Epílogo

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Rosas amarillas decoraban ambos ataúdes, el alegre color desentonando completamente con el lúgubre ambiente. El cielo estaba gris, a punto de reventar en una magnífica y voraz tormenta, a punto de llover como llovían los ojos de los presentes.

Sus tumbas estarían juntas, sus lápidas unidas, porque ese había sido su último deseo.

Estaban todos ahí, Sarai, Bastien, y aquella chica con flequillo y lentes que casi no hablaba en la clase. Larissa también había asistido, sola, sin su marido. Sus ojos ni siquiera tenían un atisbo de dolor, de querer echarse a llorar, simplemente negaba. Negaba por tanto potencial desperdiciado. Su hija, su propia hija había echado su vida por la borda sólo por un chico.

Howard estaba parado en una esquina, llorando en silencio, sintiendo dolor en el corazón por aquellos jóvenes que se habían creído Romeo y Julieta y habían terminado como tales. 

Eso era todo lo que veía Raúl mientras sentía sus pulmones arder a la vez que intentaba frenéticamente salir a la superficie. Un lindo funeral para él y para Lucy, era todo lo que podía pensar. 

Dio una gran bocanada de aire al llegar finalmente arriba, y al exhalar una única palabra salió de sus labios con una fuerza increíble.

—¡Lucy!— gritó, quedándose en silencio a la espera de una respuesta.

A su al rededor solo había agua y más agua, el auto había desaparecido ya, y él no sabía si la muchacha había logrado salir.

Miró su entorno, Lucy no estaba por ninguna parte. Ninguna señal.

—¡Lucy!— volvió a gritar con voz en cuello. Una corriente pasó por debajo de él y lo hundió. Abrió sus ojos bajo el agua, le pareció ver una sombra oscura moverse a unos metros. Luchó por nadar cerca de ella contra todas las corrientes. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo verla, sí, se trataba de Lucy que también peleaba contra el agua para salir a flote. 

Tres minutos sin aire, se recordó a sí mismo, eso es lo que aguantaba un ser humano. ¿Cuánto tiempo había perdido buscando en la superficie? Suplicó para sí mismo que no hubiesen sido más de tres minutos. Logró tomar su muñeca, Lucy soltó un grito bajo el agua. 

El muchacho luchó por sacar el peso de ambos cuerpos a flote, contra la corriente. El agua era demasiado fuerte y el muchacho notaba como Lucy perdía fuerzas cada vez más.

Hizo un último intento cuando algo sólido lo frenó, se golpeó la cabeza y la espalda, pero aún así no soltó a la chica. Era un cimiento, lo que significaba que habían llegado tan lejos como para chocar con el siguiente puente.

Se valió de sus últimas fuerzas y ayudó a la muchacha a salir a la superficie a pesar del dolor.

Lucy tomó una gran bocanada de aire y tosió.

—Oh no, mi bolso— gimoteó con una sonrisa

—No puedes estar preocupada de eso cuando hace un segundo estabas a punto de ahogarte— regañó Raúl, aun cuando sabía que la muchacha lo había dicho con el puro propósito de hacerlo sonreír.

—Pero no me morí— dijo ella como si nada.

—Y no sabes cuán agradecido estoy por ello— declaró el muchacho. Lucy lo abrazó.

—¿Y ahora qué?

—No lo sé— confesó— no lo sé.

—†—

Después de su pequeña zambullida en el río, ambos muchachos habían tenido que encontrar un lugar donde ocultarse. Tenían la ropa mojada, Lucy probablemente tenía una fractura en la muñeca, no tenían comida, ni dinero, ni nada que pudiera servirles, así que tuvieron que resignarse a dormir en el hueco que había bajo un puente kilómetros más allá. Afortunadamente, no los encontraron.

En automóvil, su destino solo quedaba a ocho horas, a pie, cinco días. Cinco días sin comida, ni agua, ni un lugar donde refugiarse.

—¿Estás segura de que valió la pena?— preguntó el chico en un instante, mientras ambos buscaban un lugar donde dormir.

—Definitivamente— respondió la muchacha.

—¿Aunque te hayas fracturado la muñeca y probablemente no puedas volver a tocar piano?— Lucy mantuvo su voca cerrada durante un par de segundos.

—Voy a encontrar la manera de seguir adelante, contigo a mi lado no es tan difícil— se sonrieron en silencio y continuaron con su búsqueda en silencio.

Y así fue por las siguientes noches. Caminatas en silencio y frío al intentar haciendo Ambos, muchas veces, se habían preguntado si valía la pena, pero simplemente les bastaba mirar a la persona a su lado para convencerse de que sí.

Fue gracioso cuando finalmente llegaron al estudio de Recart. Los echaron dos veces por parecer vagabundos hasta que Lucy hizo suficiente escándalo como para sacar al escultor de su estudio.

—¿Por qué tanto escándalo? No me dejan trabajar— bramó el joven abriendo la puerta que separaba su estudio de la tienda con enojo, hasta que la vio.

A su hermanita. Aun con la ropa sucia y el cabello enredado, él podría haberla reconocido en cualquier lado. Le ordenó al guardia que la soltase de inmediato con una seña y se acercó a grandes zancadas.

—¿Eres tú?— Lucy asintió—. Pero qué... ¿por qué te ves así? ¿qué te pasó? ¿Y quién es él?— cuestionó señalando con la mirada al muchacho que se encontraba a sus espaldas.

Lucy sintió que las rodillas le fallaban. Ni siquiera se había dado cuenta de cuan hambrienta y fatigada estaba hasta ese momento, sumado a la emoción de ver a su hermano después de tantos años extrañandole.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y sin pensar en lo que estaba haciendo se lanzó a abrazarlo.

—Te extrañé tanto, Paul— murmuró.

—No sabes cuanto lamento no haberte traído conmigo, pequeña— confesó el joven devolviéndole el abrazo—. El trabajo puede esperar, vamos a mi casa, tienes muchas cosas que contarme.

Y, por primera vez después de mucho tiempo, ambos chicos se permitieron tener la esperanza de un buen destino.

La vida que les había tocado a ambos había sido muy diferente, igual de difícil, sin embargo.

Habían llegado en el momento justo para no dejar que el otro se hundiese, ambos habían estado destinados a eso desde un principio. Y, después de todo, había valido la pena.

FIN.

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