Capítulo dieciocho

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Raúl se despertó con un horrible dolor de cabeza en una habitación desconocida, se levantó de golpe, su cabeza recriminando aquella acción. Observó su al rededor.

No, nunca había estado allí. Al menos no había ropa de mujer tirada en el piso ni una rubia durmiendo a su lado. Rubia, Sarai. ¿Qué había pasado con ella?

Sólo recordaba haberla besado, haber tomado mucho más alcohol y recuerdos vagos de más besos, y fotografías. ¿Fotografías?

—Maldita sea— murmuró, buscando su teléfono en sus bolsillos. Lamentablemente, no estaba ahí. Ni en la desastrosa cama, ni en ninguna parte de esa aburrida habitación.

Se levantó, sujetando su cabeza por el inmenso embotamiento que tenía. Abrió la puerta y sólo se encontró con un largo pasillo y una pequeña sala de estar llena de libros sobre repostería.

Siguió el pasillo, hacia el lugar donde se escuchaban murmullos, y, al abrir la puerta, se encontró en un lugar que conocía de memoria.

—¿Megs?— la mujer que preparaba afanosamente un café a penas levantó la mirada.

—Más vale que te vallas antes de que ella te vea— le advirtió. Raúl observó toda la cafetería, localizando inmediatamente aquella despeinada melena rubia.

—¿Mi teléfono?— pregunto, deseando más que nada que la muchacha no volteara.

—Tercer cajón del mueble de la sala. Te llevaré un espresso en un momento— informó ella, poniendo un último detalle en el capuchino que preparaba—. Fuera de mi vista.

Raúl le obedeció, porque no tenía ánimos de pelear en ese momento. Caminó, sintiendo el frío del suelo en sus pies descalzos, halló su teléfono y se dejó caer en el sillón, su cabeza reclamándole aquel movimiento brusco.

Abrió sus mensajes y se maldijo al ver que, de los primeros, estaba el de Lucy. Se quedó dubitativo, pensando si realmente quería saber lo que le esperaba en esos mensajes.

Sí, tenía que saberlo. No quería, pero debía.

Presionó el chat y cerró los ojos, armándose de valor para volver a abrirlos.

Sintió ganas de vomitar cuando vio las fotografías. Él y Sarai, estaban en todas. ¿En qué estaba pensando? No estaba pensando, ese era el problema.

Observó, con mucho horror, que había llamado a Lucy cuatro veces. Sólo su última llamada había sido contestada, sin embargo, no había durado demasiado.

—Toma— ofreció Megs, entregándole una taza humeante. Él ni siquiera la había notado entrar.

—Hice algo horrible, probablemente rompí un corazón— la mujer le palmeó el hombro.

—Ciertamente, Raúl, la rubia no ha parado de preguntarme si acaso sé donde vives o si tengo tu número celular— el chico frunció en ceño. No había contado con eso.

—¿Sarai también?— Megs se cruzó de brazos, mirándolo severa.

—Te dije que no la usaras y eso fue exactamente lo que hiciste— lo reprendió—. Dijo que te halló tomándole fotos mientras se besaban solo para mandárselas a otra. Y que después de que te guardaste el teléfono siguieron bailando un rato hasta que dijiste que ibas por refrescos y nunca volviste. Ha estado entre el llanto y la tristeza toda la mañana. Eres un maldito imbécil— Raúl sonrió con remordimiento, calentándose las manos al rededor de la taza.

—¿Qué hice, Megs?— preguntó aguantando las ganas de golpear todo—. Exploté por algo demasiado simple y dejé un desastre a mi al rededor.

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