Capítulo 13

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Capítulo Trece

Ya era casi mediodía cuando María salió de casa de su abuela. Primero fue a visitar algunas exclusivas boutiques en Toorak Road y, tras un rápido almuerzo, acudió a una subasta de antigüedades.

La subasta de aquel día incluía varías piezas selectas hechas a mano que formaban parte de una colección.

Ya había varios coches aparcados ante la antigua y preciosa casa en que iba a tener lugar la subasta. La familia dueña de la casa había decidido sacar a subasta sus objetos por problemas económicos.

María estuvo a punto de llorar al pensar que varios de los exquisitos objetos de palisandro expuestos iban a ser separados y trasladados a diferentes casas, cuando era evidente que debían permanecer juntos.

Entonces lo vio. Un pequeño escritorio con delicadas incrustaciones en la superficie y unas preciosas patas labradas. La perfección.

Deslizó los dedos por su superficie, sintió la suavidad de la madera... y se enamoró al instante de la pieza.

—Bonita, ¿verdad?

María no podía creerlo. ¿Ana Rosa? ¿Allí?

Sin duda, las continuas apariciones de la actriz no podían deberse a una mera coincidencia.

—¿Qué te parece si te doy una copia de mi agenda personal? —preguntó con exagerada suavidad—. Así no tendrías que devanarte los sesos para descubrir dónde voy a estar.

Ana Rosa se dedicó una mirada mordaz.

—¿Y a quién le importa dónde vayas a estar tú?

—Por supuesto. Soy un mero apéndice inconvenientemente unido a Esteban.

—Sí.

María decidió que ya era hora de que ella también sacara su aguijón.

—¿Cómo está tu hija?

Los ojos azules de Ana Rosa asumieron la frialdad de un iceberg.

—Mi hija no tiene nada que ver con esto.

María arqueó una ceja.

—Ah, ¿no? Supongo que la habrás dejado en buena compañía mientras tú estás en el otro lado del mundo.

—Tiene una niñera.

—Pobrecita. Privada de una madre que persigue lo que quiere... tanto profesional como personalmente.

—Comparto la custodia con su padre.

María simuló examinarse las uñas.

—¿Y no temes perder la custodia?

—¿Me estás amenazando?

—En absoluto. Sólo estoy charlando.

—Tengo derecho a una vida propia.

—Claro que lo tienes. Pero no con mi marido.

—Pero en realidad Esteban nunca ha sido tuyo... ¿verdad?

Consciente de que con aquella mujer nunca iba a tener la última palabra, María se limitó a girar sobre sus talones y a alejarse.

Pero no le resultó tan fácil aplacar su irritación. De momento, el día estaba yendo como la seda...

La subasta comenzó a las dos y media. Los compradores parecían especialmente animados aquel día y los precios fueron subiendo según aumentaba la calidad de los objetos subastados.

Quiero que me amesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora