Capítulo diecinueve

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Lucy

Ni siquiera estaba prestado atención a lo que tocaba en ese momento, quizás era la novena de Beethoven, tal vez Primavera de Chopin, sus dedos simplemente se movían sobre las teclas sabiendo el camino de memoria.

Aún estaba conmocionada por aquel beso que no había llegado a ser. Jamás había estado en una situación similar, pero no podía negar que quería repetirlo.

Había intentado alejarlo, ¿y qué tan bien había salido eso? Un Raúl ebrio al borde de un edificio diciéndole que no saltaría sólo por ella.

Bastien tenía razón, no podía estar enojada con él ahora, tendría suficiente tiempo para estarlo una vez se acabara el semestre.

El tiempo se les había ido demasiado rápido, se había deslizado entre ellos y los había hecho coincidir, sin embargo, no estaba en sus planes que permanecieran juntos. Se había escapado como una liebre traviesa, e intentar atraparlo sería como intentar tomar agua con un colador.

Tres clases, eso era lo que les quedaba. Unos míseros minutos antes de empezar y aún menos cuando ya había terminado.

La primera vez que lo había visto, sabía que le traería problemas, pero jamás se imaginó que le llevaría aquella dolorosa angustia de ser separada para siempre de su lado. ¿Qué podía hacer, después de todo? Lo único que le quedaba era seguir amándolo hasta que el caprichoso destino cumpliera su sentencia y los apartase.

Y entonces su vida volvería a ser igual que como era antes. Tediosa y aburrida, siempre a merced de la voluntad de otros. Las cenas con Bastien seguirían y ella tendría que enamorarse de él. Tampoco sería tan difícil, él era un buen chico, pero no era Raúl.

Deseó que Burgeois estuviese ahí para aconsejarla, ¿qué le diría él? Que tenía que hablarlo con su madre, que no escondiera el secreto porque finalmente sería más doloroso.

Contárselo a Larissa resultaba una idea tanto tentadora como tenebrosa. Tal vez, si ella le decía lo mucho que amaba al muchacho, ella entendería. Después de todo, ella también había dejado a alguien atrás para casarse con su padre.

Había preferido el dinero antes que el amor, y no parecía arrepentirse de ello. Excepto, cuando a veces, se encontraba con la mirada perdida en el horizonte, incluso había veces en que Lucy la veía sosteniendo su foto entre las manos mientras sonreía con nostalgia. Jamás le había dicho a su madre que tenía conocimiento de aquel secreto, porque le parecía que aquello era algo demasiado personal de su madre y no pertenecía a nadie más.

—Señorita— una de las criadas se encontraba parada en la puerta, mirándola respetuosamente— la cena está servida.

—Voy de inmediato— concedió la muchacha, levantándose del taburete para ir a lavarse las manos.

Se miró en el espejo. Decirle a su madre lo que sentía era algo arriesgado, pero era la única manera de tener al menos una posibilidad para estar con Raúl.

Bajó las escaleras con elegancia y se sentó a la mesa en silencio, aun cuando su cabeza estaba llena de ruidos.

Miró a su padre y a su madre, comiendo cada uno en un extremo de la mesa, sin hablarse, sin mirarse.

La idea de ser algún día esa mujer sentada en el extremo izquierdo, frente a Bastien en el extremo derecho, separados por una larga y costosa mesa de caoba, la llenó de pánico.

Tenía que decirle a su madre en ese mismo instante lo que estaba sintiendo, poner todo su corazón en ello y desear desde lo más profundo de su alma que ella comprendiera. Porque, de alguna forma, su madre ya había dibujado el boceto de su vida, y si seguía así, el resultado final sería ese mismo cuadro de una cena fría e indiferente.

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