Capítulo nueve

250 36 12
                                    

Raúl estaba harto. Le dolía la cabeza por la falta de sueño y exceso de humo. Los cigarron que fumaba su padre iban a terminar matándolo a él.

Howard movía los labios, pero no estaba escuchándolo. Para variar. Ayer había habido una discusión muy fuerte en su casa, se habían quebrado vidrios, se habían escuchado gritos y no dudaba que esta mañana su madre luciría un moratón reciente en el pómulo.

No se había quedado a comprobarlo, claro. Había salido por la ventana antes de que despuntara el alba, había vagado un rato por las calles poniéndole mala cara a la existencia y se había tomado un café donde la vieja Megs, sin dirigirle más de cuatro palabras.

—¿Estás bien?— susurró alguien a su lado. Al voltear, se topó con la atenta y azul mirada de Lucy.

Ni siquiera tenía ganas de hablar con ella, así que se limitó a asentir en silencio. Sólo quería que todo se quedara quieto por un momento. Había demasiada bulla en su mente, tan ajetreada como una gran ciudad. Necesitaba escapar, ya.

No soportaba estar quieto en un mismo lugar, quería moverse frenéticamente de un lado a otro para mantener su mente totalmente ocupada y así evitar que sus pensamientos tomaran rumbos indeseados.

Fue un alivio cuando Howard dio por finalizada la clase. Se levantó rápidamente de su asiento y estuvo a punto de salir corriendo por la puerta cuando una melena rubia se interpuso.

—Fue genial que fueras a la fiesta la otra noche— le sonrió—. Me gustaría repetirlo. Oí que abrieron una nueva discoteca no muy lejos, ¿qué te parece está noche?

—No— respondió bruscamente.

—¿Tal vez mañana?

—No estoy de humor, ¿sí?— murmuró, esperando ahuyentar a la chica con eso. Sarai levantó las manos en señal de rendición.

—Como digas, señor enojón— terció, volteándose y saliendo de la sala, dejando, para alivio de Raúl, la salida libre.

—Así que supongo que no te vas a quedar hoy— ¿que si se iba a quedar? Lo único que quería era llegar a la estación de metro para poder tocar el piano relativamente en paz. Aquel instrumento que, a pesar de ser de dominio publico, le pertenecía a él, y era reconocido como suyo por cada persona que frecuentaba la estación.

—No— volvió a negar con brusquedad.

—Faltan sólo dos semanas para el examen, creo que deberías...

—En este momento lo que menos me preocupa es ese desgraciado examen, ¿vale?— respondió, volteándose para hacerle frente— tengo mil cosas en la cabeza que son más importantes ahora como para pensar en un maldito examen. ¿Qué importa si quedo o no en la academia? Tú misma lo dijiste en un principio, sólo soy un obstáculo para los demás estudiantes. No espero que lo entiendas, con tu vida perfecta y tus vestidos carísimos y seguramente un piano en cada esquina de tu casa.

—¿Qué te pasa?— cuestionó la chica, frunciendo el ceño ante sus palabras.

—¿Ahora soy el yo el que tiene que decir qué le pasa?— Raúl llegó frente a ella en un par de pasos. Lucy se sintió atemorizada, había algo en él que se había oscurecido demasiado por la ira— ¿Y tú? No sé en qué clase de mundo vives pero en el mío la gente normal a veces no está de humor. Lo que no sucede es que se desmayen sin ninguna razón, ¿y soy el que tiene que dar explicaciones? Por favor, Lucy, no seas patética— la chica cerró los ojos y respiró profundo.

Raúl no era así, algo le sucedía, lo estaba perturbando lo suficiente para hacerlo comportarse de esa manera. Fuera lo que fuera, no le agradaba, pero no iba a lograr sacarlo si se iba en ese momento.

Piano piano Donde viven las historias. Descúbrelo ahora