Raúl sonrió tenuemente al ver a la muchacha esperándolo. Había pasado una noche horrible, por poco no despertaba. Sí, era un cobarde y nuevamente había escapado al estacionamiento, y por esa horrible mala costumbre que tenía de contemplar su existencia en el borde y de dormirse ahí, casi se había caído.
Su sonrisa se desvaneció en el momento justo en que notó una herida en su labio superior y un moretón que casi no se percibía bajo el maquillaje. Se acercó a ella dando grandes zancadas y se acuclilló frente a ella, acariciando su rostro con delicadeza.
—¿Qué te pasó?— preguntó el muchacho en un murmullo, acunando su mejilla.
—Es una historia un poco larga— sonrió ella, animando un poco al muchacho, quien se levantó para luego sentarse junto a ella sin dejar de acariciar aquel casi invisible moretón.
—Siempre tendré tiempo para escucharte— le dijo él, dándole un suave beso en los labios.
Lucy sintió como su corazón se derritió en ese mismo instante. Podría soportar que todo el cielo se fuera encima sólo por saborear otro de sus besos.
—Pero no quiero hablar de eso ahora— murmuró mirándolo a los ojos. Raúl asintió con parsimonia, atrayéndola hacia sí con suavidad.
Besó su sien, acariciando su cabeza mientras la abrazaba. Respiró su aroma, mucho más delicioso sin aquel horrible perfume Gucci.
Lucy se apegó a su pecho, escuchando sus pacíficos latidos tras sus costillas. Constantes, imperturbables y tranquilizantes. Inspiró profundo.
Sería una tontería negar que estaba asustada, porque lo estaba. Más que nunca. Dejarlo antes habría sido más fácil, distanciarse antes de aquella noche en los estacionamientos. El tiempo había sido cruel con ellos, esperando hasta el último momento para separarlos, justo cuando dolería más.
—¿Qué vamos a hacer?— pensó en voz alta.
—¿Sobre qué?
—Sobre todo— murmuró ella, ocultándose aún más entre los brazos del muchacho como si ahí pudiese estar a salvo de cualquier cosa—. Sobre nosotros, sobre el poco tiempo que nos queda— Lucy oyó como los latidos del muchacho se aceleraban repentinamente.
—Intento no matarme pensando en eso— dijo, escondiendo el rostro en el hueco que quedaba entre su hombro y su nuca—. Porque eso es. Una muerte lenta y dolorosa al saber que el tiempo se nos acaba.
—Robaste esa frase de una película, ¿no?— cuestionó ella, sólo para aligerar un poco el ambiente.
—Tal vez— rió él, risa que acabó en un cansino suspiro—. De todos modos, tu ventana siempre estará abierta, ¿no?
—Si es para ti, sí.
Sin necesidad de mediar palabra, se abrazaron. Se abrazaron fuerte, como si de esa forma pudieran juntar sus pedazos. Eso era lo que ellos hacían, ¿no? Sostenerse el uno al otro cuando sus mundos se estaban cayendo a pedazos.
—Hay una vieja leyenda japonesa, en la que se dice que las personas están unidas por un hilo rojo invisible a su alma gemela— comenzó el muchacho, sintiendo su voz temblar—. Cada uno nace con un hilo rojo atado al meñique. Las personas que están atadas por ese hilo están destinadas a encontrarse en algún momento de sus vidas. El hilo puede tensarse, estirarse, enredarse, pero jamás romperse— El chico guardó silencio y se relamió los labios para continuar—. Tú eres el otro extremo de mi hilo rojo, Lucy, y ahora que te he encontrado no puedo permitir que nos separen.
—†—
No hacía falta mencionar que ninguno de los dos estaba prestando atención, ambos demasiado atentos el uno al otro como para centrarse en lo que Howard estaba diciendo.
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Piano piano
Romance«Ella leyendo las partituras de Beethoven de principio a fin y él aprendiéndose a Yann Tiersen por partes.» Lucy es la definición de rectitud; estudiosa, compuesta, siempre seria y esforzada. Practicando siempre hasta que todo sea perfecto. La espal...