Capítulo dos

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Raúl entró apresurado a sala, interrumpiendo la explicación en proceso. Howard lo miró mal, recordándole con la mirada que estaba en periodo de prueba y que no podía cometer errores. El chico inspiró hondo y bajó la cabeza, obligándose a regular su respiración mientras avanzaba ante la atenta mirada del resto de los estudiantes.

No era su culpa, no completamente al menos. La culpa la tenía Lila, otra vez.
Esa estúpida bocona había revelado que estaba asistiendo a las clases, para qué decir la discusión luego. Había cerrado tan fuerte que las ventanas al lado de la puerta temblaron, aunque él no le había dado importancia, ni a ello ni a los gritos llamándolo detrás. Se había colocado los audífonos, puesto play a la poca música que había descargado y caminado hasta la academia simplemente porque no le apetecía hacer otra cosa.

Estaba enojado, para qué decirlo, y mucho en realidad. Quería romper algo, o tocar el piano, aunque básicamente era lo mismo. Con la música siempre se rompe a las personas.

Sabía que debía prestar atención, era importante si quería estudiar en ese lugar, pero por más que lo intentaba no podía. Su cabeza simplemente estaba lejos, en un lugar seguro, fuera de este mundo. Estaba entre melodías tranquilas jamás escuchadas que sólo estaban en su cabeza, como un hábitat dulce y caótico a la vez hecho exclusivamente para él. Vientos que se adaptaban a su medida y lo envolvían con facilidad.

—Raúl— el chico se despertó de su ensimismamiento por la firme voz de Howard llamándolo— ¿Podrías explicarle a tus compañeros por qué el pulso es tan importante en esta melodía?— Raúl miró el pizarrón detrás de su tutor. Había cinco líneas con aquel característico símbolo de la música al inicio y luego un montón de puntos y extraños símbolos ubicados sobre o entre las líneas, incluso debajo de ellas.

Miró a Lucy en busca de ayuda, pero sabía que incluso la mirada más reveladora no lograría darle una respuesta. Ella lo observó de reojo y comenzó a golpear la superficie de su mesa con sus uñas, de una forma regular y tranquilizante. Él sabía que había algo importante en aquella acción, aunque no podía identificarlo.

Pulso. Como el ritmo que creaba Lucy, como el latido de un corazón.

Lo había comprendido y, sin embargo, no era suficiente.

—¿Sarai?— el chico suspiró, se había acabado su tiempo. Menuda buena impresión estaba dando.

—Es importante ya que si no se sigue al pie de la letra la melodía sonará mal, dado que el pulso es irregular y el mínimo fallo podría modificarlo y hacerlo sonar distinto...— en ese momento su cerebro volvió a desconectarse por más que el quisiera lo contrario.

Lucy no sabía por qué había surgido ese instinto de ayudar al chico que tanto odiaba, había bastado una simple mirada de soslayo para decidir que debía hacer algo. Tal vez había sido esa mirada, ese destello de súplica por algo de ayuda, como si sólo necesitara una mano salvadora que lo ayudara por un mísero segundo y se contentara con aquello. Y no había podido resistirse, porque ella veía esa mirada todos los días. En la gente que la rodeaba, en sus empleados, en su madre, en el espejo.

Y aún así se reprochaba haberlo hecho. Ella tenía que hacerlo caer, no ayudarlo a triunfar. Se llevó una mano al estómago y se recordó su castigo si seguía «impulsando la carrera de ese zángano» y no se preocupaba de «practicar hasta su propia muerte si era necesario».

Las palabras de su madre pitaban en sus oídos cada vez que pensaba en ello, le ardían los ojos y se le anudaba la garganta. Cada vez que estaba en presencia de su madre se sentía pequeña e inútil, y aún asi conservaba la esperanza de que alguna vez fuera a ser mejor. Como Paul le había contado que era ella antes de que él tomara la decisión.

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