Capítulo 10

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Capítulo Diez

María paseaba del brazo de Santo por los jardines de la casa de éste mientras Esteban permanecía en el interior hablando por teléfono.

El parecido entre abuelo y nieto era inconfundible, y María no pudo evitar preguntarse si treinta años más adelante estaría allí para atestiguar la transformación de Esteban, o si ya habría tenido que unirse al club de las «primeras esposas» tras haber sido sustituida por una jovencita.

—Estás pensando —dijo Santo.

María se volvió hacia él.

—¿Y eso está mal?

—Depende de la importancia del pensamiento.

¡Desde luego, resultaba bastante difícil no conceder importancia a la mujer que amenazaba con destrozar su corazón!

—Puedes contar con la lealtad de Esteban —añadió el anciano.

¿De dónde habría salido aquel comentario tan críptico?, se preguntó María. ¿Acaso era tan transparente?

—Lo sé —contestó. ¿Pero era así? Ya empezaba a tener serías dudas sobre su capacidad de saber nada.

—Ya hemos recorrido el jardín entero y aún no me has contado qué te preocupa.

María decidió que debía esforzarse más en sonreír y en jugar a «me encuentro perfectamente».

—¿Por qué imaginas que me preocupa algo?

—Achácalo a mi experiencia leyendo entre líneas la mente femenina.

María estuvo a punto de preguntarle qué creía leer en la suya... pero pensó que tal vez no iba a gustarle la respuesta.

Esteban estaba hablando por su móvil cuando entraron en la sala de estar. Era la tercera llamada consecutiva desde que María y Santo habían salido a pasear al jardín.

Acababan de terminar el café después de comer cuando Esteban dijo que debían irse. Tenía que preparar un informe y al día siguiente volaba a Sydney por un asunto de negocios.

—¿Crees que podrás dejar cerrado el trato mañana? —preguntó María mientras regresaban a casa.

—Me temo que no. ¿Supone algún problema?

—Claro que no.

¿Sabría Ana Rosa que Esteban se iba de la ciudad? Y si era así, ¿planearía encontrarse con él en Sydney?

El mero pensamiento de que fuera una posibilidad real estuvo a punto de destruir a María

No volvió a pronunciar palabra durante el trayecto de regreso y al llegar a casa se limitó a asentir con la cabeza cuando Esteban reiteró su intención de completar el informe que tenía entre manos.

Se acostó con una novela y leyó un rato con la esperanza de sumergirse en la trama y olvidar sus preocupaciones.

Pero fue inútil. ¡No lograba apartar de su mente la imagen de Ana Rosa en brazos de Esteban!

Ya era casi medianoche cuando Esteban entró en el dormitorio, se desvistió y la abrazó tras meterse en la cama.

María no se movió y él resistió la tentación de despertarla.

Estar ocupada era una ventaja, decidió María mientras atendía una llamada tras otra, participaba en una conferencia telefónica y asistía a una reunión.

Quiero que me amesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora