Orquídea

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Esa mezcla de aromas, que le traían una sensación de calma, que le permitían estar a gusto, que lo hacían recordar millones de cosas, todas y cada una de ellas eran diferentes.
Las rosas, los girasoles, las violetas, una que otra margarita, todas todas ellas eran simplemente perfectas.

Marco era un chico de carácter tranquilo, a veces tan inocente como Armin, pero solamente a veces, porque uno que otro chiste no se le pasaba. El muchacho se llevaba bien con sus hermanos, eran sus mejores amigos, sobre todo Jean, pasaban la mayor parte del tiempo juntos, jugaban vídeo juegos o solamente charlaban de forma amena, en familia. Todos tenemos un preferido para pasar el tiempo.

No había mucho que contar sobre este muchacho, buenas calificaciones y una ex novia que dejó una herida abierta, ah, y por supuesto, un corazón lleno de alegría y amor para regalar, pese a todo.

El agua caía de forma delicada sobre las hojas y los pétalos, era un amante del jardín, a Marco siempre le gustó llevar bocadillos a los jardineros como excusa para ir a verlos trabajar y hacerles compañía, en las mañanas cálidas y en las tardes gélidas, todo dependía de todo. A pesar de ser un muchacho que no era muy sociable, tenía un pequeño círculo de amigos, con ellos le bastaba, pero solamente uno tuvo el derecho a conocer su pasión por las plantas, enfocado más que nada en sus flores.

— ¡Marco! — Exclamó alguien que sonaba bastante apurado, estresado y agotado. El nombrado se dio la vuelta y pudo observar con claridad el motivo de que su nombre fuese pronunciado con tanta agonía.

— Jean, Mikasa ¿Qué los trae a este lado del jardín? — Preguntó curioso para dejar las gigantescas tijeras a un lado de los arbustos. Jean traía a Mikasa, como de costumbre en su espalda, pero eran cerca de las tres y el juego inicio a las once de la mañana, siendo su único descanso el almuerzo, debía hacer sus tareas y sabía que aunque sus hermanos adoraban la compañía de la azabache disfrutaban de verlo agonizar, su única salvación fue el chico de pecas.

— Ayúdame, tengo tarea y parece que Mikasa aún no se da cuenta de que que ya no tiene seis años. — Explicó el de cabellos bicolor mientras hacía una mueca, le dolía el cuerpo y estaba seguro de que no aguantaría un minuto más. — Ayúdame.

— Vale, vale, ve y haz lo que tengas que hacer — Aceptó rápidamente, nunca había prestado mucha atrás al tiempo que pasaba con la niña, por lo que no era tan mala idea, un momento en familia y eso es todo.

— Gracias, hermano. — Mikasa bajó de la espalda de su hermano, el cual se dio prisa para levantarse y poder ir en busca de un par de libros y lapiceros, los exámenes y más tareas son cosas diarias para un estudiante.

Marco le regaló una sonrisa a la menor para después continuar con lo que hacía, y en menos de un minuto olvidó que la chica estaba detrás suyo, comenzando a aburrirse rápidamente. Ya había terminado con sus tareas y leyó un rato, pero ahora su único medio de entretenimiento se había ido.

Mikasa se acercó a mayor en silencio, para no distraerlo, empezó a observar el hermoso jardín que cuidaba su hermano, era maravilloso.

— ¿No tienes orquídeas? — Preguntó al recordar lo mucho que le gustaba aquella flor.

— Solamente una, es de color blanco. — Respondió serenamente sin dirigirle la mirada, paró segundos después y tomó de la mano a la menor. — Ven, te la mostraré.

Caminaron entre lo profundo del jardín hasta llegar a un pequeño invernadero, obvia propiedad y capricho del muchacho. Ingresaron por la puerta de cristal y recorrieron el lugar durante unos segundos para llegar hasta la esquina más profunda, pero no menos iluminada. Había una orquídea, muy pequeña, de color blanco en su totalidad, el tallo y los pétalos, no tenía una sola gota de color.

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