Capítulo 4

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Y aquí está el conocido capítulo que las hará sufrir. Aviso que es muy cruel, para que luego no me maten. Nos vemos en los comentarios finales

Elrond estaba de pie en el balcón. Miraba en dirección al Bosque Negro, inmóvil. Arwen se le acercó sin hacer ruido.

"¿Qué ocurre, padre? ¿Por qué estás tan preocupado?"

Elrond se giró hacia su hija. Sin decir nada la abrazó y cerró los ojos tristemente. Arwen apoyó la cabeza sobre su pecho, sin comprender el comportamiento de su padre, preocupada.

Abrazados, padre e hija observaron cómo se ponía el sol por el oeste.

Abrazados, padre e hija observaron cómo se ponía el sol por el oeste

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"¿Dónde está el niño?"

Jongos seguía gritando las mismas palabras desde que lo habían llevado a esa habitación. Arrodillado y con las manos atadas a la espalda, Legolas permanecía en silencio y observando al hombre con estoicismo. Sus ojos plateados brillaban con desafío.

Jongos sostenía el látigo, balanceándolo de aquí para allá, pero todavía no lo había usado. Estaba atento a las reacciones de Legolas al verlo. Al final, al no obtener la reacción que esperaba, lo sujetó por la barbilla y gruñó.

"¿Quieres sentir esta cosa en tu espalda, como tu hermano? ¿Quieres saber cuánto duele?"

Legolas casi se rio. ¿Doler? Había sido flagelado ya un par de veces en su vida, ¡así que sabía perfectamente cuánto dolía! ¡Este humano no romperá mi resolución sin hacer otra cosa que balancear ese látigo!

"¡Haz lo que te parezca, pero no diré nada! ¡No eres más que un cobarde, humano!"

"¡¡Tú...!!" –Jongos levantó el puño para golpear al elfo, pero se detuvo al ver de cerca su magnífico rostro.

Su piel era suave como la de un bebé y el brillo etéreo propio de su especie le hacía parecer aún más hermoso. Jongos se quedó sin palabras durante un rato. Nunca había visto nada tan bello, ni siquiera una mujer. Hablando de mujeres... hacía tiempo que no estaba con ninguna.

Legolas se estremeció al ver cómo el hombre lo miraba de una forma tan extraña. ¿Y ahora qué? Ansioso, gritó:

"¿Por qué te detienes? ¡Sigue! ¡Golpéame! ¡Pero no me harás hablar! ¡Ni siquiera desangrándome te diré nada!"

El hombre le soltó la barbilla y bajó con un dedo por su cuello, por el pecho, y cada vez más abajo. Legolas abrió los ojos como platos, comprendiendo por fin sus intenciones. Se retorció con todas sus fuerzas, pero lo sujetaban con demasiada fuerza. Le quitaron la ropa... y entonces empezó su peor pesadilla.

Lo destruyeron... una y otra vez...

 una y otra vez

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