Capítulo once

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Lucy frunció las cejas, extrañada, cuando al entrar encontró a Raúl dormido en una silla. Se sentó a su lado, dubitativa, mirándolo con detenimiento.

Extendió su mano para despertarlo, pero se detuvo a medio camino. Había cierto encanto en verlo dormido, sin sonreír de forma arrogante o mirarla con esos ojos que parecían saber todos sus secretos, y a la vez ocultar mil más.

Había pasado los últimos días sin poder sacárselo de la cabeza, hasta que lo había admitido para sí misma. Quería a aquel chico. Y no como quien quiere a un cachorro o a un amigo, lo quería como se suponía que debía querer a los chicos que su madre invitaba a cenar. Sabía que, tal vez, era muy pronto y llevaba demasiado poco conociéndole, pero no se sentía así. Porque cada vez que hablaba con él, sentía lo que había sentido cuando hablaba con Paul. Esa confianza que creyó jamás recuperaría, y esa comodidad suave y natural.

Despejó suavemente con su mano el cabello que le cubría la frente, dejando a la vista unas pecas en las que jamás se había fijado con anterioridad. El chico soltó un suspiro dormido y se removió un poco en su posición, quedando más cerca de Lucy.

La chica sonrió enternecida, se veía tan dulce así. Sin medir sus acciones, se acercó y besó su mejilla, sin siquiera darse cuenta de que aquel acto estaba durando más de lo necesario.

El chico se sacudió bajo su tacto y sólo en ese momento se alejó, volviendo rápidamente a su postura recta y maldiciendo por lo bajo al sentir sus mejillas colorearse.

—Hey— lo saludó, dedicándole una sonrisa educada como si nada hubiese pasado.

—¿Hace cuanto llegaste?— preguntó el chico frotándose los ojos.

—Unos minutos— la chica lo repasó de arriba a abajo— al parecer tú llegaste hace bastante.

—Estoy aquí desde las siete de la mañana— explicó el chico reprimiendo un bostezo— no dormí en mi casa anoche, así que desperté demasiado temprano, y vine aquí. Pasé por la cafetería de Megs de camino, te traje algo— la chica observó con curiosidad como Raúl sacaba de su mochila una bolsa de papel y un vaso de cartón que estaba oculto detrás— tal vez tienes suerte y el café aún está un poco tibio.

—¿Qué?— cuestionó ella, confundida y sin tomar las cosas que el chico le estaba entregando.

—Es tu desayuno, Lucy— respondió, aún somnoliento.

Raúl hubiese deseado estar más despierto para poder apreciar mejor la cara de Lucy, porque su expresión fue simplemente impagable. Tenía la sorpresa plasmada visiblemente en todo el rostro mientras aceptaba con inseguridad lo que él le estaba entregando. Internamente sonrió, la había sorprendido, y probablemente aquello había sido mucho mejor que un ramo de flores.

—Gracias— murmuró la chica antes de darle un sorbo al café, que le iluminó el rostro. Y eso que estaba frío.

El chico sólo sonrió en respuesta. Se sentía tan bien hacerla sentir bien. Y su buen humor sólo aumentó cuando la chica soltó una mueca de sorpresa al probar el brownie.

—Esto es lo mejor que he comido en mi vida— comentó, aún con comida en su boca.

—Lucy, los modales— Raúl sonrió con sorna al ver como la pálida piel de la muchacha se coloreaba. Llevó una mano a su boca y tragó rápidamente.

—Lo siento— se disculpó avergonzada, levantando confundida su vista al escuchar una carcajada a su lado— ¿Qué pasó?

—Estaba bromeando Lucy, tienes que aprender a tomar las cosas con más ligereza— explicó el chico negando con la cabeza— la vida no es un sinfín de posturas rectas, ropas impolutas y expresiones impasibles. Se pierde todo el sabor así, Lucille— dijo, saboreando demás el decir su nombre, que sonaba demasiado perfecto. Le recordaba una montaña nevada, o a un mar totalmente calmo.

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