenderse. Los otros elfos usaron sus espadas para liberarse y Legolas esquivó el casco de su caballo, que estuvo a punto de golpearle la cabeza. Con mucha dificultad, el príncipe se arrastró por debajo de la red hacia su hermano, sin el arco que se le había caído en medio del caos.

"¡Kel!"

Keldarion gruñía de esfuerzo mientras intentaba alejar a su caballo.

"¡No puedo salir!"

Legolas llegó a su lado y levantó ligeramente la parte superior del cuerpo del caballo. Keldarion aprovechó la pequeña abertura y se liberó. Y entonces se produjo el ataque.

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